martes, 3 de febrero de 2009

LA EXPERIENCIA LIMITE Y EL ORDEN


“En la jungla social de la existencia humana uno no puede sentirse vivo si no retiene un sentimiento de identidad.”

Erik. E. Erikson.

La experiencia límite no deja de ser fugaz y sorpresiva, mientras el orden se define por su capacidad de prever el “orden de los acontecimientos” y de propagar un cierto “confort psicológico”. Nuestra vida transcurre en una rutina que nos permite una identidad, que aunque inestable nos arropa, con ciertas certezas, ante los envistes furiosos de nuestro agitado entorno social. Acaso, nos podemos preguntar: ¿necesitamos un determinado orden para evitar el “caos del acontecer” y no sufrir por el desvalimiento de nuestra “desnudez psicológica”?

Pocos son los que asumen descarnadamente la experiencia límite y, por consiguiente, la mayoría reclama el orden en aras a su “confort psicológico”. El fundador del psicoanálisis relaciona la felicidad con el orden. Encuentra grandes ventajas al orden: “el orden es de un beneficio absolutamente innegable, permite al hombre aprovechar de manera inmejorable el tiempo y el espacio, sin derrochar las fuerzas psíquicas”.

La felicidad depende tanto de la fuerza arrolladora de la experiencia límite como del orden. El esquema, de inspiración nietzschiana, parte de la hipótesis que el hombre contemporáneo se produce una hipertrofia de espíritu Apolíneo que asfixia a un Dionisio denostado. Apolo representa el orden, la racionalidad, y Dionisio la experiencia límite, la embriaguez. La visión de la felicidad de los autores que comparten la lucha de contrarios: principio de placer contra principio de muerte; instintos contra super yo; conciencia contra sentimiento de culpabilidad se balancean inestablemente entre el placer y el dolor. Para Aristóteles la felicidad es el resultado de un difícil equilibrio entre dos excesos, pero hay otros autores, como Nietzsche y Freud, que les cuesta admitir la existencia de un cóctel que combine sabiamente entre el orden y la experiencia límite. Para Freud la felicidad es el saldo que resulta de sustraer el deseo de las normas sociales que impone la historia y la cultura: si este resultado coincide con una mala conciencia o tal vez con sentimientos de culpabilidad o remordimiento, nos aseguramos el sufrimiento; en cambio, si la operación resulta positiva, el gozo está garantizado.

Una idea nada desdeñable es plantearse que la felicidad total no sólo no existe, si no que ni siquiera es apetecible. Los teóricos del cambio social reconocen que el germen de cualquier revolución es una insatisfacción de una mayoría (“masa crítica”) con el orden vigente que, a su vez, enarbolan una nueva utopía redentora. Nos podemos preguntar; ¿la conciencia de crisis es un mero instrumento para crear un “nuevo orden más confortable”? o ¿la conciencia de crisis es una experiencia cumbre que nos alienta a nuevo reequilibrio de nuestras peculiares lucha de contrarios?

La experiencia cumbre nos permite la vivencia del instante. La conciencia de un orden quebradizo nos impele a no percibir la vida como un pasar, como una línea temporal. El río desbordado nos conduce a sentarnos para sentir la plenitud del instante que nos ha tocado vivir. Nuestra existencia deja de ser ligera y con una inusitada vitalidad busca edificar un nuevo sentido. Finalmente podemos preguntarnos; ¿estamos preparados para salir de nuestro “confort psicológico” para dar respuesta a la experiencia cumbre que nos ofrece la realidad actual?