miércoles, 31 de octubre de 2007

EL SILENCIO DE LA EXCLUSION

Ser invisible me parece más pernicioso que ser excluido. Era lunes y me levanté al alba para sentir cómo la luz tenue acariciaba los vetustos edificios de mi barrio decadente. Siempre he vivido cerca de la plaza de las armas, en un espacio atiborrado de turistas que fotografían las edificaciones coloniales que han logrado pervivir después de los repetitivos e inesperados terremotos. Era el primer día de la semana y tenía la impresión que sería un día anodino y gris como el clima de mi Lima querida. Me imaginé a los turistas rubios y lustrosos enseñando las fotografías limeñas a unos amigos que no sabían ni situar en el mapa a mi país. Me lavé y me afeité con mis cuchillas desgastadas con la sensación que era un ser invisible.

Sostengo que nos excluyen cuando molestamos. Al salir a la calle saludé a la abuelita indígena que vende caramelos a los niños de mi barrio. De repente pensé que no sabía su nombre y que no era más que un añadido de mi escenario cotidiano. Cerré los ojos para pensar en lo que mi abuela me repitió insistentemente; “hijo, cuando algo desaparece empezamos a reconocer su verdadero valor”. La viejecita de los caramelos no se desvaneció, pero apareció con una nueva luz. Pararse a pensar lo que vemos cada día es retornar a la infancia, a esa época que se tiñe de porqués y no se consuela con respuestas simples. Por primera vez me molesto su indigencia como yo incordiaba a mi rico empleador. Creo que el señor Juan con sus comentarios sarcásticos construye su identidad apuntalándola en mi desgracia. Hoy me he dado cuenta que soy suficientemente pobre para mi empleador e insulsamente rico para la viejecita de los caramelos. Todo depende de la perspectiva.

Acabo de descubrir que amar es adentrarse en la perspectiva del otro. Desnudarse para vestirse con los ropajes del amado. La tolerancia siempre me ha turbado. La aceptación es la virtud más excelsa porque no pretende comparar a uno con el otro y no busca prescribir una única forma de vida.

El ruido se opone al silencio de la misma forma que la aceptación a la exclusión. Las ciudades del opulento occidente son silenciosas porque sus ciudadanos cabizbajos son unos entes solitarios en un mundo hostil. Los pueblos del tercer mundo son ruidosos para olvidar que siempre serán excluidos por la violencia de un mundo que los necesita. Los ejecutivos neoyorquinos necesitan que yo cobre apenas mil soles para vestirse con unos pantalones que valen más de tres mil soles.
Mientras camino por el boulevard más engalanado de la ciudad sospecho que la economía es una ciencia funesta. La riqueza tiende acumularse en unos pocos, que como predestinados por una luz divina ostentan sin miramientos sus propiedades a un ejército de harapientos. Una escuadra de desposeídos que con pasos marciales caminan al compás de los generales. Intuyo que el gran problema es que han desaparecido los nombres de los opresores y las sociedades anónimas explotan a cualquier ser humano para satisfacer a los consumidores.

Observo a las ávidas amas de casa comprando retales para adornar sus casas arruinadas y a un joven, enriquecido por sus padres esforzados, comprar un tejano carísimo al lado de un indígena, cuarteado por el sol de la sierra, que vende collares a un precio irrisorio. Me gustaría saber el sueño que empujó al campesino reciclado dejar sus altivas y majestuosas montañas por una ciudad ruidosa y sin tierras cultivables. Desearía que el campesino me legué el modo de dignificar la vida humana.

Estoy orgulloso, después de leer durante tres noches seguidas un libro del revolucionario Marx, de haber descubierto que la utopía es un sueño de la razón y la quimera es un sueño de la fantasía. No sé si la dignidad proviene de unas quimeras vestidas con los ropajes de las utopías o de unas utopías que se han presentado como quimeras. Pienso que las ilusiones nutren la vida humana y si secamos los manantiales de la utopía brotará la barbarie. Nuestro mundo es insultantemente bello y bárbaro. Sólo podemos estar despiertos sin perder la capacidad de soñar.Pensar es una tarea huidiza, pero presiento que es el mejor modo de hacer visible lo que permanece oculto. Sostengo que las quimeras nos ilusionan, las utopías nos alimentan y la capacidad de pensar nos sostiene con cierta dignidad. Hoy caminando por el boulevard más engalanado de mi ciudad he sido capaz de hacer visible lo que ha permanecido oculto durante demasiado tiempo. No podré dejar de ver a la abuelita, que vende caramelos a los niños de mi barrio, ni al campesino, de piel cuarteada, que vende collares a precio de saldo.

No hay comentarios: