lunes, 10 de marzo de 2008

EL SENTIDO DEL DOLOR

“Lo que realmente rebela contra el dolor no es el dolor en sí, sino el sin sentido del dolor”.

Nietzsche

La dicotomía entre cuerpo y espíritu se ha esfumado. Se ha producido un proceso de personalización y se ha expandido el psicologismo. El vacío del sentido parece que no nos ha liberado y el hundimiento de los ideales nos ha llevado a más angustia, más absurdo, más pesimismo. Los periódicos anuncian la “era de la melancolía”, el dolor parece que ya no tiene sentido. ¿Cómo podemos combatir con la tristeza que nos aflige?. Santo Tomás propone soluciones: la primera es el propio regocijo, otro remedio son los llantos (que tienden a apaciguar el sufrimiento; la ciencia contemporánea ha descubierto que uno de los factores por lo que los hombres que las mujeres es su incapacidad para el llanto). También destaca el consuelo de los amigos para combatir con la tristeza (lo que hoy llamamos la red de apoyo social). Influenciado por Aristóteles reivindica el poder de la abstracción (el cuerpo se distrae del sufrimiento). El último remedio que propone entra de lleno en lo que podríamos llamar hábitos saludables: dormir bien y bañarse mucho. Añade unos consejos que nos podrían ser útiles en la actualidad como pasear, escuchar buena música, beber vino generoso o comer bien. Esta interpretación de Santo Tomás no debe hacernos olvidar que el principal objetivo de la vida humana es la visión de Dios en la otra vida. Quizás el argumento más plausible es comprender que el cristianismo confunde la felicidad con la muerte, la tranquilidad del espíritu con la paz de los cementerios o el genuino deleite con el vértigo del vacío (es la razón más evidente por la que Wittgeinstein afirma que “el cristianismo es el único camino seguro para llegar a la felicidad”). Parapetados de trascendencia no podemos más que santificar el orden dado y dotar de sentido al dolor. A pesar de ello, Santo Tomás insiste en que no debemos resignarnos a consentir la tristeza. Busca un remedio y lo encuentra en el buen ocio: una alegría que no excluye baños, la comida, el ejercicio físico, la música… Es Wittgeinstein que insiste que el reino de Dios está en nuestro interior (preguntándose. ¿de qué sirve a un hombre ganar el cielo si pierde el alma…?).

Así, parece que la historia de nuestra civilización nos ha transmitido la idea que para ser feliz y encontrar un sentido al dolor tenemos que buscar antecedentes dorados o embelesarnos con un futuro prometedor. La utopía (u, negación y topos, lugar) renacentista se ha proyectado en un espacio cerrado, una isla, que se protege del mundo real con la característica principal de la disciplina como modo de organización en el interior de la isla (incluso la felicidad debe someterse a una reglamentación social). La utopía de Tomás Moro apuesta por la frugalidad y en la distribución horaria podemos patentizar la necesidad de un orden “la jornada de Utopía, igual que entre nosotros, se divide en veinticuatro horas, consagrando seis al trabajo; tres antes de comer, al mediodía, y tres después de las dos horas de solaz y descanso que siguen a esa comida. Las horas de trabajo o de reposo pueden ser, sin embargo, las que más convengan a cada cual, sin que les sea permitido malgastarlas en una abyecta vagancia, orgía o embriaguez”. Me interesa destacar que la mayoría de las utopías han desembocado en su versión más esperpéntica en una ingeniería social como la que presenta Aldous Huxley en “Un mundo feliz”. La felicidad utópica puede proyectar una tiranía opaca y recalcitrante.

