viernes, 14 de diciembre de 2012

Poesías diciembre del 2012


Fabuladores

Ficciones que intuimos necesarias
Permanentemente esclavos de nuestras propias invenciones
Ansiamos creer, habitar en nuestros espejismos
Como pequeños dioses providentes amañar los aconteceres.
Finalmente, fabuladores que denuestan sus fábulas.
Creadores engullidos por sus propias obras.
Nacer para vivir, existir para morir.

Genialidad

Lento y atento reflexionando
Rápido y letal ejecutando
Semidiós desterrado
Con miradas presentes extraño
Con lejanías póstumo

Santificación del poder

Apariencia de poder, luces que iluminan el centro del círculo
Drama público para un personaje hierático y suntuoso
Rituales encorsetados para los mortales
Entidad sagrada que mitifica a los perecederos
Un carisma redentor sin rutinas, ajeno al diapasón de los tiempos

lunes, 3 de diciembre de 2012

El autocontrol: el dominio de nuestros hábitos.


A menudo, las metas sensatas a largo plazo (dejar de fumar para siempre, no beber en exceso, hacer ejercicio) entran en conflicto con la tentación de los placeres inmediatos (fumar un cigarrillo, beber hasta la extenuación, apoltronarse en el sofá). Resistirse a la tentación requiere de cierto autocontrol, de la capacidad de anteponer los objetivos a largo plazo a las recompensas inmediatas u otros obstáculos. Las preguntas que nos realizamos son las siguientes:
a.- ¿Cómo es posible que el ser humano se rinda a la tentación, comprometiendo con ello sus propios intereses?
            b.- ¿Qué circunstancias favorecen el autocontrol?
            c.- ¿Cómo puede reforzarse?

Dos sistemas de procesamiento de la información

Partimos del presupuesto que el individuo se ha comprometido a cambiar su comportamiento. Una dosis de autocontrol resulta una virtud, ya que puede proteger a la propia persona, así como salvar a otras de las consecuencias negativas originadas por un comportamiento impulsivo.
Hoy en día, muchos investigadores creen que el autocontrol puede describirse en términos de conflicto entre diversos agentes o sistemas psicológicos.  Existen dos sistemas de procesamiento de la información: el impulsivo y el reflexivo.
a.- El impulsivo consta de conexiones asociativas que aseguran un procesamiento de la información automático y de ahorro de recursos. La magnitud de los impulsos varía en función de la personalidad, del estado de necesidad homeostática y de la experiencia previa.
b.- El sistema reflexivo se encarga de la planificación y de valorar las consecuencias de la conducta. Resulta más elaborado y costoso; también demanda aquellos recursos que a menudo resultan limitados: tiempo y capacidad de memoria. Se ponen en marcha siempre que una persona se proponga una meta a largo plazo.

Objetivos a largo plazo

Hay un recurso en la página web http://www.stickk.com/ del profesor Dean Karlan e Ian Aynes que se ha ideado para lograr objetivos a largo plazo. El grado de autocontrol depende de la interacción entre diversos factores. El modelo de sistema dual proporciona diferentes trucos:
1.- Sea consciente de los riesgos y consecuencias negativas que pueden comportar a largo tiempo la conducta indeseada.
2.- Aumente el compromiso personal, explicando, por ejemplo, cuáles son sus objetivos a sus amigos.
3.- Transforme los objetivos abstractos en pequeñas etapas que hay que cumplir.
4.- Alégrese de los logros parciales y la consecución por etapas.
5.- Elabore propósitos del tipo “si-entonces”
6.- Sustituya las antiguas costumbres por otras nuevas
7.- Modifique sus impulsos mediante la asociación del aspecto externos de las tentaciones con estímulos negativos.
8.- Reflexione sobre qué situaciones representan un gran riesgo para usted y, en la medida de lo posible, trate de evitarlos.
9.- Mejore su autocontrol mediante el entrenamiento de su memoria de trabajo.
10.- Procure realizar suficientes pausas y momentos de descanso con el fin de restaurar sus recursos cognitivos.

El camino hacia la autorregulación pasa, sin duda, por aprender a controlar las tentaciones.

martes, 27 de noviembre de 2012

La psicología positiva: autonomía y responsabilidad


Nuestra organización social

Podemos empecinarnos en buscar una metáfora (o concepto) para definir nuestra organización social, pero ineludiblemente tendremos que obviar determinados aspectos de la realidad para no hacerla muy porosa. Bauman nos ha propuesto la sociedad líquida, Beck la sociedad del riesgo, unos la sociedad en la red, otros la sociedad globalizada o la sociedad de la incertidumbre. Lo cierto es que la mayoría de las metáforas (o conceptos) insisten en la responsabilidad y autonomía del sujeto. Podemos argüir que es una libertad aparente, que no podemos gobernar nuestra vida y que nuestra obra personal es una quimera. Sin menoscabar la posibilidad de construir un relato distinto, desde el Renacimiento y la Ilustración se ha acelerado el mandato de Píndaro “llegar a ser lo que eres”. Así, el individualismo puede ser una de las vetas más fructíferas para comprender nuestras sociedades occidentales. Por otra parte, las organizaciones han comprendido que son eficaces en cuanto el individuo (trabajador, funcionario, o ejecutivo) de modo autónomo y espontáneo se siente identificado con los objetivos de la organización (aunque cambien constantemente)

La psicología positiva: una forma de conceptualizar la individualidad

Sin autonomía y responsabilidad no hay posibilidad de plantearse una psicología positiva. Los planteamientos de la psicología positiva coinciden con lo que podríamos denominar un individualismo positivo. Podemos plantearnos los siguientes rasgos:
a.- Autodeterminación. El individuo es el artífice de su propio destino y debe recorrerlo a su manera, con relativa independencia del éxito y la felicidad de los otros.
b.- Autoconocimiento. No se trata tanto de un “conócete a ti mismo” socrático para ser virtuoso, más bien es un autoconocimiento práctico para alejarse de la infelicidad.
c.- Automejoramiento. Se trata de ser más y mejor. Tenemos que potenciar nuestras fortalezas, es un conocimiento interesado.
d.- Auto-responsabilización. La búsqueda de la felicidad es un imperativo moral. El único responsable de los éxitos y los fracasos es el individuo.
e.- Autocontrol. El pensamiento tiene que servirnos para encauzar nuestras emociones negativas.
Seligman y Csikszentmihalyi reconocen que la fundamentación de la psicología positiva es ecléctica. Algunos autores han puesto en duda la objetividad y universalidad de la noción de felicidad y bienestar. Lo cierto es que el pensamiento de la psicología positiva se enclava en un momento histórico determinado y, por consiguiente, sería muy atrevido pensar que expresa dimensiones naturales (de especie). La psicología positiva, tal como se ha expandido en Occidente, se asienta en un determinado “tipo de ser humano”.

“El tipo de ser humano” que hay en el trasfondo de la psicología positiva

En la psicología positiva hay un claro envite a la “interioridad”. La mayoría de sus preceptos enfatizan la autosuficiencia, propiciando un cambio “mental” que puede hacer que los individuos se abstengan de la necesidad de lidiar con las estructuras sociales y organizacionales. La insistencia en que la conquista de la felicidad atañe a cada uno (su propia responsabilidad) puede alejarnos de la posibilidad de un pensamiento crítico para transformar el “estatus qua”. En cierto modo, la psicología positiva –especialmente con la proliferación del coaching en muchas  organizaciones- es un instrumento muy útil para el capitalismo de consumo. La construcción de la individualidad se fragua en la comunidad y, por lo tanto, la individualidad no es una entidad previa a su construcción social. La psicología positiva, más allá del ámbito académico, se ha convertido en objeto de consumo para adaptarnos al “estatus qua”. Parece ser que hay algo propio de especie (natural, no histórico) que nos empuja a sostenernos en creencias. Cuando los grandes relatos se licuan –la divinidad, la verdad o la justicia- brota la necesidad de bucear en nosotros mismos, de “llegar a ser lo que somos”.  “El tipo de ser humano” que sostiene a gran parte de la popularizada psicología positiva es un ser adaptado a las condiciones –que busca en su propia “mirada” la felicidad-, que se abstiene de construir un “gran relato” sobre el orden de los acontecimientos.       
    

viernes, 5 de octubre de 2012

Interpensar, una forma de comunicación


Interpensar.

Meil Mercer en su libro “Palabras y mentes” nos propone el concepto de interpensar. Su tesis fundamental plantea que el lenguaje es un instrumento para pensar colectivamente, es decir para interpensar. Si entendemos, como Wittgeinstein ha enfatizado, que “los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo” y que “inventar un nuevo lenguaje es inventar una nueva forma de vida” tenemos que partir de la hipótesis que en todo acto comunicativo existe un determinado “juego del lenguaje”. Un juego lingüístico que implica que todos los jugadores, explícitamente o implícitamente, aceptan unas determinadas reglas de juego. La mayoría de los malentendidos emergen cuando no nos esforzamos por una comprensión mutua. Así, pensar requiere del dialogo, en el sentido socrático o interiorizado con uno mismo, en donde el concepto de comprensión adquiere un papel protagónico.

Explicación o comprensión

Explicar es reducir algo a otra cosa, reducción en la cual en última instancia se reemplaza una cosa por otra (entre ambas cosas la explicación pretende haber encontrado un lazo). La comprensión, como ha sido teorizada por Max Weber, pretende desmenuzar la vivencia, sin renunciar a la explicación causal. Las ciencias naturales explican porque con un lenguaje bajo las condiciones de objetividad, replicabilidad y exactitud plantean hipótesis explicativas que a la luz de la experiencia se aceptan o se rechazan. Las ciencias humanas al tener que lidiar con sujetos tienen que asumir, como bien ha teorizado Quine, que “la verdad en sentido general depende a la vez del lenguaje y del hecho extralingüístico

Los hechos extralingüísticos

Sin tener en cuenta los hechos extralingüísticos no podríamos comprender las proposiciones lingüísticas. Ejemplo de ello son las expresiones exofóricas, es decir, palabras como “esto” o “allí” que hacen referencia a cosas presentes en el contexto físico de la conversación, o la experiencia pasada compartida de los que se comunican. De este modo, la comprensión en un acto comunicativo está limitada por la cantidad de conocimientos pertinentes que nos permitan realizar la contextualización. A diferencia de la explicación, que cimienta su objetividad aislándose del contexto, la comprensión implica un pensamiento contextualizado.

Marco de referencia común

La comprensión de un interlocutor dado presupone la existencia de un “marco de referencia común”, que tanto puede ser explícito como implícito. Las palabras contienen una sarta semántica –y emocional- que van delimitándose en el transcurso del acto comunicativo. La comprensión esta condicionada por el esclarecimiento de lo que queremos decir cuando emitimos palabras, que si bien tienen un significado normativo su polisemia contextual esta escandalosamente determinada por el “juego lingüístico” –marco de referencia común cuando hay comprensión- de los interlocutores.  

Malentendidos en los actos comunicativos

Gran parte de los malentendidos de los “juegos lingüísticos” son debidos a que sus reglas son implícitas. El diálogo empático sería lo que nos permitiría explicitar lo que se asume implícitamente. Existe una comunicación auténtica cuando somos capaces de asumir valores compartidos. Los valores nos sustentan porque determinan tanto nuestras emociones, como nuestros pensamientos y acciones. Una empatía profunda implica llegar a un acuerdo sobre los valores que compartimos. Aflorar los valores nos permitirá reconocer las cadenas que nos limitan y llegar acuerdos para tomar una determinada dirección.

La persuasión y la argumentación

El objetivo final de la persuasión y la argumentación es convencer. La argumentación se asienta en la demostración y la objetividad, mientras se persuade cuando incidimos en el estado psicológico del persuadido. En la práctica tanto utilizamos la persuasión como la argumentación, pero se resuelven los problemas cuando reconocemos las motivaciones y emociones que nos impelen. Ortega y Gasset afirmó que “en las creencias estamos, mientras las ideas las tenemos” porque entendió que un acto comunicativo auténtico implica hincar el diente a las creencias. Se produce una comunicación auténtica cuando somos capaces de dialogar sobre lo que creemos.

Una comunicación emocional

Una comunicación empática es la que es capaz de proponerse valores compartidos –un marco de referencia común- explicitando lo tácito y, a su vez, argumentando para persuadir. Finalmente, tenemos que comprender que ante todo somos seres que sentimos y que tanto nuestros pensamientos como nuestras voliciones no se pueden desgajar de nuestras emociones.  




martes, 18 de septiembre de 2012

Poesías 18 de septiembre 2012


Platón

La palabra vacía me hiere
La vacuidad de la retórica me escuece
Desconfío de la belleza porque me fascina
Busco la perfección
Aspiro a un altar para la razón
Ordenaré el caos
Silenciaré a los disidentes
Fustigaré a los prófugos
Disciplinaré a los acólitos
Desconfiaré de las apariencias
Descubriré la luz de las sombras
Los escogidos intuirán directamente las ideas

Otear nubarrones

Una espesura de inclemencias
estepas, desiertos y secanos.
Un ruido ensordecedor
en un horizonte espeso, rojizo y tenebroso.
Risas hirientes y malévolas que atrincheran a los desheredados.
Llantos de los humildes  que se tiñen de incertidumbres.
Marionetas sin hilos con preguntas sin respuesta.

La distancia

No te veo aunque existas
Tu escuálido cuerpo me inquieta
Tu rictus compungido me aleja
No te miro para no dañarte
Tu semblante picado me hunde
Lejanía después de la cercanía
Un ser ajeno a mi vida

jueves, 13 de septiembre de 2012

Poesías del 12 de septiembre 2012

Ser contigo lo que soy.

Buscándote no te encontré
En silencio habitabas en tu guarida
Buscándote no te vi
Con mis repetidas nimiedades te obvié
Decidí dejar de buscarte para mirarte
Mirándote te observé absorta en tu quehacer pulcro y pulido
Con la fuerza de mis entrañas titubeante te desee
Con la saliva sudorosa me acongojé
Decidí dejar de mirarte para amarte
Un día luminoso te buscaré
Seré capaz de ser contigo lo que soy

El final abrupto

El final abrupto me dolió
Martilleó certeramente mi maltrecha identidad
No pude verte como te ibas yendo
Trajinaba maquinalmente por desidia y cobardía
Me dijiste que el manto de la cotidianidad nos cubrió
De pronto, éramos extranjeros, seres de lejanías
El músculo que nos unía se resquebrajó
Te fuiste porque estabas cansada
Te marchaste sin espavientos, con un silencio doliente

jueves, 30 de agosto de 2012

Los criterios éticos globalizados: una realidad o un artificio



La ética trata de dirimir si una acción es buena o mala. Por una parte podemos plantearnos una ética descriptiva, que describe los criterios de los hombres o de una sociedad. Por otra parte, la metaética se ocuparía de las bases y las estructuras de los juicios morales. Por último, una ética normativa se preguntaría por la posibilidad de fundamentar los criterios de valoración de la acción.
Kant se planteó tres preguntas fundamentales: ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar?.  La ética no puede disociarse del momento histórico en que se gesta y de los procesos sociales que la determinan. La realidad social plantea constantemente nuevas cuestiones que nos obligan a volver a pensar sobre la vigencia de nuestras normas éticas. La mayoría de las éticas, principalmente antes de la década de los ochenta, ha tenido pretensiones universalistas. Un mundo en constante interrelación nos obliga plantearnos: ¿es factible defender un criterio ético universal con las diferencias existentes entre religiones, culturas o tradiciones morales?
Todas las éticas materiales se han gestado en un ámbito territorial determinado para responder a los retos que se le planteaban. Una ética formal, como la kantiana, que propone unas reglas formales para las conductas éticas (“actúa de tal forma que tu conducta pueda ser universalizable” o “mi libertad acaba donde empieza la de los demás”) comporta graves dificultades para traducirse en una ética normativa.
Hay tres formas de argumentación cuando nos planteamos la pregunta sobre si es posible fundamentar normas universalmente válidas globalmente. La primera sería la relativista, que afirma que no hay normas universalizables a escala global. La segunda, la comunitarista, que aunque acepta la diversidad –condicionada culturalmente- reconoce una moral mínima más allá de las diferentes culturas. Por último, la universalista que defiende la existencia de unos criterios éticos universalmente válidos.
La postura relativista implica renunciar a una ética normativa universal, aunque se afana por circunscribir las normas éticas al contexto social en el que emergen. Fue Herder (1744-1803) quien señaló que la historia y el desarrollo de cada cultura son siempre algo único. La fisura de esta concepción proviene de la constatación que los hombres de distintas culturas podemos comunicarnos. A pesar que la comprensión de otras culturas siempre es limitada, un acercamiento mutuo entre ellas es una realidad constatable en la realidad actual. De hecho, nos hemos dotado de instituciones globales (protección del medio ambiente, en el ámbito de la salud, del comercio mundial…) que se sostienen en unos valores éticos normativos compartidos. Por otra parte, los relativistas tendrían dificultades para condenar modelos de comportamiento propios de otros contextos culturales.
La postura comunitarista, en base a su prudencia, acepta la diversidad y busca unos criterios tenues o débiles –que permitan los hechos diferenciales- de una ética normativa universal. Su intuición fundamental es que el hombre no puede concebirse como un individuos aislado. Frente al relativismo cultural sostienen que existe una moral global: una especie de común denominador de las comunidades que participan en un proceso constante de comunicación mutuo. Superando el aislamiento ingenuo de los relativistas, su fisura es que no dejan claro qué ha de incluirse en esta moral universal, cómo se forma o cómo puede fundamentarse.
La universalista se ha bifurcado en la utilitarista y la liberal. La utilitarista, con base a la fórmula de Bentham, propone que el fin éticamente justificado es el logro de “la mayor felicidad para el mayor número”. Una ética normativa la tenemos que valorar siempre desde el punto de vista de su utilidad. La utilidad es un criterio formal que abre la perspectiva universal. Esta visión es la mejor aliada de la lógica económica, pero le resulta difícil en el planto global explicar qué debe entenderse por utilidad. La mayoría hace un uso de un concepto de utilidad basado en el consumo, por lo que en última instancia entiende la utilidad en términos monetarios. La herida más sangrante para los utilitaristas es que no prestan atención a las cuestiones de distribución en el seno de una sociedad o en de la comunidad mundial. La liberal afirma que existen unos criterios de acción universales partiendo del individuo concreto. Tiene ventajas porque se abstrae de realizar juicios de valor (lo que cada uno haga con su vida privada no se puede enjuiciar éticamente). Aceptan el pluralismo, pero se asientan en una concepción fundamentalmente occidental que prioriza al individuo y un cierto concepto unitario de la razón.
Podemos plantearnos criterios éticos globalizados tanto de una posición comunitarista como de una posición universalista. Si somos cautelosos con la posición utilitarista por su excesivo anclaje en la lógica capitalista nos queda la posición comunitarista y la liberal. Así, es plausible plantearse que el nervio que alimenta esta reflexión es aunar la idiosincrasia (de cada sujeto –en donde se asientan más los liberales- o pueblo –donde se asientan más los comunitaristas-) con la posibilidad de construir unas normas éticas universales que nos permita identificarnos como seres humanos y establecer transacciones comunicativas en base a unos valores compartidos.


miércoles, 22 de agosto de 2012

La vitalidad de la sociedad civil.


Si abandonamos la idea de una verdad absoluta, el pensamiento es una actividad; un movimiento, esforzado y vacilante, por el que nos vamos desprendiendo de la verdades vigentes para buscar otras reglas de juego. Así, la filosofía es una esfuerzo por desplazar el marco de pensamiento reinante y modificar los valores establecidos para atrevernos a pensar de otro modo.
El relato histórico sobre los acontecimientos globales de los últimos 200 años ha pivotado sobre los Estados nacionales y sus representantes. La característica fundamental del Estado nación es su soberanía, su derecho a la autodeterminación. Una soberanía interna –toma sus decisiones autónomamente y organiza su vida política interna de forma independiente- y una soberanía externa –establece relaciones diplomáticas con otros estados o se integra en organismos internacionales-. Kant nos ha legado el marco de pensamiento que implica que los procesos globales son el resultado de la interacción entre Estados o de su cooperación ante los problemas emergentes. Podemos comprender esta concepción de la globalización como internacionalización.
Hoy podemos plantearnos dos fugas en el marco de pensamiento de la internacionalización: el Estado nacional ya no es el único actor en el plano global y el concepto de soberanía ha sufrido una fuerte transformación. Desde la perspectiva externa la soberanía de los Estados nación está sometida a la aprobación constante de otros actores (organismos internacionales, tribunales internacionales, agencias de rating o organizaciones no gubernamentales). En el plano interno una dirección vertical y jerárquica ha sido desplazada por una política de redes en donde se implican grupos de presión muy distintos (multinacionales, medios de comunicación, asociaciones de vecinos o deportivas…). La separación, que antes parecía tan clara, entre política exterior y política exterior se desvanece. Los procesos de globalización han afectado tanto a la soberanía interna como a la externa. La globalización no puede describirse única y exclusivamente como una relación internacional de Estados soberanos.
La teoría de sistemas de Niklas Luhmann ha propuesto que las sociedades modernas se diferencian en distintos sistemas parciales (el sistema de la economía, de la política, el derecho, el arte o la ciencia). La idea fundamental es que cada sistema desarrolla su propio código de comunicación: para la política lo fundamental es gobernar/no gobernar, para la  ciencia verdadero/no verdadero, para la economía tener/no tener, para el arte bello/feo. Una lógica binaria, que según Luhmann, traspasa las fronteras nacionales: la comunicación sistémica de la economía o de la ciencia se desarrolla por encima de cualquier frontera tradicional. El nuevo marco de pensamiento comporta que la globalización consiste en sistemas mundiales.
La perspectiva teórico-sistémica es muy explicativa, pero podemos situar su fuga en su silencio sobre las acciones humanas concretas. Por su afán por explicar la sociedad mundial se olvidan que un grupo de personas organizadas en torno a un propósito común, sin constituir un sistema, pueden ser actores en la realidad global. Otra fuga, es obviar que los sistemas mundiales están siempre anclados y marcados culturalmente.
Fue Marx quien subrayó con insistencia que el capitalismo tiende por naturaleza a expandirse globalmente. La lógica del capital determina tanto la lógica política como la social. La fuga marxista es su exclusiva consideración de los factores económicos: las dimensiones culturales, religiosas o políticas se minimizan y se subordinan a la dimensión económica. Tanto la teoría de sistemas como la marxista conceden muy poco valor a las posibilidades de la acción política.
Una forma fructífera de plantearse la globalización es poner en el centro de la reflexión la vitalidad de la sociedad civil. Ha sido Tocqueville, un liberal de nueva especie como le gustaba llamarse, quien comprendió que la sociedad civil podía dar voz a los individuos ante un estado todopoderoso o una sociedad globalizada que nos uniformiza a todos.  Las asociaciones libres son una prolongación de las cooperaciones y son todas las formas de unión libre de ciudadanos que conforman la vida social. Su legado es darnos cuenta que para la democracia es imprescindible el libre juego de los grupos más dispares en el espacio público. En términos modernos podríamos entender que el “capital social” determina la calidad de las democracias. En relación a la globalización, el pensamiento de Tocqueville expresa que junto al Estado y más allá del espacio privado, en las sociedades se forma un espacio público. En él los ciudadanos se relacionan, expresan sus intereses y buscan un equilibrio con los otros grupos de interés.


