jueves, 16 de enero de 2014

Las motivaciones y las preferencias



Las motivaciones

Las motivaciones o tendencias nos empujan a la búsqueda de determinadas metas. Existe una gran variabilidad en las metas, a pesar que existen unas necesidades básicas. En gran medida, las metas se construyen en base a nuestras insatisfacciones, aunque no seamos conscientes de ellas. El punto de partida de nuestras insatisfacciones es una situación de carencia, nos falta algo, y por ello nos ponemos “manos a la obra” para conseguir eso que necesitamos. La motivación humana tiene un carácter dinámico que incluye el porvenir. Nietzsche entendió que el hombre es un “animal que puede prometer”, que habita en una anticipación constante. La mayoría de los manuales sobre la felicidad incluyen diferentes formas de atenuar nuestra sempiterna tendencia de escaparnos del presente.

El coste de la motivación: la infelicidad

Los existencialistas han comprendido que el hombre es un ser constitutivamente infeliz porque no le ha bastado adaptarse a su naturaleza, como los demás animales, y se ha esforzado hasta la extenuación para crear un mundo acorde a sus deseos. Tener cultura es “cultivar”, tener la capacidad de “hacer planes”. Podemos alcanzar una serenidad feliz con el tantra que “el mejor plan es no tener plan”. Más allá de esta placidez, la felicidad o infelicidad genuina proviene de nuestra capacidad de hacer planes. Así, no hay cara sin cruz y el precio que tenemos que pagar para sentir algunos momentos de plenitud es un impertinente desasosiego. 

La motivación y la emoción

La motivación y la emoción son inseparables. Para Fromm una “personalidad productiva” es aquella que vive su vida de acuerdo a sus intereses, valores, planes e intenciones conscientes. Lo que nos emociona nos motiva, lo que no nos emociona nos deja indiferentes. Somos conscientes cuando comprendemos nuestras necesidades y tomamos nuestras elecciones. Decidir es una forma de preferir. Elijo algo en cuanto soy consciente de mis facultades, pero necesito algo cuando me siento arrastrado, imantado y, finalmente, absorbido por esa necesidad imperiosa que corree mi alma.

La clasificación de las motivaciones

Siguiendo a Lersch podemos señalar tres grandes campos de motivación:
a.- Las vivencias pulsionales de la vitalidad, que son motivaciones a vivir “porque sí”. En ellas el valor-meta es el hecho de estar vivo.
b.- Las vivencias pulsionales del yo individual, que son las motivaciones de vivir como individuo que asigna un significado a su vida. El valor-meta es el yo individual, diferenciado y en interacción significativa con el ambiente que le rodea.
c.- Las vivencias pulsionales transitivas, que son las motivaciones en la que la persona busca salir de sí misma, trascenderse, y en las que aparece como valor-meta la participación.
La clasificación exitosa de Maslow jerarquiza las necesidades en forma de pirámide: en la base las necesidades fisiológicas, después las de seguridad, las de afecto y de afiliación, de estimación y en la cúspide las de autorrealización. En el modelo de Maslow se distingue entre motivaciones de déficit y de crecimiento. Así, no podemos plantearnos las preferencias –decisiones conscientes- sin tener mínimamente satisfechas las cuatro necesidades básicas.

La finalidad de las motivaciones

Desde la psicología podemos señalar dos líneas en cuanto a la finalidad de las motivaciones:
            a.- Lograr un equilibrio. Surgen para suprimir la tensión.
            b.- Las motivaciones generan tensión.
Las motivaciones van evolucionando a lo largo de la vida, a las tendencias infantiles se van sumando otras más complejas e idiosincráticas. Recibimos la energía de nuestro propio estilo de tratar con el mundo. Las necesidades biológicas nos determinan (alimento, hambre, sexo, etc.), pero estas no pueden explicar de una forma unilateral nuestra actividad estética, intelectual, religiosa o económica. Gran parte de la familia psicoanalítica insiste que la mayoría de las motivaciones son inconscientes, infantiles, ocultas al propio individuo.  En la medida que adquirimos conciencia de nuestra identidad somos capaces de proponernos determinados fines, de una cierta autonomía para seleccionar las metas y los valores hacia los que enfocar nuestra energía.