lunes, 23 de febrero de 2009

EL DESASOSIEGO DE LA CRISIS

Wittgeinstein sostiene, en la línea de San Agustín, que toda filosofía honesta y decente empieza por una confesión. Cualquier pregunta surge de una determinada inquietud y sin desasosiegos vivimos plácidamente en una rutina que nos asegura cierta estabilidad. La “conciencia de crisis” nos permite replantearnos a qué lugar nos conducen nuestros valores.
El tema de los valores es una cuestión ética, que para Wittgeinstein no puede demostrarse (“no hay premisas lógicas para la felicidad”), pero puede mostrarse en el ámbito de lo místico (“la ética descansa en la sombra de las palabras”). Piensa que la trascendencia es zambullirse en el interior del corazón humano, del mismo modo que la sabiduría oriental nos ha legado: “la mayoría de las personas están vacías y se sienten mal porque utilizan las cosas para deleitar sus corazones, en lugar de utilizar el corazón para disfrutar de las cosas”. No podemos dirigir los acontecimientos del mundo, pero podemos independizarnos de él. Su alejamiento le conduce a comprender la ética a través de la mística y la estética.
La coherencia con uno mismo fue el gran objetivo de su vida. Su teoría en un primer momento parece que nos conduce al silencio, pero como demuestra su propia biografía “los que no saben hablan. Los que hablan no saben. El verdadero sabio enseña con sus actos, no con sus palabras”. Cuando se va a vivir a los fiordos de Noruega como persona, como intelectual, se considera a sí mismo como un “exiliado del mundo”. Finalmente cuando estaba a punto de fenecer le dijo a la esposa de su médico “Dígales que mi vida ha sido maravillosa”. Su conciencia que la sabiduría es gris le llevaba a entender que la vida está llena de color y la mejor opción vital es mejorarse a uno mismo. La psicología de Wittgeinstein se cimienta en un misticismo que nace desde las mismas limitaciones del conocimiento humano. La autenticidad es un valor noble, pero nos acomoda en una “torre de marfil”, que ajena a los trajines del mundo se desentiende de todos aquellos valores que impliquen el compromiso con nuestros semejantes.
A contrapelo de la reflexión de Wittgeinstein podemos comprender que nuestros límites nos pueden permitir un compromiso con un proyecto, que más allá de la santificación de lo dado, nos permite percibir nuestro presente a la luz de unos valores que dotan de sentido a nuestra existencia. Vamos a plantearnos los valores de la revolución francesa porque todavía pernean nuestras conciencias.
La libertad se relaciona con la coherencia interna, con la autenticidad. El desasosiego podemos atenuarlo con la propuesta de Wittgeinstein al comprender la ética a través de la mística y la estética.
La igualdad es una aspiración que nos permite salir de nosotros mismos para entendernos como parte de una comunidad. Sin unas condiciones mínimas de igualdad no hay posibilidad de crear una comunidad. El paroxismo llegó de la inusitada afirmación de Margaret Thatcher: la “sociedad no existe”. Somos algo más que una masa ingente de intereses individuales y no podemos desatendernos del destino de nuestros vecinos. Nuestra propia autenticidad no puede ser ajena al “estado moral” de la comunidad a la que pertenecemos. El desasosiego de la igualdad se dirime en sus conflictivas relaciones con el valor de la libertad y la aspiración legítima al progreso.
El valor menos pensado es la fraternidad. Nos hemos olvidado que formamos una fratría (sociedad íntima, hermandad, cofradía) que nos permite construir nuestro propio destino. Quizá nuestra crisis actual se asienta en el “olvido de la fraternidad”. Nuestro desasosiego se extenúa cuando sentimos que no estamos solos. Tenemos que tener la esperanza que el desasosiego no es un estado, si no que forma parte de una crisis que por definición es una transición de un estado a otro. Las preguntas siguen impertérritas: ¿seremos capaces de crear una conciencia colectiva en base a la fraternidad?, el diagnóstico de la crisis parece ser certero, pero ¿sabemos realmente a lo que aspiramos como una fratría conciente de que estamos ante un momento histórico de mutación?