miércoles, 1 de agosto de 2012

La esclavitud de nuestros prejuicios.


Los prejuicios

Prejuzgar una persona consiste en emitir juicios antes de conocerla. Por economía cognitiva y por una cierta placidez emocional tendemos a clasificar a las personas en una primera instancia. Así, nuestra “primera mirada” esta tamizada por nuestras creencias, situándonos en una determinada posición. Nuestra posición principalmente depende de las creencias sobre nosotros mismos, en cuanto siempre “miramos” con nuestros ojos.

Nuestra posición

Albert Bandura acuñó el concepto de autoeficacia. Dicho término se refiere a la confianza que posee una persona en conseguir un objetivo y que afecta en la consecución de este, es decir, en el propio rendimiento. Las personas con autoeficacia baja se rinden con facilidad ante las dificultades o incluso deciden de entrada no abordar el desafío. Las creencias sobre nuestra autoeficacia forman parte de nuestra autoestima.
En la práctica tendríamos que plantearnos que los profesores, directivos y entrenadores deberían reforzar la autoimagen de sus alumnos, trabajadores y deportistas, respectivamente. Si contribuyen a evitar los fracasos y las estigmatizaciones, el rendimiento de los aprendices mejorará notablemente.
La autoestima es un concepto amplio que incluye  factores emocionales (yo siento), cognitivos (yo pienso) y conductuales (yo hago). En la práctica estos factores se entremezclan constantemente, retroalimentándose los unos con lo otros. De esta manera, podemos comprender cómo fracasos en la edad temprana producen un desaliento permanente en algunas personas. Por otra parte, podemos dilucidar cómo nuestros prejuicios sociales o estereotipos estigmatizan a determinados personas o grupos sociales. Nuestra autoestima influye tanto en nuestro rendimiento personal como en los juicios que tenemos de los otros. Al juzgar a los otros lo que hacemos es plantearnos unas determinadas expectativas sobre su autoeficacia.

La posición de los otros

Cuando nos invade el miedo o dudamos de nosotros mismos aumenta nuestra sensibilidad a los estímulos que anuncian fracaso. La posición de los otros depende de las creencias de cómo ellos apuntalarán o derruirán nuestra autoestima.  Las emociones básicas que subyacen son el miedo y la alegría: el miedo ante el peligro o la alegría ante un nuevo reto.
Ingenuamente nos sostenemos en la creencia que la imagen que proyectan los otros se corresponde a las expectativas que tenemos sobre los actos que son capaces de llevar a cabo. Ejemplarmente, sentimos alegría cuando estamos enfermos y una persona con una bata blanca nos examina, pero sentimos miedo cuando, en la misma situación, somos examinados por una persona vestido de mecánico. Así, podemos plantearnos estereotipos más sutiles como que las mujeres conducen peor o que los asiáticos son más trabajadores. La mayoría de la ocasiones nuestros estereotipos sociales son automáticos, es decir son formas aprendidas de supervivencia.

Superar los estereotipos

Dialogando podemos resquebrajar los estereotipos sustentados en el miedo y sustentarnos en la alegría por la existencia del otro. La alegría es una emoción que nos hace abiertos a la experiencia y nos permite la constante posibilidad de cambiar de posición. Spinoza definió el amor como “alegría por una realidad exterior”. Es posible que nuestro peor enemigo habite en nuestro interior porque no somos capaces de ser amables con nosotros mismos. Cuando somos capaces de querernos podemos emprender la aventura de querer a los otros.

miércoles, 25 de julio de 2012

Poesías de Julio 2012

La fuga.

Después de la emoción el silencio
y el mundo compacto se ha hecho vacío.
Hurgando inssistentemente en mi herida me he hundido
y relamiéndome en la ausencia me siento perdido.
Todo o nada
Se esfumó con su aire dañino
Agazapaba su espada en su risa
y me atravesó sin recato.
Nada o todo
La quietud de la derrota
y el sueño por la próxima victoria


La provisionalidad.

Hechos de retazos los hechizos nos inundan.
Lo fragmentario habita en un perpetuo movimiento
Dios no se revela en el mundo
Yo soy mi mundo
Un espectro fugaz de provisionalidad.

La muerte.

No podemos vivir nuestra propia muerte,
es ajena a nuestra propia vida.
Es inofensiva y nos ofende,
es un hecho alejado de la vida.

El apasionado.

Alienado, desposeído, perdiéndose a sí mismo.
La soberanía de la razón se desvanece con la pasión.
Aquello, que por su fortaleza me doblega.
Escoger la libertad de no ser libre. 

Pensar la ambigüedad

“Mi alma ha perdido la posibilidad. Si pudiera desear algo, no desearía ni riqueza ni poder, sino únicamente la pasión de la posibilidad; desearía tener un ojo, que eternamente ardiendo de deseo, pudiese ver la posibilidad”.
Kierkegaard.


