sábado, 19 de mayo de 2012

El niño salvaje

En un concurso de Dijon, auspiciado por unos ilustrados que confiaban en las bondades de la razón para el progreso de la humanidad, Rousseau (1762) se atrevió a proponer la tesis que la sociedad pervierte la naturaleza intrínsicamente buena del ser humano. Su propuesta educativa, que plasmó en el “Emilio”, no es más que dejar que la naturaleza se despliegue sin ninguna influencia perniciosa de la sociedad. Su hipótesis filosófica es que los niños no se deben educar, es decir, ponía en duda la divisa aristotélica, que había impregnado el pensamiento occidental, que los hábitos son una segunda naturaleza. Así, nos alienta a una desconfianza a las bondades de la manida responsabilidad de los adultos con respecto a sus crías.
Hobbes (1651) acepta la influencia de la sociedad porque pensaba que en un estado de naturaleza viviríamos en una constante guerra sin fin. Asumía que la igualdad natural ( los talentos son diversos y, por ende, destructivos) nos conducía a ceder nuestra libertad para vivir con seguridad. Aceptaba un “leviethán”, que nos imponía el sacrificio de ceder nuestra libertad, porque nos proporcionaba una vida pacífica (el pacto podía romperse sí no aseguraba nuestra supervivencia).
Así, ante Víctor Rousseau se afanaría por mostrar el buen salvaje, mientras Hobbes se plantearía que su socialización devendría de la seguridad que fuéramos capaz de ofrecerle. Tanto Hobbes como Rousseau estaban de acuerdo que la sociedad es algo añadido a la naturaleza y, por lo tanto, la sociedad cambia la naturaleza.
Un paso más allá de la consideraciones éticas sobre la bondad o maldad de la naturaleza humana es plantearse sí un bebe es una “tabula rasa” (Locke 1690) o nace con unas disposiciones innatas inalterables. Este debate en filosofía, desde una perspectiva epistemológica, se ha traducido entre las relaciones del “a priori” con el “a posteriori”. Kant, representante del criticismo, afirma que “todo conocimiento comienza por la experiencia, pero no por ello procede de ella”. Pensaba que hay unas disposiciones innatas ajenas a la experiencia sensible que nos permite un conocimiento cierto y seguro (las experiencias externas son subjetivas). El planteamiento kantiano me sirve para lanzar dos hipótesis interpretativas del debate de Victor entre herencia y ambiente.
.- Sin influencias externas (educación) no hay posibilidad de desarrollo.
.- El desarrollo es el resultado de una constante interacción entre lo innato y lo adquirido.

La antropología y los estudios transculturales



Margaret Mead (1935) cuando comparó los papeles del sexo entre las tres sociedades tribales de Nueva Guinea contribuyó al debate que nos planteamos en Víctor. Mead mostró que las demandas culturales pueden tener mucho más que ver con tipos de conducta característicos de hombres y mujeres que con la diferencias biológicas. La esencia del enfoque cultural es que todos los miembros de una determinada cultura participan del mismo carácter cultural y, esto, nos lleva a plantear; ¿Victor había adquirido una cultura salvaje? o ¿es posible el traspaso a otra cultura (¡más civilizada¡) una vez se ha pasado las principales etapas del aprendizaje?. José Antonio Jáuregui propone la hipótesis que la sociedad está regida por la leyes de la naturaleza, así piensa que ser español o chino no es algo puramente exterior, político o cultural: es, además, algo biológico.Podemos plantearnos que la sociedad sea algo biológico, pero ¿qué ocurre cuando privamos a un ser humano de algo tan “biológico”?. Hasta los genetistas más acérrimos piensan que la humanidad esta caracterizada mucho más por la evolución cultural que por la evolución biológica.
Cualquier respuesta a las preguntas planteadas nos puede resultar insatisfactoria, pero podemos proponernos dos experiencias mentales para dilucidarlas; el experimento de “la máquina parental universal” y el “mundo feliz” de Orwell. Orwell se plantea un mundo en que todo esta diseñado, es decir, que a cada miembro se le asigna una función en una sociedad que sin paliativos podríamos tildar de totalitaria. Orwell piensa que los seres humanos pueden ser moldeados en un engranaje que funciona porque cada uno cumple su función, así es el ambiente (sociedad o ingeniera genética) esculpe (como el escultor en una piedra) a los individuos. El pobre Victor se le han esculpido las vetas en una vida salvaje y podríamos pensar que no hay cincel que pueda cambiar los surcos profundos. Así, las preguntas que nos planteábamos tienen una inquietante respuesta; Victor esta cincelado en una vida salvaje y no hay vuelta atrás. La máquina parental universal se plantea la hipótesis (imaginaria) que podría construir un mundo real sin cultura para exponer a unos bebes y analizar sus conductas. Sí pudiéramos realizar este experimento ficticio podríamos responder muchas preguntas que inquietan a cualquier investigador del desarrollo humano. Víctor no pudo interaccionar con ningún ser humano hasta su captura, pero que hubiera pasado ¿sí hubiesen vivido dos niños en estado salvaje?. Quizá habrían creado una lenguaje, por muy primitivo que fuera, para comunicarse y también padecerían o disfrutarían de determinadas emociones producto de la convivencia. Es evidente que mi respuesta es una apuesta y fácilmente se puede derruir intelectualmente. Con todo, mi apuesta es que la cultura es principalmente comunicación y que haciendo uso de una metáfora biológica me planteo la hipótesis que la carencia de nutrientes llevan a la aniquilación de determinadas funciones. No hay una visión teleológica (“telos”-fin) en mis planteamientos, más bien hay la constatación que determinados nutrientes permiten un determinado desarrollo y cierran las puertas a otros posibles, pero en ningún momento me planteo que unos sean ni mejores ni más deseables que otros. Así, como Mead pienso en la importancia de la cultura para el desarrollo y que debido a que somos seres que nos definimos por la plasticidad (Bolk afirma que el ser humano es un ser insuficientemente fetalizado) somos un haz de posibilidades, ni intrínsicamente malos ni buenos, que nos vamos desplegándonos como seres bio-psico-sociales a través de nuestra existencia.
Darwin asestó un duro golpe a la vanidad humana al demostrar científicamenete que las diferencias entre los monos y los hombres no son de especie si no de grado. Nuestra sociabilidad, hasta nuestras acciones éticas más excelsas, son fruto de las leyes de la evolución