Sí un excesivo orden puede ser tiránico la inconciencia puede dejarnos exhaustos. Erasmo en su “Elogio de la locura” con su sarcasmo punzante ridiculiza a los sabelotodos que administran la sociedad. En cuanto a la felicidad afirma “están equivocados los que creen que la felicidad humana es algo objetivo: al contrario, depende de la opinión que uno se forma de ella”. Al igual que Rousseau sostiene que la ciencia ha sido inventada para fastidiarnos: ningún conocimiento contribuye a nuestro bienestar (el hombre vivía mucho mejor cuando estaba más cerca de la naturaleza sin leyes, debates o jueces). Como psicólogos de la salud estaríamos en las antípodas de su reflexión, ya que pretendemos que nuestros conocimientos contribuyan al bienestar de los seres humanos. Ciertamente tenemos que reflexionar desde Erasmo cómo hemos creado una cultura alejada de la biología y cómo insistimos en “el delirio de los amantes”. Freud es un pensador de la sospecha, a igual que Nietzsche y Marx, que alberga en su alma la firme convicción que sin renunciásemos a la cultura seríamos mucho más felices. La postura de Pascal me parece que entiende que a veces nada es más racional que al abdicación de la razón.

Shopenhauer es el autor que más ha enfatizado en la relación del dolor con la felicidad, afirmando que “todas las limitaciones contribuyen a la felicidad”. Para el autor danés el deseo insatisfecho causa dolor y el deseo satisfecho sólo provoca saciedad. Me interesa destacar que entiendo que Schopenhauer es un claro precedente de la psicología cognitivista, ya que afirma que el mundo que vive cada cual dependerá sobre todo de la manera de concebirlo en el cerebro. Esta postura subjetivista concede mucho peso a la personalidad para alcanzar la felicidad. Sostiene que son el dolor y el aburrimiento los dos enemigos más peligrosos de cualquier vida. El dolor brota de la necesidad y la privación, mientras el aburrimiento del bienestar y de la abundancia. Esta enseñanza nos puede ser útil como psicólogos de la salud, pues la prevalencia del “tedio” es acusada en gran parte de la población actual. Sostiene de una forma enigmática que su filosofía “no la hecho ganar nada, pero le ha ahorrado muchas cosas” y la enseñanza que nos transmite es la importancia de la riqueza interior, de la riqueza de espíritu. Reivindica la soledad, pero no el aislamiento: “la sociedad se puede comparar a una hoguera con la que el hombre prudente se calienta a distancia, pero sin acercarse tanto como el necio que, después de haberse quemado, huye del frío de la soledad y se lamenta de que el fuego le queme”.

De Freud siempre se ha destacado el paralelismo con Marx y no se han apreciado tanto las relaciones que podemos encontrar con Nietzsche y Hobbes. Para Freud la felicidad tiene dos caras: “un fin positivo y otro negativo: por un lado evitar el dolor y el displacer; por otro, experimentar intensas sensaciones placenteras. En sentido estricto, el término felicidad sólo se aplica al segundo fin”. El psiquiatra vienés es consciente que la felicidad es episódica, es la satisfacción repentina de una serie de necesidades acumuladas apunto de estallar. La felicidad no es algo estable, se engendra de la necesidad que causa un displacer inevitable. Una psicología positiva no puede ser ilusa proponiendo una felicidad duradera con la pretensión de erradicar el dolor (y el displacer) de una forma definitiva. Es de conocimiento público la adicción a la cocaína del fundador del psicoanálisis y parece que una salida chapucera es evitar el dolor con la intoxicación química. El ser biopsicosocial se vislumbra en los textos de Freud cuando afirma que el sufrimiento amenaza desde tres puntos: los achaques corporales, la estabilidad psicológica y las relaciones interpersonales. La satisfacción de los instintos causa felicidad, pero su privación es la fuente de inmensos sufrimientos. Destaca el papel de la sublimación, pero no de concede a la creación (que nos permite ser felices) el papel de la imaginación que hemos destacado en este ensayo. Nietzsche sostiene que la “belleza es una promesa de felicidad” (el placer estético que nos proporciona un cuadro o una fórmula contribuyen en gran manera a estimular el gozo de vivir y a apaciguar el desasosiego de morir”). Huimos del dolor –con drogas o sublimación- pero también buscamos con pasión la felicidad total. En este sentido al igual que Erasmo o Foucault entiende la necesidad de una experiencia privilegiada o límite. Foucault pretende hacer una arqueología del silencio, de volver a pensar aquello que se deja de pensar cuando se piensa. Inspirador de la antipsiquiatria sostiene que la insensatez empieza a medirse en función de una determinada desviación respecto a la norma social. Percibe como nadie que expulsar al sujeto como agente de reflexión es la gran maniobra de nuestros tiempos: “el ·yo· se ha hecho añicos, mire usted la literatura moderna, ahora es el descubrimiento de ·hay·”. El autor francés estaba fascinado por la experiencia límite, hasta tal punto que murió de sida en Estados Unidos.