Harpur sostiene la tesis que “la literalización de la naturaleza significó la ruptura de su ambigüedad” . En los albores de nuestra tradición cultural ya se ha planteado la distinción entre el mundo de la episteme (ciencia) y el mundo de la dóxa (opinión). Para Platón sólo los filósofos pueden desencadenarse de las cadenas del mundo sensorial para alcanzar la noesis (intuición directa de las ideas (eidos-formas-episteme). Una lectura atenta nos muestra que en la metáfora de la línea (eskasia-percepción, pistis-creencia, dianoia-conocimientos matemáticos- y noesis) hay una jerarquía y presupone que pensar es un modo de ascender como en una escalera para alcanzar el mundo de las ideas. Hay una cautela en relación al mundo sensorial, ya que las sombras nos atan en un mundo repleto de interpretaciones de un supuesto modelo que no nos es inmediato en nuestras percepciones del acaecer. Acertada es la visión de Nietzsche que piensa que el filósofo es el maestro de la lectura lenta, cuya misión es proporcionarnos unas lentes para volver a mirar sosegadamente lo que vemos. Harpur entiende que “la distinción entre modelo y realidad es desesperadamente borrosa”, y, por consiguiente, desde mi punto de vista, pensar es ir a tientas con la borrosidad que nos proporcionan nuestras experiencias.
Hay una tendencia universal en los seres humanos a dividir el mundo en dos, es decir, a clasificar el mundo en pares. El mismo principio de no contradicción (un cosa no puede ser A y no A) es la piedra angular de la racionalidad occidental. Filosóficamente podríamos definir la analogía (para diferenciarla de la metáfora) como semejanza barajada con desemejanza, así mientras las relaciones que se establecen entre las metáforas se fundan en la imaginación (o si queremos un acuerdo, explícito o implícito, de una determinada cultura), las relaciones analógicas presuponen una cierta relación constitutiva entre los términos. Esta definición de analogía es de claro abolengo aristotélico-tomista, presuponiendo que hay un modo posible de acercarse al verdadero pensamiento a través de la analogía entre los concretos existenciales y la revelación. Podemos plantearnos la analogía, eliminando las connotaciones teológicas, como una forma de preservar la ambigüedad, en cuanto damos cabida simultáneamente a la semejanza y a la desemejanza. Así, pensar no sería un intento denodado por agotar todas las posibilidades (las desemejanzas); sería una forma de señalar un camino de posibilidades (semejanzas), con la conciencia que pueden existir otros caminos.
La reivindicación de este tipo de analogía nos acerca a la psicología analítica que pretende comprender la historia del alma a través de los mitos. En este ensayo, pertinente para la asignatura, no voy a explorar la distinción entre lo histórico y lo mítico, me voy a plantear algo análogo que es la distinción entre literal y metafórico en relación al pensamiento.
Mi punto de partida es kantiano, pues asumo que los límites es el primer eslabón que nos permite esto que llamamos pensar. Este ensayo presupone volver a filosofar de la mano de Wittgenstein, asumiendo que una de las funciones primordiales de la filosofía es suprimir malentendidos, como él mismo nos ilustra “mostrarle a la mosca la salida de la campana atrapamoscas”. Wittgenstein es el que ha emparejado más sólidamente los dos conceptos fundamentales de nuestra asignatura: el pensamiento y el lenguaje.
Nietzsche ha sido el filósofo que más lucidamente ha tenido la conciencia ligüística del pensamiento. La triada de pensadores de la sospecha, Freud, Marx y Nietzsche, nos han levantado del letargo de la literalidad y nos han obligado a zambullirnos en las entrañas de nuestras certezas. Nietzsche es consciente que al hablar redondeamos, despreciamos los decimales y, por lo tanto, su genealogía (que trata de rastrear la metáfora originaria de una verdad que sostenemos porque hemos olvidado su verdadero origen) es pertinente a modo de comprender la contextualización de toda reflexión. Con ellos podemos pensar en el origen de todo pensamiento es metafórico, mientras lo literal es un modo de expresión exclusivo de nuestra sociedad occidental. Posiblemente no hay modo de liberarnos de nuestras cadenas (metafóricas), pero siendo conscientes de estás podremos pensar de otro modo.
Pensar es reducir a unidad lo diverso, y en occidente nos han enseñado a pensar en términos de Unidad (es una condición necesaria de lo literal). Quizás como sostuvo Nietzsche no podemos pensar de otra manera mientras no destruyamos la Gramática y la Lógica (la eterna ficción para el filósofo alemán). . La unidad presupone clasificar el mundo en pares, ya que por ejemplo si es blanco no es negro, o si es mujer no es hombre. Pensar es establecer fronteras, pivotes que señalan claramente los límites. La paradoja surge cuando sabemos que pensar, al mismo tiempo, es mover los límites, situarse en lo fronterizo. Es así, como me ha inspirado la cita de Kierkegaard del inicio de este ensayo: la posibilidad implica el carácter histórico del pensar y la interna dimensión histórica del ser.
Heidegger establece la diferencia ontológica, entre el ser y el ente. El ente es el ser hecho presente y el pensamiento occidental es ontoteológico, es decir ha producido exclusivamente una metafísica de la presencia. El pensador alemán dia-loga con la tradición, porque nos remite a aquello que hay que pensar. Me acerco a Heidegger porque junto con Nietzsche comprendieron que la modernidad entendió el pensamiento como apropiación, mientras ellos la entienden como nihilismo. El nihilismo es la transformación del valor de uso en valor de cambio, y con ello la disolución de la lógica en la retórica.
La importancia de la retórica ya fue avistada por Aristóteles cuando afirma “prefiero lo no probable verosímil a lo probable no verosímil”. Parece ser que no hay otro modo que moverse en verisimilitudes, mientras pensar es un trabajo que profana las imágenes retóricas que se presentan como imágenes lógicas. Es en este punto de inflexión, donde Wittgenstein del “tractatus” anuncia su teoría pictórica.
El primer Wittgentein, mano a mano, con Russell reclaman la necesidad de un lenguaje bien hecho, lógicamente perfecto, cuya gramática permita distinguir entre distintos tipos de predicados. Para Wittgenstein la realidad y el lenguaje tienen algo en común, que es la forma lógica. Así, la teoría pictórica presupone que el lenguaje es una representación (bild, picture) de la realidad. En el “tractatus” no se nos dice lo qué es la forma lógica. La forma lógica no puede decirse o expresarse por medio del lenguaje, sino sólo mostrarse. A efectos prácticos para nuestra asignatura nos hace plantearnos que todo discurso sobre la relación entre el lenguaje y la realidad ha de ser un discurso sobre la forma lógica, que es lo común al lenguaje y a la realidad, pero curiosamente no podemos hablar sobre la relación entre ambos; lo único que podemos hacer es mostrar esa relación.
El “tractatus” comienza con una especie de mito de la creación: “el mundo es la totalidad de lo que acaece. El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas”, y termina con una exhortación mística al silencio frente a lo inefable, como si fuera una especie de teología negativa: “De lo que no se puede hablar mejor callarse”. Clasifica tres tipos de proposiciones: analíticas (que no dicen nada de la realidad, las conclusiones devienen de las premisas, deductivas), sintéticas (científicas, método experimental, inductivas) que son válidas y nos dicen algo de la realidad, y las metafísicas que no tienen sentido (en sus palabras son como una “rueda que gira en el vacío”). El primer Wittgenstein, inspirador del neopositivismo lógico, se preocupa por un lenguaje exacto y formalizable, rechazando el lenguaje ordinario (y más el filosófico) por considerar que es un embrollo del lenguaje. Tiene una posición mentalista, al igual que Locke, pues presupone que los significados deben poder estar inmediatamente presentes en la conciencia de cualquiera que sea capaz de asociar una determinada expresión con ellos.
En “Investigaciones filosóficas” parte de la tesis de la multiplicidad y relatividad de los lenguajes, los cuales se caracterizan todos por el uso que de ellos se hace en el habla común de los mortales. El cambio es evidente, ya no hay que preguntarse por el significado, si no por el uso. El lenguaje aparece como una “caja de herramientas”. Aquí habla de “juegos lingüísticos” para subrayar el hecho que el lenguaje es una actividad o una forma de vida. La misma matemática es un juego lingüístico, ya que hacer matemáticas significa actuar de acuerdo con ciertas reglas (“la matemática constituye una red de normas”). En definitiva, el lenguaje es un instrumento útil en diferentes situaciones, con capacidad infinita de generación de proposiciones. El significado del lenguaje depende del juego en donde se produce el hecho lingüístico.
Es con esta reflexión dónde el auténtico problema de la filosofía no reside en encontrar una pregunta dada, si no en encontrarle sentido. La filosofía no es sólo crítica del lenguaje; es crítica, disolución y superación de todos los prejuicios, releyendo todos los moldes estrictos del pensamiento. Me encuentro cómodo con esta visión de la filosofía, como una actividad que pretende abrirnos los ojos; es una visión. Fundamentalmente es un intento de descongelar hábitos de pensamiento para sustituirlos por otros menos rígidos y constrictivos. Con todo, no se puede olvidar que el liberador de hoy puede convertirse en el tirano de mañana.
Si el lenguaje es una caja de herramientas cada operario genera sus propios pensamientos. No hay un libro de instrucciones que nos indiquen una sola forma de construir, en cierto modo porque las herramientas son construcciones humanas para usarlas, en definitiva, para dotar de sentido al acaecer. Con las herramientas somos capaces de dar orden a las distintas piezas, pero no hay un orden inmutable porque somos engañados por las propias reglas que hemos creado.
La pertinencia del segundo Wittgenstein es que ha sido capaz de descubrir la profundidad de la convención en la vida humana; un descubrimiento que no solo comporta la convencionalidad de la sociedad humana, sino también de la naturaleza humana. Esta convencionalidad abre la “caja de Pandora” y con ello las inmensas posibilidades que tenemos para rastrear en nuestra historia el origen de nuestro pensamiento, para volver a pensar las mismas preguntas.
Mi insistencia en lo metafórico, en la ambigüedad y en la analogía no presupone que no me plantee la posibilidad de las elecciones racionales. Este último tramo esta urdido con la reflexión de Jon Elster. Elster define la elección racional como “cuando enfrenta varios cursos de acción la gente suele hacer lo que cree que es probable que tenga el mejor resultado general”. Esta definición presupone que la elección racional es instrumental porque está guiada por el resultado de la acción. Es pertinente la separación entre medios y fines porque una elección racional se ocupa de hallar el mejor medio para fines dados. La racionalidad es pura operatividad y, de un modo u otro, los fines son elecciones que dependen de las preferencias de los sujetos que los persiguen. Nos podemos plantear que nuestras creencias (valores preferenciales en base a decisiones) se fundan en hechos, pero es indudable que todas las creencias basadas en hechos se cifran en probabilidades y, por lo tanto, lo que hacemos al tomar decisiones, bajo un riesgo indudable, es maximizar la utilidad esperada.
Una constatación psicológica ajustada a las tesis de este ensayo es que los seres humanos tenemos un fuerte deseo de tener razones para lo que hacemos y nos resulta duro aceptar la indeterminación (ambigüedad). Para vivir se necesita un grado de irracionalidad en nuestro deseo. Es evidente que ser irracional y saberlo es un paso de gigante respecto a ser ingenua e impensadamente irracional. El auge de lo literal presupone atrapar los hilos que se deshilvanaban del pensamiento metafórico para seguir urdiendo nuestro atávico pavor a la ambigüedad.






























