En cierto modo Skinner entendería en la unicidad de Víctor porque le han moldeado sus experiencias. Un cierto optimismo de los conductistas, sin aferrarse a la osadía de Watson, nos podría hacernos plantear que podríamos alcanzar ciertos logros de socialización de Víctor modificando su conducta con ciertos condicionamientos. Esta explosión ambientalista, capitaneados por Watson, apoyados por los deterministas culturales como Boas y reforzada por los freudianos por su preocupación por la experiencia infantil, conformó un ambiente científico que cerró las puertas a las investigaciones sobre la herencia de la conducta. Una vez pasados estos años treinta, la ciencia psicológica ha realizado innumerables estudios con gemelos para dilucidar la importancia de la herencia en la conducta. Parece evidente que para un psicólogo los efectos ambientales son los más interesantes, aunque es obvio que no podemos soslayar que cada niño tiene una estructura genética única y también un ambiente único. Una pregunta acertada es la siguiente; ¿en que medida la estructura genética determina el ambiente?. Sí nos planteamos un bebe, que más o menos es un paquete genético en bruto, es nervioso e irritable podemos entender que sus padres o educadores lo trataran de distinta manera que por ejemplo a sus hermanos plácidos y tranquilos. Llevando esta tesis hasta el extremo, cuando el bebe crece, puede encontrarse en un colegio especial o en un reformatorio, en cuyo caso habrá logrado cambiar el ambiento por completo. Esta hipótesis se puede estudiar en gemelos idénticos, para quienes los ambientes varían pero los genes son iguales. Ha sido el estudio de Minnesota (1986) el que más luz ha arrojado a este debate. No me voy a detener en el análisis de esta investigación, pero es interesante entender que este estudio ha puesto de manifiesto que no se puede analizar por separado la herencia del ambiente, pues es como sí los científicos realizaran estudios de la estructura del agua con la condición de considerar sólo el hidrógeno (pensando que el oxigeno esta fuera de los enlaces). Los genetistas conductuales dicen en broma que las personas que sólo tienen un hijo son ambientalistas; los que tienen más de uno son genetistas. Una perspectiva genetista abanderada por Willian Wright enfatiza que han tenido que defenderse de acusaciones de los numerosos peligros que lleva sostener sus tesis y que no se han abierto hacía los nuevas formas de enfocar la conducta humana.
En cuanto a Víctor la película nos mostró que su desarrollo físico era normal y que a nivel perceptivo no tenía dificultades (aunque había desarrollado capacidades perceptivas muy adaptadas a su medio de desarrollo). Tiene emociones (y las expresa, pues una vez llora y otra ríe), pero carece de interacción social (ya nos hemos planteados la hipótesis de la máquina parental universal y entiendo que la cultura es principalmente comunicación). Concedemos a los genetistas que las emociones son genéticas, pero se visten (se regulan) con el ambiente. Una metáfora explicativa es sostener que los genes son los fósforos que poseemos y el ambiente es el fuego que los enciende o los apaga. Nos podemos preguntar al hilo de Víctor ¿podemos encender unos fósforos que tenían que haber sido encendidos en etapas anteriores a su encuentro con las mentes civilizadas?. Mi respuesta es que hay unas sucesiones temporales en el desarrollo y que los fósforos pierden su incandescencia cuando no son encendidos a su debido tiempo. Víctor posee memoria porque no le gusta que las cosas cambien y potencialmente su memoria se va expandiendo, en definitiva muestra una inteligencia práctica que cada vez se hace más abstracta. Con todo no es capaz de comunicarse con un lenguaje que requiere de un determinado nivel de abstracción y es aquí una vez más dónde entiendo que no se puede volver atrás a encender el fósforo humedecido por el tiempo.