EL DESASOSIEGO DE LA CRISIS


Wittgeinstein sostiene, en la línea de San Agustín, que toda filosofía honesta y decente empieza por una confesión. Cualquier pregunta surge de una determinada inquietud y sin desasosiegos vivimos plácidamente en una rutina que nos asegura cierta estabilidad. La “conciencia de crisis” nos permite replantearnos a qué lugar nos conducen nuestros valores.

El tema de los valores es una cuestión ética, que para Wittgeinstein no puede demostrarse (“no hay premisas lógicas para la felicidad”), pero puede mostrarse en el ámbito de lo místico (“la ética descansa en la sombra de las palabras”). Piensa que la trascendencia es zambullirse en el interior del corazón humano, del mismo modo que la sabiduría oriental nos ha legado: “la mayoría de las personas están vacías y se sienten mal porque utilizan las cosas para deleitar sus corazones, en lugar de utilizar el corazón para disfrutar de las cosas”. No podemos dirigir los acontecimientos del mundo, pero podemos independizarnos de él. Su alejamiento le conduce a comprender la ética a través de la mística y la estética.

La coherencia con uno mismo fue el gran objetivo de su vida. Su teoría en un primer momento parece que nos conduce al silencio, pero como demuestra su propia biografía “los que no saben hablan. Los que hablan no saben. El verdadero sabio enseña con sus actos, no con sus palabras”. Cuando se va a vivir a los fiordos de Noruega como persona, como intelectual, se considera a sí mismo como un “exiliado del mundo”. Finalmente cuando estaba a punto de fenecer le dijo a la esposa de su médico “Dígales que mi vida ha sido maravillosa”. Su conciencia que la sabiduría es gris le llevaba a entender que la vida está llena de color y la mejor opción vital es mejorarse a uno mismo. La psicología de Wittgeinstein se cimienta en un misticismo que nace desde las mismas limitaciones del conocimiento humano. La autenticidad es un valor noble, pero nos acomoda en una “torre de marfil”, que ajena a los trajines del mundo se desentiende de todos aquellos valores que impliquen el compromiso con nuestros semejantes.

A contrapelo de la reflexión de Wittgeinstein podemos comprender que nuestros límites nos pueden permitir un compromiso con un proyecto, que más allá de la santificación de lo dado, nos permite percibir nuestro presente a la luz de unos valores que dotan de sentido a nuestra existencia. Vamos a plantearnos los valores de la revolución francesa porque todavía pernean nuestras conciencias.

La libertad se relaciona con la coherencia interna, con la autenticidad. El desasosiego podemos atenuarlo con la propuesta de Wittgeinstein al comprender la ética a través de la mística y la estética.

La igualdad es una aspiración que nos permite salir de nosotros mismos para entendernos como parte de una comunidad. Sin unas condiciones mínimas de igualdad no hay posibilidad de crear una comunidad. El paroxismo llegó de la inusitada afirmación de Margaret Thatcher: la “sociedad no existe”. Somos algo más que una masa ingente de intereses individuales y no podemos desatendernos del destino de nuestros vecinos. Nuestra propia autenticidad no puede ser ajena al “estado moral” de la comunidad a la que pertenecemos. El desasosiego de la igualdad se dirime en sus conflictivas relaciones con el valor de la libertad y la aspiración legítima al progreso.

El valor menos pensado es la fraternidad. Nos hemos olvidado que formamos una fratría (sociedad íntima, hermandad, cofradía) que nos permite construir nuestro propio destino. Quizá nuestra crisis actual se asienta en el “olvido de la fraternidad”. Nuestro desasosiego se extenúa cuando sentimos que no estamos solos. Tenemos que tener la esperanza que el desasosiego no es un estado, si no que forma parte de una crisis que por definición es una transición de un estado a otro. Las preguntas siguen impertérritas: ¿seremos capaces de crear una conciencia colectiva en base a la fraternidad?, el diagnóstico de la crisis parece ser certero, pero ¿sabemos realmente a lo que aspiramos como una fratría conciente de que estamos ante un momento histórico de mutación?

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