sábado, 14 de julio de 2012

La libertad en tiempos de crisis


Una definición general de libertad sería la ausencia de impedimento, siendo libres cuanto no encontramos obstáculos que impidan nuestra actividad. En el trasfondo de esta definición subyace la idea del límite: cuanto menos límites se interpongan en nuestros deseos o proyectos más libres seremos. No podemos habitar en un mundo exento de determinaciones, de unos límites circunscritos al poder que disponemos. Los límites nos enmarcan en unos márgenes, que más allá de ellos estamos abocados a la servidumbre.
En las crisis los límites al contraerse minan nuestra libertad. Tenemos que distinguir dos ejes principales de la libertad: uno jurídico-político, en que el impedimento puede venir del exterior social; y otra que es interior a la persona misma del sujeto. En una crisis económica, que restringe los recursos disponibles, los límites provienen del exterior social. En la medida que la crisis económica se sostiene en el tiempo va socavando a la persona misma del sujeto.
La dimensión económica está siempre presente, no en vano Karl Marx sostuvo la tesis que la condiciones materiales pertrechan tanto nuestra conciencia colectiva como individual. Abogar por un pensamiento unilateralmente materialista puede ser tan falaz como sostenerse en un pensamiento exclusivamente idealista. En cierto modo, una apuesta prudente sería comprender que existe una circularidad entre nuestros valores (nuestra idiosicrática mirada de la realidad) y las condiciones materiales de la realidad misma, que al retroalimentarse constantemente nos impide distinguir las causas de los efectos.
En la antigüedad describieron el hombre libre, liber; como opuesto al del esclavo, servus. Esta libertad antigua comportaba derechos de ciudadanía o civiles, civis significa ciudadano. En la antigüedad la libertad era una potestad exclusiva de los ciudadanos y no poseían el sentido de privatización del sujeto, desligado de su comunidad, que nos han inoculado en las sociedades occidentales. Los filósofos griegos y romanos se plantearon la libertad interior o psíquica, entendiendo que la manía (locura en griego) se producía cuando la razón no conseguía dominar las pasiones del alma. El cristianismo, al considerar al ser humano como un ser de razón, le atribuye una libertad sin otro límite que el que a partir de la edad de la razón se impone a sí mismo por su consciencia moral. La pertinencia de una libertad interior o psíquica implica volvernos a plantear la pregunta de Locke, que no respondió: ¿De qué libertad dispone el sujeto que, por estar alterado su entendimiento, no puede deliberar consigo mismo?
Ha sido Montesquiu el primero en distinguir de una forma diáfana entre la libertad filosófica que consiste en el ejercicio de la voluntad y la libertad política que consiste en la seguridad. En los tiempos de crisis, que se definen por la inseguridad, la libertad política se soslaya en nombre de la supervivencia. Nos explican que no se trata de escoger entre los distintos valores enfrentados; por el contrario tenemos que hacer lo inevitable para que el sistema no se haga añicos. Al no poder evitar llevar a la práctica las medidas oportunas nos empujan a   olvidarnos momentáneamente de nuestra libertad política. Con la crisis podemos preguntarnos: ¿Sacrificar nuestra libertad en el presente nos posibilitará volver a gozar de nuestra libertad política una vez superada la crisis?
Fue después de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto político de crisis mundial, cuando se planteó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Desde una perspectiva filosófica fue Max Scheler (1878-1928) quien en su libro El hombre en el mundo propone definir a la persona como el centro a partir del cual el ser humano cumple los actos mediante los cuales objetiva su propio cuerpo y su propio espíritu en el mundo. Así, al final de la Segunda Guerra Mundial se acompañó de un gran debate sobre los derechos del hombre porque habían sido menospreciados durante la contienda. La crisis actual no es fruto de una Guerra Mundial, pero al primar la pervivencia de un determinado sistema económico por encima de la persona nos impiden nuestra libertad política por mor a unas circunstancias inevitables. En la medida que se desliga el ciudadano (libertad política) de la persona (libertad filosófica) nos tenemos que plantear: ¿Qué tipo de libertad nos queda?
Son momentos para reivindicar que todo sistema económico tiene que estar al servicio de las personas. Tenemos que volver a releer el primer artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho. Están dotados de razón y consciencia y deben actuar unos con otros con un espíritu de fraternidad”.

martes, 19 de junio de 2012

Análisis de la verdad, a propósito de Heidegger.




