miércoles, 31 de octubre de 2007

EL SENTIDO COMÚN

“El sentido común es un conjunto de creencias sobre el mundo, compartidas por un grupo social”
G.J.O. Flether (1)


Para reflexionar necesitamos atender, explícitamente o implícitamente, al sentido común que cohesiona a la sociedad en la que vivimos. Un rastreo histórico de las creencias que se han sucedido en las diversas sociedades nos producirá inevitablemente una cierta perplejidad porque no podremos encontrar unas creencias universales.

Tales de Mileto, considerado el primer filósofo occidental, tenía fama de excéntrico y, por lo tanto, la mayoría de sus coetáneos aún reconociendo su sabiduría chismorreaban constantemente sobre sus supuestas extravagancias. Al final demostró que podía ayudar a su sociedad sí le dejaban ser él mismo porque con sus teorías podría predecir el tiempo adecuado para una excelente cosecha de aceitunas. Así, la primera lección que nos ofrece el fundador del pensamiento occidental es que no podemos defraudarnos a nosotros mismos y que la identidad sexual al enraizarse en nuestro profundo ser no puede obviarse en nuestra interacción social.

La interacción social equivale a acción reciproca, interdependiente, entre personas. La interacción humana, a diferencia de los animales que se sustentan en “signos naturales”, se basa en “símbolos significantes”. Estos “símbolos significantes” son aprendidos a lo largo de nuestra existencia y tanto conscientemente como inconscientemente se solidifican con nuestras tendencias naturales. Cuando reflexionamos no es difícil distinguir aquello que nos pertenece por naturaleza o aquello que hemos ido adquiriendo en nuestra interacción social. Lo cierto es que somos seres sociales, hace más de dos mil años Aristóteles nos dijo que un ser humano capaz de vivir fuera de la sociedad era una bestia salvaje o un dios (2), y, por consiguiente, el sentido común de nuestra sociedad nos permite vivir humanamente con un orden que nos hace aflorar nuestras filias o fobias.

El sentido común, que es una construcción social e histórica, nos obliga a operar en categorías, en clasificaciones dicotómicas entre lo masculino y lo femenino. El conocimiento científico disecciona las diferencias físicas y psicológicas entre el sexo femenino y el sexo masculino, pero se abstiene de hacer juicios de valor sobre los roles sociales que cada cultura histórica asigna a cada género. Scheler asentó su filosofía en la idea que “el hombre es un ser que puede decir no” y como tal podemos poner en tela de juicio los roles de género (3). Así, cuando hablamos de género nos referimos a una red de creencias, actitudes, sentimientos, rasgos, valores, conductas y actividades que diferencian a los hombres y a las mujeres como producto de un proceso histórico de construcción social. Foucault ya advirtió que lo importante del pensamiento filosófico es pensar aquello que se ha dejado de pensar cuando se ha pensado, es decir tenemos que tratar de iluminar las zonas umbrías del sentido común de nuestra cultura. La transexualidad, entendida como una opción precisa, nos ofrece una forma de volver a pensar en un nuevo haz de posibilidades que se abren al superarse el condicionamiento biológico y normativo. No existe una uniformidad predestinada, el sexo genético y la apariencia corporal difieren de la identidad sexual psicológica.

Aunque la sexualidad tiene que ver tanto con las palabras, las imágenes, los rituales y las fantasías como con el cuerpo podemos separar nuestro yo psíquico de nuestro yo corporal. Nuestra manera de pensar el sexo modela nuestra manera de vivirlo, pero el sentido común nos empuja a ubicarnos socialmente en el género masculino o el género femenino. La identidad sexual de un transexual es una apuesta creativa porque anticipa un ideal de reconocimiento social.


LA VOLUNTAD DE SER.

“El mundo como objeto en sí mismo es una gran voluntad que no
sabe lo que quiere; ya que no sabe sino sólo dispone, sencillamente porque es una voluntad y nada más”
Arthur Schopenhauer (4)

Para Rousseau los humanos tenían disposiciones innatas, buenas, pero no podían competir con el poder pervertidor del mundo. (5) En el siglo XIX para Schopenhauer la voluntad es una fuerza misteriosa y autogeneradora que impulsa al mundo. Esta fuerza no era un impulso impuesto desde fuera, sino una energía que emanaba de las profundidades de cada ser humano. Si esta fuerza, que impele a los individuos a comportarse de una determinada manera, la carcome el orden social inevitablemente generará sufrimiento personal. Así, es desde la voluntad como vamos construyendo nuestra identidad transexual.

Otra posición filosófica contrapuesta es la de John Locke y los empiristas quienes sostenían que la textura intima de nuestro ser provenía de las influencias que los individuos recibían en su existencia personal. Realmente no podemos obviar que los roles de género no derivan de nuestra voluntad, sino que los hemos adquirido en nuestra realidad social. El transexual no solo pretende sentirse ubicado en su género, sino también reconocerse con los roles sociales que le pertenecen.
Así, la experiencia filosófica nos permite plantearnos que nuestra identidad, que nunca es monolítica y se cimienta en la voluntad de ser, se forma en una constante interacción entre lo que somos como seres biológicos, lo que pensamos como seres racionales, lo que sentimos como seres emocionales y, principalmente, en nuestras esperanzas que nos definen como seres humanos.

Como hijos de la tradición occidental nos han enseñado a pensar y actuar en términos de oposiciones binarias y jerárquicas. Pensamos con un claro principio de demarcación entre yo y el otro, entre lo masculino y lo femenino, entre el superior y el inferior, y un largo etcétera. Podemos combatir esta herencia con la estratagema de pensar que la distancia entre lo propio y lo ajeno, entre la vagina y el pene, entre el jefe y el subordinado es más difuminada de lo que creemos. El análisis filosófico nos permite comprender que la identidad es un proceso abierto y que es la voluntad de ser la que determina nuestra manera de existir.

Fueron dos científicos, Darwin (1859) que formuló la teoría de la evolución y Mendel (1866) que descubrió las leyes de la herencia quienes invirtieron las preocupaciones de la totalidad de los pensadores del siglo XX; somos animales que heredamos unos rasgos que determinan nuestras conductas y Dios parece ser que no había creado el mundo en seis días.(6) Para Darwin la selección natural es posible porque la gran variedad de individuos permite que unos se adapten a los cambios inexorables que se producen en el medio natural (los que no se adaptan fenecen).(7) El concepto de adaptación de la teoría de la evolución resquebraja una idea finalista de la naturaleza humana, pero, a su vez, nos hace entender que no estamos guiados por una voluntad ciega o clarividente que determina nuestra vida.

Mendel nos ha legado un enigmático determinismo que nos puede hacer pensar que nuestro “ser” depende en gran medida de nuestra dotación genética. No avanzaríamos mucho sí el determinismo teológico lo sustituimos por el determinismo genético, pero hoy sabemos que los genes delimitan unas probabilidades que interactúan con factores del medio social en que nos desenvolvemos. Hay una constante interacción entre genes y el entorno.(8)

La voluntad es un concepto huidizo porque depende tanto de cómo somos como de cómo nos han enseñado ser. La voluntad requiere de un fin, que tanto puede ser una necesidad, un deseo, un sueño, una obligación o un de largo catálogo de diferentes motivaciones que impelen con energía inusitada a nuestro ser. La conciencia que uno adquiere de sí mismo es un proceso arduo, que no siempre se corona con éxito, pero sí la vida se define por algo imprescindible es por la esperanza de llegar a ser lo que somos.




Bibliografía


(1). G.j.O. Fletcher “Psychology and cammon sense”. American Psychologist, 39
(2). Aristóteles “Política”. Obras. Madrid. Aguilar. 1991
(3). Max Scheler “El puesto del hombre en el cosmos” Madrid. Aguilar. 1984.
(4). Francisco Lapuerta Amigo “Schompenhauer” Barcelona. 1997. Cims
(5). J.J Rousseau “Confesiones”. Barcelona. 1991. Orbis
(6). James D. Watson “Pasión por el ADN” Barcelona. Crítica. 2001
(7). Ernst Mayr “Una larga contraversia: Darwin y el darwinismo”. Barcelona. Crítica.2001
(8).Javier Sampedro “Desconstruyendo a Darwin” Barcelona. Crítica. 2001.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola amigo

Espero que llenes de toda tu sabiduría este blog.

Espero que mi mente pueda a llegar a comprender, al menos 1/3 de todo ello, se que es pretencioso, pero hay que ponerse metas, aunque alcanzables, elevadas.

Un abrazo

Julián