LA EXPERIENCIA LÍMITE Y EL ORDEN

“En la jungla social de la existencia humana uno no puede sentirse vivo si no retiene un sentimiento de identidad.”

Erik. E. Erikson.

La experiencia límite no deja de ser fugaz y sorpresiva. El fundador del psicoanálisis en sus textos relaciona la felicidad con el orden. Encuentra grandes ventajas al orden: “el orden es de un beneficio absolutamente innegable, permite al hombre aprovechar de manera inmejorable el tiempo y el espacio, sin derrochar las fuerzas psíquicas”. La felicidad depende tanto de la fuerza arrolladora de la experiencia límite como del orden. El esquema sigue la visión nietzschiana que reconoce la hipertrofia de Apolo en el hombre moderno. Apolo representa el orden, la racionalidad y Dionisios la experiencia límite, la embriaguez. La visión de la felicidad de los autores que comparten la lucha de contrarios: principio de placer contra principio de muerte; instintos contra super yo; conciencia contra sentimiento de culpabilidad se balancean inestablemente entre el placer y el dolor. Para Aristóteles la felicidad es el resultado de un difícil equilibrio entre dos excesos, pero hay otros autores, como Nietzsche y Freud, que les cuesta admitir la existencia de un cóctel que combine sabiamente entre el orden y la experiencia límite. Una idea nada desdeñable es plantearse que la felicidad total no sólo no existe, sino que ni siquiera es apetecible. El bienestar para Freud es el saldo que resulta de sustraer el deseo de las normas sociales que impone la historia y la cultura: si este resultado coincide con una mala conciencia o tal vez con sentimientos de culpabilidad o remordimiento, nos aseguramos el sufrimiento; en cambio, si la operación resulta positiva, el gozo está garantizado.

Pienso como Camus que la vida de un hombre es más interesante que sus obras y sin duda es Wittgeinstein, que no escribió ningún libro sobre la felicidad, el autor más importante de pensamiento contemporáneo. Wittgeinstein sostiene en la línea de San Agustín que toda filosofía honesta y decente empieza por una confesión. La ética no puede demostrarse (“no hay premisas lógicas para la felicidad”), pero puede mostrarse en el ámbito de lo místico (“la ética descansa en la sombra de las palabras”). La trascendencia que propone es la búsqueda en el interior del corazón humano como la sabiduría oriental plantea “la mayoría de las personas están vacías y se sienten mal porque utilizan las cosas para deleitar sus corazones, en lugar de utilizar el corazón para disfrutar de las cosas”. No podemos dirigir los acontecimientos del mundo, pero si podemos independizarnos de él. La capacidad de renunciar aproxima la ética a la mística, aún más con la estética porque las tres ven los objetos sub specie aeternitatis.

La coherencia con uno mismo es el gran objetivo de la vida. Su teoría en un primer momento parece que nos conduce al silencio, pero como demuestra su propia biografía “los que no saben hablan. Los que hablan no saben. El verdadero sabio enseña con sus actos, no con sus palabras”. Cuando se va a vivir a los fiordos de Noruega como persona, como intelectual, se considera a sí mismo como un “exiliado del mundo”. Finalmente cuando estaba a punto de fenecer le dijo a la esposa de su médico “Dígales que mi vida ha sido maravillosa”. Su conciencia que la sabiduría es gris le llevaba a entender que la vida está llena de color y la mejor opción vital es mejorarse a uno mismo. La psicología de Wittgeinstein se cimienta en un misticismo que nace desde las mismas limitaciones del conocimiento humano, mientras Freud nos presenta una visión tétrica de la naturaleza humana.