martes, 6 de enero de 2009

La ubicuidad del poder

El análisis de lo que llamamos poder nos puede abrir una senda fructífera para comprender la experiencia humana. Más allá de optar por definición restrictiva de poder, nos referimos a la posibilidad de analizarlo como algo que circula y funciona en cadena. Un régimen de funcionamiento que no se detiene al análisis de los que ostentan el poder y de quienes no lo tienen, sino en la hipótesis que los dispositivos del poder pernean la sociedad entera. Su ubicuidad nos permite comprenderlo como una pasión universal que posee la capacidad de definir el sentido de nuestra existencia.

Puede parecer osado supeditar la epistemología a la sociología, es decir proponer la tesis que nuestras creencias, nuestros valores u órdenes de verdades se originan en un determinado contexto social. Un contexto social que se puede comprender en relación a su correlación específica entre los distintos poderes enfrentados. Atribuimos al poder la capacidad de discriminar, de imponer una determinada dinámica de funcionamiento. Así, en cuanto premia unas acciones, castiga a todas aquellas que se sitúan más allá de sus lindes.

Nos parece sugerente una genealogía que rastrea el origen de la lucha entre los distintos poderes que han configurado nuestro específico sistema de verdades. La reflexión filosófica estriba en una lectura lenta de nuestro régimen de funcionamiento para desentramar aquello que se oculta deliberadamente. La tarea crítica nos permite entrecomillar lo evidente para aflorar lo marginado. La maniobra más audaz del poder es la necesidad de un orden para la convivencia humana, mientras la reflexión filosófica genera más incertidumbres que certezas. Realmente, la historia de la ideas nos demuestra que el proceso de vaciado de lo vigente, iniciado por la mayoría de los ideólogos, es una argucia para instaurar un nuevo régimen de verdades más adecuado.

La crisis actual pone de manifiesto las grietas del orden vigente, de unas correlaciones de poder contradictorias, que no son capaces de dar respuesta a las demandas de sus miembros. El poder ubicuo se comprende en la medida que el hombre se alegra cuando su poder aumenta y se entristece cuando disminuye. Realizar una distinción entre el poder benéfico que nos proporciona autonomía y el poder maléfico de utilizar a las otras personas para nuestros proyectos es difusa por nuestra intrínseca sociabilidad. Nuestra identidad es indisoluble a la pertenencia a una determinada comunidad.

Esclarecemos el doble sentido del poder:

a.- Poder sobre alguien, a la capacidad de dominarlo

b.- El poder de hacer algo, de ser potente.

La importancia de la acción, de la posibilidad de cambio se funda en el mismo dinamismo íntimo que posee la vida: tiende a extenderse, a expresarse, a ser vivida. Fromm entiende que cuando la tendencia se ve frustrada, la energía encauzada hacia la vida sufre un proceso de descomposición y se muda a una fuerza dirigida hacia la destrucción. La hostilidad se puede explicar como un producto de la vida no vivida.

Cuando el poder se hace difuso, como en nuestras sociedades, su capacidad ansiolítica se desvanece. Ante la crisis actual no sabemos muy bien quien toma las decisiones porque a los que ejercen el poder nadie les pide responsabilidades.

Si entendemos la libertad psicológica como la posibilidad de liberarse de controles externos, apuntalando los controles propios implica lo que podríamos llamar la maduración de la “fuerza individual”. La preponderancia de una “fuerza pública” difusa y plenipotenciaria puede ser un obstáculo para nuestro autocontrol personal. La hipótesis más plausible es plantearse la educación como el camino más conveniente para imprimir el gusto por la independencia personal.

Vamos a señalar tres ideas fundamentales que incluye la democracia para dilucidar un modo posible de alcanzar cierta “maduración individual”:

a.- Democracia social: estado social de igualdad.

b.- Democracia política: participación de los ciudadanos en la política

c.- Democracia liberal: diferentes poderes que se controlan.

La democracia como sistema político implica la idea que un poder sin contrapesos tiende al absolutismo. La sociedad civil puede agrupar a unos individuos, que aislados serían insignificantes. Tenemos dos alternativas:

a.- Unirse al mundo en la espontaneidad del amor y el trabajo creador

b.- Buscar alguna forma de seguridad que con unos determinados vínculos destruirían su libertad y la integridad de su yo individual.

Fromm entiende que la estructura de la sociedad moderna afecta simultáneamente al hombre de dos maneras:

a.- Lo hace más independiente y más crítico

b.- Lo hace más solo, aislado y atemorizado.

La sociedad civil puede ser el antídoto para alejar al individuo del aislamiento y de sus temores. La independencia es un proceso arduo que se construye en la medida que somos capaces de desembarazarnos de las dependencias que nos atan. La distinción entre una libertad positiva ─la posibilidad de realizar un proyecto que se considera valioso para el conjunto de la sociedad o de la humanidad─ demanda de la pasión por el poder, mientras una libertad negativa ─la no interferencia por parte del poder público en mis proyectos individuales─ conduce a una cierta repugnancia hacia el sometimiento o el ejercicio del poder. La pregunta más acuciante ¿qué tipo de poder estamos dispuestos a otorgarnos para contrarrestar el poder ubicuo de una “fuerza pública” difusa y plenipotenciaria?