Una proposición es verdadera cuando refleja fielmente la realidad, es decir cuando es una figura pictórica fiel de la realidad que representa. Por un lado, podemos diferenciar una proposición verdadera de una falsa en cuanto una refleja adecuadamente la realidad y la otra la distorsiona. Por otro lado, una realidad es verdadera a diferencia de aparente, ilusoria, inexistente, etc.

Así, podemos decir que existe una verdad lógica (correspondencia con la realidad) y una verdad metafísica (opuesta a apariencia). Históricamente son los griegos los primeros que entienden que la verdad se oponía a apariencia, pero a su vez la entendían que era lo que permanece. Para los hebreos lo verdadero es lo fiel, lo que se cumple o cumplirá su promesa, mientras que para los romanos verdadero es lo que da confianza, lo confiable, en último término, la veracidad.

La idea que ha prevalecido es la de Aristóteles para quien la verdad es la correspondencia con la cosa. De Aristóteles ha derivado tanto el nominalismo, en cuanto sostiene que es el intelecto quien tiene que adecuarse a la cosa, y el realismo que sostiene la inversa, la cosa al intelecto.

Ha sido Heidegger quien se ha planteado la verdad desde su sentido original presocrático: la verdad como aletheia, que significa etimológicamente descubrir, hacer patente, sacar a la luz. Es con el logos como sacamos a la luz lo que permanece oculto., que ha sido traducido a lo largo de la historia como palabra, lenguaje, razón, fundamento, pero que literalmente significa permitir ver mostrando.

A la naturaleza le gusta ocultarse y con el logos como podemos descubrirla. Goethe poéticamente lo ha descrito: la verdad tiene algo de divino, porque ella no aparece en su forma inmediata, sino que hay que adivinarla desde sus manifestaciones.

El logos descubre y encubre la realidad. Como seres humanos tendremos que levantándonos de nuestro estado de caída -encubrimiento- hacía la apertura de las cosas y la autenticidad de la existencia. Heidegger pretende ir más allá de los presocráticos planteando que la esencia de la verdad es la libertad.

No entiende que la esencia de la libertad sea poder elegir entre uno y otra dirección y tampoco es la falta de amarras frente al poder o no poder hacer algo determinado. Libertad es dejar ser, pero no desde la indiferencia sino es un comprometerse dejando ser, de modo que las cosas puedan manifestarse en lo que son y como son.

lunes, 18 de junio de 2012

El lenguaje de los sentimientos.


Tenemos sentimientos cuando los experimentamos, cuando determinadas situaciones nos provocan. Así, lo que nos afecta nos hace amar, odiar, encolerizarnos o alegrarnos.  Una vez que la situación que nos afecta se desvanece el sentimiento, que le acompaña, muta o desaparece. Cuando nos referimos a sentimientos siempre utilizamos el presente indicativo: “siento tristeza”, “siento alegría” o “siento hambre”.
Cuando recordamos no se reproducen los sentimientos: el recuerdo de la pasión por un amor sublime puede hacernos apasionados, pero es una pasión distinta; el deleite que nos provocó un apetitoso manjar no surge cuando lo recordamos: es un sentimiento de otra índole. No tengo hambre cuando la rememoro que la tuve y no siento la gran pasión, aunque recuerde hasta el más nimio detalle, que sentí en las primeras semanas.
Todo sentimiento provoca otro porque como experiencia interna del sujeto se convierte en una realidad, que analiza y valora constantemente. Habitamos en una sucesión constante de distintos sentimientos: al principio podemos experimentar la cólera, después la alegría o el malestar por haberla sentido. Los sentimientos acompañan a la experiencia, pero perviven más allá de la experiencia propiciadora.
La mayoría de nuestro malestar psicológico proviene de un bucle vicioso emocional que nos condiciona a la hora de vivir nuevas experiencias.
Un ejemplo prototípico de un bucle emocional vicioso son las fobias: el fóbico no tiene miedo al objeto propiamente dicho –sin obviar que la relación con el objeto tiene, efectivamente, unas probabilidades de riesgo- sino el miedo al miedo a lo que pueda pasar. La fobia, que se inicia como una fobia concreta, se extiende hasta hacer del entorno un entorno fóbico. Para eludir el miedo evita el objeto y aparece la conducta contrafóbica. Su fobia limita el espacio de sus actuaciones y el sujeto se irrita con el miedo que le paraliza. Después la situación se hace crónica, se irrita consigo mismo y limita sus posibilidades de actuación.
Nuestros sentimientos nos permiten adaptarnos como sujetos en nuestro entorno psicosocial (simbólico). Como sujetos somos una estructura cognitivoemocional, que debido a su intrínseca versatilidad dispone de un abanico de yoes le permite adaptarse a la realidad. Nuestro contacto con la realidad es tanto cognitivo como emocional: en tanto que problema que resolver, es cognitivo y, en tanto que objeto de placer o displacer, emocional.
Por otra parte, las emociones se contagian en tanto que se gestan en un entorno social. Curiosamente las emociones negativas se contagian más que las positivas porque a nuestro cerebro interpreta una señal de alarma que le lleva a protegerse de posibles amenazas. Existe un lenguaje de los sentimientos para cada cultura, para cada comunidad o unidad familiar. Son en nuestras relaciones personales, principalmente en nuestra infancia, donde vamos adquiriendo en lenguaje emocional que nos acompañará en nuestra vida adulta. Como Erikson afirma: “en la adolescencia es donde se plasma la arquitectura sentimental, el orden emocional del sujeto, que, luego, de adulto, se rigidifica y se consolida perdiendo su versatilidad”
En cierta manera apostamos por unos determinados sentimientos. Nuestra relación con los otros es conflictiva en cuanto siempre planea la incertidumbre en relación a la intimidad del otro. En este sentido apostamos por un tono sentimental en base a la confianza. La confianza es una forma de estrategia sobre la base de datos cognitivos incompletos, es decir con los indicios que somos capaces de captar apostamos por un determinado tono sentimental. Si nos atrevemos a ser conscientes de nuestras apuestas -en muchas ocasiones inconscientes (“el pensamiento se dice, el sentimiento se expresa)- podremos conocernos mejor a nosotros mismos y relacionarnos amablemente con los otros. 

