Las motivaciones o tendencias nos empujan a
la búsqueda de determinadas metas. Existe una gran variabilidad en las metas, a
pesar que existen unas necesidades básicas. En gran medida, las metas se construyen
en base a nuestras insatisfacciones, aunque no seamos conscientes de ellas. El
punto de partida de nuestras insatisfacciones es una situación de carencia, nos
falta algo, y por ello nos ponemos “manos a la obra” para conseguir eso que
necesitamos. La motivación humana tiene un carácter dinámico que incluye el
porvenir. Nietzsche entendió que el hombre es un “animal que puede prometer”, que habita en una anticipación
constante. La mayoría de los manuales sobre la felicidad incluyen diferentes
formas de atenuar nuestra sempiterna tendencia de escaparnos del presente.
El coste de la motivación: la
infelicidad
Los existencialistas han comprendido que el
hombre es un ser constitutivamente infeliz porque no le ha bastado adaptarse a
su naturaleza, como los demás animales, y se ha esforzado hasta la extenuación
para crear un mundo acorde a sus deseos. Tener cultura es “cultivar”, tener la
capacidad de “hacer planes”. Podemos alcanzar una serenidad feliz con el tantra que “el mejor plan es no tener
plan”. Más allá de esta placidez, la felicidad o infelicidad genuina proviene
de nuestra capacidad de hacer planes. Así, no hay cara sin cruz y el precio que
tenemos que pagar para sentir algunos momentos de plenitud es un impertinente
desasosiego.
La motivación y la emoción
La motivación y la emoción son inseparables. Para
Fromm una “personalidad productiva” es aquella que vive su vida de acuerdo a
sus intereses, valores, planes e intenciones conscientes. Lo que nos emociona
nos motiva, lo que no nos emociona nos deja indiferentes. Somos conscientes
cuando comprendemos nuestras necesidades y tomamos nuestras elecciones. Decidir
es una forma de preferir. Elijo algo en cuanto soy consciente de mis
facultades, pero necesito algo cuando me siento arrastrado, imantado y,
finalmente, absorbido por esa necesidad imperiosa que corree mi alma.
La clasificación de las
motivaciones
Siguiendo a Lersch podemos señalar tres
grandes campos de motivación:
a.- Las vivencias
pulsionales de la vitalidad, que son motivaciones a vivir “porque sí”. En ellas
el valor-meta es el hecho de estar vivo.
b.- Las vivencias
pulsionales del yo individual, que son las motivaciones de vivir como individuo
que asigna un significado a su vida. El valor-meta es el yo individual,
diferenciado y en interacción significativa con el ambiente que le rodea.
c.- Las vivencias
pulsionales transitivas, que son las motivaciones en la que la persona busca
salir de sí misma, trascenderse, y en las que aparece como valor-meta la
participación.
La clasificación exitosa de Maslow jerarquiza
las necesidades en forma de pirámide: en la base las necesidades fisiológicas,
después las de seguridad, las de afecto y de afiliación, de estimación y en la
cúspide las de autorrealización. En el modelo de Maslow se distingue entre
motivaciones de déficit y de crecimiento. Así, no podemos plantearnos las
preferencias –decisiones conscientes- sin tener mínimamente satisfechas las
cuatro necesidades básicas.
La finalidad de las
motivaciones
Desde la psicología podemos señalar dos
líneas en cuanto a la finalidad de las motivaciones:
a.-
Lograr un equilibrio. Surgen para suprimir la tensión.
b.-
Las motivaciones generan tensión.
Las motivaciones van evolucionando a lo largo
de la vida, a las tendencias infantiles se van sumando otras más complejas e
idiosincráticas. Recibimos la energía de nuestro propio estilo de tratar con el
mundo. Las necesidades biológicas nos determinan (alimento, hambre, sexo,
etc.), pero estas no pueden explicar de una forma unilateral nuestra actividad
estética, intelectual, religiosa o económica. Gran parte de la familia
psicoanalítica insiste que la mayoría de las motivaciones son inconscientes,
infantiles, ocultas al propio individuo. En la medida que adquirimos conciencia de
nuestra identidad somos capaces de proponernos determinados fines, de una
cierta autonomía para seleccionar las metas y los valores hacia los que enfocar
nuestra energía.