El guión que nos empuja
Todos
nos sostenemos en un guión de vida. En muchas ocasiones nuestro guión de vida
es implícito o inconsciente causándonos desajustes psicológicos. El mindfulness
se plantea la posibilidad de ser conscientes de los contenidos de la mente
momento a momento. Su objetivo primordial es la autoconciencia. El primer
requisito es el desarrollo de la capacidad de concentración de la mente. El
guión más extendido en las sociedades occidentales es “date prisa”, no dejando
espacio para la serenidad. Se puede explicar el auge del budismo en Occidente
como un contra-guión para aminorar la
velocidad extenuante de nuestras sociedades. Desde una perspectiva científica
el mindfulness se define como un estado en el que el practicante es capaz de
mantener la atención centrada en un objeto por un periodo de tiempo
teóricamente ilimitado.
La conciencia del presente
El
mindfulness es mantener viva la conciencia en la realidad del presente. Se han
establecido dos componentes: mantener la atención centrada en el presente y la
actitud con la que la abordamos. El simple ejercicio de centrarse en el
presente es complejo porque tenemos que lidiar con nuestro sempiterno rumiar y
el ruido ensordecedor de unos mandatos, implícitos y explícitos, que nos
impelen a ir más allá del instante vivido. El encuadre racionalista permitió al
hombre moderno vivir más en el futuro que en el presente. Ortega y Gasset dijo
que la conciencia con la modernidad se “futuriza”.
Así, en lugar de vivir con la capacidad de asombrarse, los acontecimientos se
pre-viven, se anticipan con la imaginación. Quizá tendríamos que plantearnos
“que el mejor plan es no tener plan”. Perls sostenía que el presente es lo
único que existe, porque el pasado ya no es y el futuro todavía no es.
La actitud para empaparse del presente
Se
han resaltado la curiosidad, la apertura y la aceptación. Los estudiosos han
propuesto los siguientes conceptos: no juzgar, aceptación, mente de
principiante, no esforzarse, paciencia, soltar o practicar el desapego,
confianza, curiosidad, apertura, aceptación, amor… Un ejemplo paradigmático lo
podemos encontrar en la mirada del niño: una mente principiante que se
maravilla por lo que acaece. En cierto modo, es una actitud profundamente
filosófica que implica la capacidad de asombrarse. Un asombro que requiere
descontaminarnos para contemplar el presente como si fuéramos unos viajeros
adultos llegados hoy a la superficie de la vida. Tenemos que desaprender para
liberarnos de los prejuicios, de esos supuestos atajos que nos obligan a “mirar
de una determinada manera”. Para sobrevivir hemos ido desarrollando una forma
de ser y de actuar que ha ido conformando nuestra identidad. Este caparazón
resguarda y ensombrece nuestro núcleo, que no ha sido dañado por las
adversidades ni por la alegría. En teoría el mindfulness no tendría que
permitir descubrir ese núcleo, relativamente desconocido, de nuestra propia
identidad.
El miedo que nos atenaza
La
esencia de lo que en realidad somos implica la concentración y la calma para
descubrimiento de nuestro funcionamiento mental, de los subterfugios, mentiras,
hábitos, trucos con los que la mente trata de engañarse a sí misma. El miedo
nos encajona, nos impermeabiliza ante lo extraño. La apertura a la novedad
implica la aceptación de la incertidumbre: quedamos sin expectativas, pero a la
expectativa. No se trata de evadirse de la realidad, se trata de aceptarla.
Cuando no se acepta la tristeza como un aspecto más de la vida, el hecho mismo de
querer evitarla, contribuye a aumentarla.
Bienestar hedónico y eudaimónico
Podemos
distinguir entre el bienestar hedónico y eudaimónico. El bienestar hedónico se
refiere a aquellos aspectos positivos de la vida humana como la felicidad, la
satisfacción con la propia vida y la frecuencia de emociones placenteras. Se
habla de bienestar eudaimónico cuando además de afecto positivo existen otras
cualidades como la autoaceptación, altos niveles de autonomía y control del
ambiente y existencia de un sentido vital y de un propósito de vida. Esta
distinción nos permite acentuar la cualidad que resalta el mindfulness: la
ecuanimidad. Una mente ecuánime no hace distinciones, distanciándose por igual
del apego y de la aversión. La ecuanimidad conduce al desprendimiento, el no
aferrarse a las cosas, el soltar. Por otra parte, la ecuanimidad no denota ni
indiferencia ni abandono, ya que el mindfulness implica un actitud básica de
respecto e incluso de amor hacia todos los seres y hacia las cosas en general.