lunes, 16 de marzo de 2009

EL PODER REVOLUCIONARIO DEL CARISMA

Podemos partir de la hipótesis que el proceso de racionalización de la dominación legal ha burocratizado gradualmente todas las instituciones sociales. En todos los ámbitos se imponen reglas racionales para lograr la máxima eficiencia o el máximo rendimiento. En este proceso nos hemos olvidado de las personas y por doquier surgen voces de individuos que se sienten mutilados. Una de las peores consecuencias de este proceso de racionalización es la pérdida del individuo. ¿Cómo podemos ser esclavos de nuestras propias construcciones institucionales y sociales?
Propongo volver a pensar el concepto de “carisma” como la posibilidad de producir cambios revolucionarios:
Los análisis del liderazgo carismático proceden del campo religioso. En el discurso teológico cristiano significa el “don de la gracia”, asemejándose en algunos sentidos a la idea griega de “hombre divino”, o al concepto romano de “facilitas”. Así, los primeros teóricos lo entendían como un liderazgo basado en el llamamiento trascendente de un ser divino en el que creían la persona llamada y sus secuaces. La mayoría de los teóricos apuntan a que el líder carismático es capaz de movilizar en base a creencias. La hipótesis es que los seres humanos nos sostenemos en base a nuestras creencias y en este sentido el líder carismático es capaz de apelar a nuestra sustancia más intima. La clave de la reacción carismática de los secuaces al líder estriba en la desgracia que éstos experimentan. El liderazgo carismático es por naturaleza específicamente salvador o mesiánico. ¿Los líderes carismáticos son capaces de aglutinar en torno a una conciencia colectiva a diferentes conciencias individuales que ha perdido su norte?
Por su propia capacidad de cambio tanto puede inspirar odio como amor. El poder carismático puede subvertir el poder establecido, pero también puede ser una estrategia para movilizar a las masas. Me centro en el carisma al servicio de las fuerzas sociales espontáneas y creadoras, aunque tenemos que ser conscientes que puede resultar un mero artificio de estrategia política.
Aún centrándonos en los efectos benéficos del poder carismático, lo que deberíamos pensar es que el carisma acaba arrutinándose al llegar a ser una parte sustancial del poder establecido. La dialéctica entre carisma y rutina se decanta por la preponderancia de la racionalidad formal que asfixia a los gobiernos carismáticos. En el tipo de dominación carismática el centro de tensión e inestabilidad se encuentra en el proceso de despersonalización del carisma. No cabe duda que la gran cuestión de la dominación carismática es la sucesión. ¿La dominación carismática tendría que desaparecer una vez se han conseguido el cambio anhelado?
La burocratización y racionalización crecientes acarrean una paradoja básica: la máxima eficacia que resulta de la creciente burocratización del mundo moderno constituye la mayor amenaza para la libertad individual y las instituciones democráticas de las sociedades occidentales. Así, el desafío puede ser la lucha contra toda estructura que reclamando entidad metafísica o validez general asfixie las demandas concretas de los individuos. Debemos luchar como Simmel nos advirtió contra la cosificación /no somos objetos, somos sujetos). Olvidarnos que el hombre es un ser que siente y que el componente no racional del comportamiento humano (emociones, creencias, valores basados en decisiones éticas) es imprescindible. En este sentido Vilfredo Pareto afirma que el elemento no racional del comportamiento humano supera al racional. En su opinión hay ciertos “sentimientos” relativamente invariables en la vida humana, a cuya expresión denomina “residuos”, que constituyen los determinantes de la acción. ¿El liderazgo carismático es capaz de apelar a los “residuos”?
Una burocracia muy desarrollada constituye una de las organizaciones sociales más difíciles de destruir, bien sea desde dentro (por los propios funcionarios) o desde fuera (por los dominados). En toda organización hay un claro proceso de disciplina que mitiga la fuerza del carisma.
Una ética del éxito nos puede conducir a la idea de un hombre de negocios insensible, egoísta, algo así como un hedonista grosero y sensual. La ética de las convicciones nos permite el juicio moral, el sacrificio de los intereses egoístas o hedonistas a los intereses del bien común. Para que los hombres no se conviertan en robots inhumanos, la vida debe de estar guiada por decisiones conscientes. Si queremos tener dignidad tenemos que elegir nuestro propio destino.