viernes, 15 de junio de 2012

La supervivencia de los estados-nación


El orden internacional actual se configura con base en el modelo heredado del siglo XIX: un conjunto de estados nacionales que pugnan unos con otros por conseguir su autonomía, afianzar su propia constitución y reclamar sus inherentes rasgos diferenciales. Si por un lado se entiende la modernización como integración, por otro surgen movimientos divergentes que aspiran a constituir su propio estado-nación con base en la reivindicación de una identidad que no se siente suficientemente representada. El proceso de integración avanza de la mano de la globalización económica y la sociedad en red, que conducen a una pérdida paulatina de los límites territoriales propios identificados con una etnia o cultura específica. Como consecuencia de este proceso de globalización económica e informativa los estados-nación pierden su poder progresivamente. Si consideramos que el estado-nación es una construcción histórica, un sistema institucional, que surge como respuesta a problemas sociales e históricos determinados, nos tenemos que plantear su incapacidad para atender las demandas de la nueva realidad. 
Hipotéticamente Tocqueville, con base en su realismo, se plantearía hoy la necesidad de instituciones políticas adecuadas a los nuevos moeurs en función de una economía globalizada y una sociedad en red, mismos que configurarían una realidad social diferente. Así, hoy tendríamos que reformular el papel de los estados-nación con relación a la historia y los moeurs de cada país. En este sentido, no pretendemos sustituir la tesis sobre la globalización de las principales actividades económicas y los medios de comunicación por la tesis tocquevilliana de la igualdad social. El objetivo es rescatar el espíritu de Tocqueville, es decir, pertrecharnos con un realismo que explora todas las posibilidades, alejándonos de planteamientos ideales para ubicar de algún modo la independencia y dignidad personal, que es el principal motor de su recorrido intelectual.
Weber comprende que el surgimiento de los estados-nación forma parte de proceso de racionalización de la civilización occidental. Desde esta tesis asume la necesidad de fomentar el nacionalismo para que su país se constituya como un estado-nación en el capitalismo industrial. En la actualidad, la expansión de capitalismo no sirve en la construcción de los estados-nación, sino que debido a su superioridad, sobrepasa el modelo del siglo XIX de un antagonismo entre los distintos estados-nación y desdibuja los linderos que les separaban. El análisis weberiano que presupone fomentar el estado-nación no tendría mucho sentido en la economía contemporánea en cuanto las relaciones económicas sobrepasan el ámbito del estado-nación.
Tocqueville y Weber, hijos de su tiempo, reflexionan en el marco de los estados-nación y vinculan la cultura a la política abandonando la pretendida neutralidad cultural. En Tocqueville prevalece su orgullo francés: su objetivo es pensar la situación social y política de su país ante la nueva realidad. En Weber hay una apuesta por la cultura alemana: le preocupa la americanización de la civilización occidental. Ambos asumen la nation building con la conciencia que sin identidad no puede existir una nación.
Tocqueville diferencia entre el nacionalismo de cabeza y el de corazón para señalar dos formas de construir la identidad. En este sentido, América construye su identidad de una forma lógica, es decir, con base en una constitución política que es producto de la ideología de unos emigrantes impelidos por una nueva libertad sin las ataduras de la desigualdad histórica de la vieja Europa.
El análisis de Weber está condicionado por su interés en el rescate político y sociológico de su nación, en cuanto la pervivencia de la identidad de Alemania requiere la existencia de verdaderos dirigentes políticos, elegidos por el parlamento, para que el país ocupe un lugar en el orden político de su tiempo. Ambos se sustentan en la nation building, que presupone la creación de una identidad, pero mientras Tocqueville considera primordial adaptarse al estado social,  promoviendo los mediadores entre el estado y los ciudadanos como la forma más adecuada para la constitución de una identidad, Weber piensa que los ciudadanos deben seguir incondicionalmente a un dirigente político para alcanzar una verdadera identidad.
A la par de la globalización económica y la sociedad en red ha surgido el multiculturalismo. Estos tres procesos ponen en duda la vinculación entre estado y nación, entre territorio y etnia, y como consecuencia la herencia de los estados-nación. La importancia de esta reivindicación de las minorías culturales es que aglutina dos tendencias que definen la modernidad: la necesidad de individualidad (identidad) y la necesidad de orden (homogeneidad). En consonancia con la nation building, la efectividad de la acción política nacional se tiene que evaluar por su capacidad de crear procesos de interdependencia. Para Tocqueville estos procesos en la sociedad democrática pueden ahogar la independencia individual y por ello busca flotadores para evitar su hundimiento en la forma de mecanismos de intermediación entre los individuos y el estado. Para Weber los procesos de interdependencia en una sociedad racionalizada conducen a la petrificación de las fuerzas vitales y a un desencanto que sólo puede superarse con la participación revolucionaria del carisma.
El estado-nación es una construcción histórica y tanto podemos ser pesimistas como optimistas acerca de su supervivencia.
Los optimistas agoreros de la globalización económica y la sociedad en red no han conseguido apaciguar las ansias de identidad. En la política actual, de forma instrumental o profundamente arraigada en convicciones personales, se esgrime de un modo más virulento y extenso que en el siglo XIX la necesidad de preservar la identidad. Tanto Tocqueville como Weber presuponen que la necesidad de identidad se enraíza en lo más profundo de la naturaleza humana. Si se considera esta necesidad se puede prever que si el estado-nación no es el modelo capaz de satisfacerla, tendríamos que buscar otro instrumento institucional para preservar la identidad.
Hoy en día, se nos podría calificar de pesimistas si como Weber, pensamos que no hay más remedio que apropiarse de un realismo descarnado que asfixie toda posibilidad de coexistencia entre diferentes instancias de autoridad. Pero, en el presente habitamos en una pluralidad de fuentes de autoridad, siendo el estado-nación una más y, aunque éstos prevalecerán en un futuro previsible, nada más serán que un escalón más de un poder que, en forma de red, se extiende a través de una sociedad que obedece a nuevas y múltiples fuentes de autoridad. Finalmente, sostenemos que el estado-nación ha perdido su papel como fuente de autoridad principal y poco más o menos única.
Los institucionalistas, de inspiración weberiana, destacan la autonomía de las instituciones del estado en cuanto éstas han sido determinadas por sus peculiares situaciones históricas y sociales. Mientras, los pluralistas, más próximos a Tocqueville, explican la estructura y desarrollo del estado como producto de una variedad de influencias, destacando la dinámica pluralista de la sociedad civil con una práctica constante del proceso constitucional. Otros, como los marxistas, instrumentalistas e historicistas, sostienen que el estado es producto del conflicto entre actores sociales que en pos de sus intereses batallan por el poder. Todas las escuelas de pensamiento que relacionan el estado con la sociedad tienen como marco de referencia el estado-nación.
Teóricamente, el objetivo prioritario es plantearse la posibilidad de desligar la intersección, considerada necesaria, entre la nación y el estado, es decir, entre la identidad y la instrumentalidad. De forma ejemplar, se patentiza la relación causal entre la crisis del estado-nación y la explosión de los nacionalismos. Al pretender constituir estados-nación, la mayoría de los nacionalismos provoca la crisis de los mismos en cuanto éstos se constituyen con base en alianzas históricas o sobre la negación, total o parcial, de las identidades de algunos de los grupos que lo conforman. En este aspecto, los estados-nación continúan vigentes. Su vigencia está sustentada en un orden político que demanda entes soberanos, actores estratégicos de un sistema global en constante interacción. A pesar que esta interacción se sostiene en un mundo con flujos económicos e informativos globalizados, los estados-nación erosionados se manifiestan hoy en el comunalismo defensivo de las naciones y pueblos de su territorio, los cuales se resguardan en su última guarida para no ser arrastrados o arrasados por el torbellino de la globalización.
El estado-nación continúa siendo una categoría vigente, pero padece lo que Habermas ha denominado “crisis de legitimidad”. Esta crisis se intenta superar con la descentralización del poder, clave en la concepción tocquevelliana, a través de instituciones políticas locales y regionales. A pesar de esta descentralización, no todas las identidades son capaces de encontrar refugio. La existencia de una “crisis de legitimidad” tiene que conducirnos a una reflexión que propicie la existencia de una sociedad civil en constante interacción con el estado. Tocqueville, defensor de la autodeterminación, propone la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos para dotar de vitalidad a los individuos y la sociedad. Para Weber esta vitalidad, en una dominación racional legal, sólo puede darse con la existencia de verdaderos dirigentes.