Para dilucidar en el momento histórico en
que se encuentran las clases medias podemos recurrir a dos tradiciones. Una
historia a los ojos de los políticos -singular y azarosa-, donde todo es atribuible
a causas particulares y una historia desde la perspectiva de los literatos
-pautada y determinista-, donde las causas generales determinan el curso de los
acontecimientos. Pueden existir causas generales históricas que determinan
inexorablemente nuestro estado social, pero también podemos aceptar la
hipótesis que las acciones singulares hacen fecundas o estériles las causas
generales. Señalar una única causa general no deja de ser una ambición luminosa
y peligrosa. Luminosa porque podemos organizar el caos baja un único paraguas,
pero peligrosa en cuanto nos conduce a la gramática de la obediencia. Así,
sostener que poseemos libre arbitrio para ejercer una elección moral en una
realidad caracterizada por causas generales puede ser un modo fructífero para
comprender el presente y el futuro de la clase media en las sociedades
occidentales. La tozuda realidad se empecina por mostrarnos que el límite de la
elección moral es la perpetuación de un sistema económico capitalista.
La clase media es una categoría que implica
la existencia de la clase alta y de la clase baja. Los límites de las
categorías son convenciones que nos sirven para establecer un determinado
orden. Desde una perspectiva económica podemos categorizar las clases medias en
relación al valor del capital y del trabajo. Las clases altas se sostienen
gracias a su capital, mientras las clases trabajadoras dependen
fundamentalmente de su trabajo. Para Pierre Bourdieu, el capital se puede
entender como cualquier tipo de recurso capaz de producir efectos sociales, en
cuyo caso es sinónimo de poder, o como un tipo específico de recurso, con lo
cual sería un tipo de poder. A simple vista el capital económico es el que nos
permitiría distinguir con más claridad entre las clases que ejercen el poder
sobre los recursos o personas y las clases que únicamente disponen de su
trabajo. En las sociedades capitalistas la progresiva preeminencia del capital
económico ha ido subyugando en su esfera al capital social, cultural y
simbólico. En cierta modo, el declive de las clases medias se puede constatar
con la pérdida insidiosa de su capital social, cultural y simbólico.
Las clases medias se definen por posesión
de pequeñas propiedades, de un capital y de un trabajo que les proporciona
suficientes recursos para constituir un guión de vida autónomo. La peculiaridad
de la clase media es que su identidad depende de sus habilidades en el mercado.
El mercado es un invento reciente. En cierta medida la democracia liberal tiene
su origen en la unión de la libertad y el comercio.
Las clases medias se definen por su pasión
por el bienestar económico porque se equidistan de las clases bajas y de las
altas. Son conscientes del constante movimiento social, del permanente peligro
de ser engullidas o aniquiladas. Aunque emulan a las clases altas se sienten
como un gigante con los pies de barro. La crisis económica ha polarizado los
extremos, reduciendo el espacio y los miembros de la clase media. Llueve sobre
mojado porque cada vez es más difícil ascender y más fácil descender. La
movilidad social no implica una promesa de mejora y cuando el futuro escasea
brota la desesperación.
El valor que nutre a la clase media es el
progreso. La ética de la clase media se cimienta en la demora de la
gratificación inmediata para tener un futuro mejor. Históricamente la clase
media ha sido laboriosa, previsora, respetuosa con las reglas de juego y
alérgica a las revoluciones. Por otra parte, unas clases medias dóciles ha
permitido el enriquecimiento desmedido de un oligarquía financiera y la perpetuación
de una clase política corrupta.
En tiempos de crisis, el futuro deja de ser
una consecuencia de los actos del presente. Podemos resignarnos con la
progresiva pauperización o luchar por cambiar las reglas de juego. En la medida
que las clases medias se abstienen de los asuntos públicos dejan espacio para
que la oligarquías financieras transnacionales impongan las reglas de juego que
les benefician. En el escenario actual ha emergido una nueva clase financiera
hegemónica que ha maniatado a la clase trabajadora e insidiosamente va minando
la idea de progreso que ha alimentado durante años a la clase media. La clase
media como categoría no dejará de existir, pero inevitablemente su naturaleza
se transmutará. El valor del esfuerzo y de la ejemplaridad ética no será una
garantía para progresar.