miércoles, 23 de agosto de 2017

¿Qué mirar? ¿En qué prestamos atención?



En la actualidad las pasiones y las emociones gozan de buena salud. Parece que la razón objetiva -a pesar de sus indudables logros- no es todopoderosa. Sus límites se delinean con un individuo que se resiste a desaparecer. Así, más que conocimientos o verdades aspiramos experiencias o convicciones.
Los estoicos proponen despegarnos de las pasiones, ya que impiden la paz y la felicidad. Vivir conforme a la naturaleza implica guiarse por la razón, facultad común a todos los hombres, mediante la cual podemos alcanzar acuerdos y compartir ayudas. Los placeres apenas duran un instante, mientras que el ejercicio de la razón nos trae un estado de paz profunda porque se ha conseguido la concordia con lo más natural de uno mismo. Séneca propone dos elementos estratégicos en la lucha contra las pasiones, y ambos manifiestan un carácter temporal: la atención y la dilación (dejar que transcurra un tiempo prudencial antes de actuar). La virtud implica armonía, ritmo acompasado, coherencia, una determinada tonalidad de la personalidad, opuesta a la asimetría y al caos pasional.
Willian James –unos de los fundadores de la psicología actual- pensaba que la facultad de controlar la atención inquieta una y otra vez es la raíz misma del juicio, el carácter y la voluntad. Séneca y James sostienen el poder de la captura. Podemos definir la captura como la atención selectiva que se enfoca en uno o en una serie de estímulos y no en otros. Una captura es  una “forma de mirar” (de escoger una determinada perspectiva) que determina lo que pensamos, lo que hacemos y lo que sentimos. De la misma manera que para Spinoza la felicidad consiste en tener ideas adecuadas, podemos plantearnos que la alegría o la tristeza depende de la captura que hagamos de la realidad.  Lo que capturamos –y lo que dejamos de capturar- esculpe nuestra mente. La capacidad de “darnos cuenta” de otras capturas implica dos presupuestos: que existen múltiples interpretaciones y toda captura tiene un específico “locus”.
“Locus” es un latinismo que significa lugar. Así, toda captura se circunscribe a una determinada perspectiva. Toda perspectiva es temporal, pues un mismo hecho se captura de distinta manera en la infancia que en la adultez. A su vez, toda perspectiva implica fijar la atención en algunos aspectos y obviar otros. Foucault entendió “que pensar es intentar pensar aquello que se deja de pensar cuando se piensa”, es decir, comprender que nuestra captura ensombrece otras posibles capturas.
El concepto de “locus” ha sido utilizado anteriormente en psicología para referirse a la atribución causal que el sujeto sitúa a sus acciones. El lugar de control o locus de control, acuñado por Rotter, hace referencia a la percepción que tiene una persona acerca de dónde se localiza el agente causal de los acontecimientos de su vida cotidiana. Es el grado en que un sujeto percibe que el origen de eventos, conductas y de su propio comportamiento es interno o externo a él. A contrapelo, proponemos un “locus” que se cimienta en las creencias que asume emocionalmente e inconscientemente el sujeto, más que justificaciones o razones de su conducta.
Todas nuestras capturas son precarias, provisionales y subjetivas, aunque habitualmente sentimos que son firmes, definitivas y objetivas. Las drogas nos permiten sentir menos, la psicoterapia pretende que algo distinto capture mi atención y la espiritualidad desapegarme de los estímulos. El budismo plantea la no captura como la esencia de la salud y la libertad, mientras el estoicismo plantea una captura al servicio de la armonía opuesta al caos pasional. Así, las capturas nos dominan porque lo que nos captura es el resultado de capturas previas. El pasado es la lupa –que inamovible quema el papel- para entender el presente. Por otra parte, podemos dominar las capturas en cuanto seamos capaces de discernir y encauzar nuestras preferencias y desdenes.


  
 

miércoles, 16 de agosto de 2017

La razón poética en Maria Zambrano


La lucidez de la razón poética radica en recuperar la persona oculta tras el personaje que la razón social impone. EL guión, el papel que nos han asignado, nos encorseta en unos determinados límites. El espacio social se nos hace angustioso cuando la persona no se identifica con el personaje. El malestar de la angostura del personaje intruso puede incitarnos tanto a la revolución –que se alimenta de la rabia que nace de la indignación- como a un ensimismamiento –que busca nuevos espacios de libertad-  ajeno a las miserias cotidianas.
La escritura para Zambrano surge de la derrota, de la necesidad de salvar a las palabras de la momentaneidad:  “se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente”. El decir es evanescente, esfumándose como el humo en el frío invierno, con unas cenizas inservibles para reconstruir fielmente lo vivido. El escritor aspira a reconciliarse con lo perdurable, con aquello que se resiste a desaparecer y, finalmente, pretende acallar las pasiones para hacer sitio a la verdad. La pasión nos ata al momento y ahuyenta a la verdad.
La verdad es que todo pasa, que el agua del río corre pero el cauce y el río mismo permanecen. El cauce es tan necesario al río, que sin él no habría río, sino pantano. Para la autora malagueña el cauce es la verdad, es aquello que perdura.  San Agustín pensó que el hombre es un ser que muere con la muerte y se salva con el amor.  Así, para el filósofo cristiano el amor es el cauce, aquello que perdura y permite sortear la fugacidad. El amor se resiste a ser homogeneizado, ataviado con los ropajes de una ciencia podadora.
La razón poética pretende captar la radical heterogeneidad del ser, el cauce que cada uno tiene que delinear con las circunstancias que le definen. Platón rechazaba la poesía porque pensaba que nos ata al mundo de las sombras, impidiendo que nos soltemos de las cadenas de la opinión. El poeta está santificado a una divinidad que perece, a unas apariencias que desdeña el filósofo. La belleza, que es fugaz y sorpresiva, no puede poseerse y el poeta más que poseer, se siente poseído. Zambrano lo expresa bellamente: “el filósofo quiere poseer la palabra, convertirse en su dueño. El poeta es su esclavo: se consagra y se consume en ella”.  
Hemos asumido el presupuesto que la verdad no es evidente, que su desvelamiento exige de una lectura lenta de los acontecimientos. Por otra parte, la intuición –la vía poética- construye imágenes para “ver” con los ojos del amor. Un amor que aspira a sentir “lo otro” como tal, sin esquematizarlo en una abstracción. 
   

martes, 15 de agosto de 2017

Poesías de la ausencia



La pena


Llorar para ahogar la pena
y hacer añicos la rutina de tu ausencia
Sentir el vértigo de tu eco persistente
para arrastrarte con un viento fiero
De cuajo, como un árbol añejo
para mostrar la entraña de mi herida
sin miedo a la flaqueza


Olvidarme


Olvidarme de tus amaneceres
alejándome de tus sueños
Hacerme sin tu amor
sin tu decir, sin tu olor
sabiéndote repleta de otras savias
impetuosas en tus adentros
Mirarte sin desearte
sin tenerte, sin poseerte
sintiéndote una extraña
deportada de mi vida
Despertarme exhausto y vacío
como si no hubieras sido
Ser un niño sin memoria
que habita el ahora

Estabas yéndote

Estabas yéndote, presintiendo el abandono
Te has ido, atrincherándote en el silencio
Sabemos de todo final, de la sangre del silencio
Extrañaré el eco de tu risa y me abrazaré a mi dios mudo
Te irás evaporándote, perdiéndote en mi frágil recuerdo