Trastorno postraumático por amargura.

Trastorno por amargura. 

La amargura emerge cuando nuestro tono vital se tiñe de pesimismo, de un constante mal humor y de falta de alegría. Así, asumiendo la injusticia como inherente a la existencia humana el amargado se guarece en una moral rígida e insuflándose de un deseo imperioso de venganza se va haciendo tóxico para sí mismo y para los que conviven con él. La amargura es un sentimiento mixto entre ira y frustración que surge cuando alguien experimenta una situación o acción injusta. Los afectados por el trastorno por amargura reaccionan al principio con una actitud de protesta o de agresión, sin embargo, se resignan con el paso del tiempo y acaban retrayéndose. Al sentirse tratados injustamente, se encaracolan y se atavían con una tristeza recurrente. En cierta manera, la lección más esclarecedora que nos puede ofrecer los amargados es que lo contrario de la locura es la alegría, no la cordura.


La injusticia del mundo.

Cada uno de nosotros tiene que afrontar, con sus recursos cognitivos y emocionales, su propia experiencia. Es obvio que existen determinadas experiencias que nos trastocan, que pueden hundirnos en la desesperación o la indefensión. Por otra parte, la experiencia nos muestra insistentemente que ante un mismo acontecimiento algunas personas sufren una amargura persistente mientras que otras, antes o después, superan la vivencia o incluso la consideran una fuente de crecimiento. Lo que parece evidente es que la amargura o la alegría depende de la experiencia y los valores personales más que del suceso en sí. Nuestra libertad primigenia se asienta en nuestra manera de “mirar” el mundo: si aceptamos con serenidad lo inevitable y no cejamos en el empeño de esforzarnos constantemente por hacer un mundo mejor seremos capaces de comprender y sentir que el mundo no se ha confabulado para amargarnos la vida. En cuanto seamos capaces de despojarnos del papel de víctimas y asumamos que nuestras acciones pueden atenuar la injusticia del mundo –por mínima que sea- brotará la alegría.  

La vulnerabilidad y la resiliencia 

La vulnerabilidad (sensibilidad frente a la carga) y la resiliencia (capacidad psíquica de sobreponerse a situaciones adversas) son dos características que influyen en la evaluación y afrontamiento de un factor estresante (experiencias que trastocan, un divorcio, una muerte familiar, un despido laboral…). Todos tenemos un nivel de vulnerabilidad que define nuestra capacidad de sostenernos en cierto equilibrio psicológico: en cuanto se van acumulando las cargas (un trabajo exigente, un amor roto, una muerte, un accidente…) se requieren más recursos. Existe lo que podríamos denominar un “nivel de ebullición” -una experiencia muy traumática, una acumulación de pequeños traumas o una situación de indefensión temporal- que nos desequilibra. La capacidad de volver a nuestro equilibrio (nivel basal) es la resiliencia. Es la capacidad de volver a vivir con alegría –habiendo aprendido y metabolizado las experiencias traumáticas vividas- sin resentimiento ni amargura.


Trastorno postraumático por amargura. Criterios diagnósticos. 

El concepto de trastorno postraumático por amargura pende del trastorno por estrés postraumático (TEPT). La disimilitud principal es que el TEPT, según la OMS, es consecuencia de “un suceso extraordinariamente amenazador o de dimensiones catastróficas que llevaría a una profunda desesperación a casi todas las personas”(una guerra, la tortura, la violencia o una catástrofe natural), mientras la amargura, en cambio, puede ocurrir por sucesos relativamente triviales. Así, la etiología de el trastorno postraumático por amargura hay que buscarla en el ámbito laboral o en el ámbito familiar. Otra disimilitud de los trastornos es la sintomatología. El trastorno postraumático por amargura tiene una entidad propia en cuanto tiene una sintomatología específica: comparte síntomas con el TEPT y la depresión (recuerdos gravosos, anhedonia, pérdida de energía, síntomas somáticos…) pero el agravio, la ira y la frustración predominan en ellos.