martes, 28 de julio de 2015

Hurgar más allá de las apariencias: Pitágoras



Las fronteras entre el pitagorismo y el platonismo son porosas y entreveradas, hasta el punto que se nos hace difícil erigir diques entre los unos y los otros. Podemos considerar que cualquier autor o escuela nos ofrece un tapiz -una espesa urdimbre de elementos concatenados- para resguardar sus miedos, sus rabias, sus tristezas o sus alegrías. Ejercitando la imaginación –vistiéndonos con ropajes pitagóricos y platónicos- podemos entrever que en ellos anidaban dos emociones básicas: la emoción desagradable del miedo a la incertidumbre y la emoción agradable de alegría por sentirse poseedores de una verdad inmutable. 
Platón heredó de los pitagóricos la necesidad de hurgar más allá de las apariencias, aspirando a un mundo de esencias y de verdades inalterables. Así, se abre la veda a un mundo dicotómico: entre los que habitan, sin consciencia, en las sombras y los que avistan la luz. Piensan que la mayoría no puede zafarse de las penumbras porque sus ojos, acostumbrados a las sombras, se cegaran con la nitidez de la verdad desnuda.
La sabiduría es patrimonio de los iniciados, de aquellos que pueden deshilvanar las falsedades de los fenómenos. Así, se empieza desconfiando de lo evidente –de aquello que se impone de inmediato en la consciencia a través de los sentidos- para buscar la inmutabilidad en una razón que ordena el caos.
La escuela pitagórica distinguía entre exotéricos o novicios (divididos en postulantes o neófitos) y esotéricos o dotados de conocimiento interior, también llamados matemáticos. Hay una jerarquía, una escalera ascendente, donde están los que con su “mirada de halcón” alcanzan la cúspide y los que encadenados vagan con su “mirada de murciélago” en la oscuridad de su caverna.
Los esotéricos, los de “mirada de halcón”, se dividen a su vez en venerables, políticos, contemplativos y físicos. La posición elevada de los políticos implica la defensa de un régimen aristocrático donde el filósofo se convierte en rey. Los contemplativos son los matemáticos, que acceden al conocimiento en forma de símbolos, articulados en fórmulas codificadas y demostradas. Un peldaño más allá de los matemáticos están los físicos, que se ocupan de la mecánica, la meteorología, la geografía, la gramática, la poesía y la medicina.
Como poseedores de la verdad no escatiman esfuerzos por constituir una sociedad jerárquica, dividida en tres funciones sociales: productores, guerreros y jerarcas-sacerdotes. Los iniciados vivían para la causa, olvidándose de todo aquello que les apartase del camino hacía la sabiduría. Anticipándose al comunismo, vivían sin propiedades compartiendo los pocos bienes que poseían. Tenían un ideario vegetariano porque creían en la metempsicosis (reencarnación en un animal), manteniéndose firmes en una férrea gramática de la obediencia.
Los pitagóricos alcanzaban la sabiduría con disciplina y orden, obviando tanto los desvaríos de la imaginación como las ensoñaciones de la fantasía. La interrogación sobre el peso de los números en la tarea del pensar ha jugado un papel primordial en Occidente. La fascinación por una sabiduría ajena a los intereses espurios, que permite predecir el orden de los acontecimientos y, asimismo, erradicar el sufrimiento no es un asunto trivial. En cierto modo, el miedo a la incertidumbre impele a la búsqueda, mientras la alegría del encuentro al adoctrinamiento (en el mejor de los casos) o en la tiranía de los sabios (en el peor de los casos).
  

lunes, 27 de julio de 2015

Poesías Julio

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Hijos del silencio


Liviano, sin sudores
sin pesos sobre mis hombros


En silencio, sin rastros,
apresando los instantes


 Licuando las espesuras,
aligerando las entrañas
con la maña de los amados


Sin pasado ni pesares
habitando los presentes



El artificio del mirar


Vivir es combatir,
una lucha desigual
entre estar y partir


La nobleza es sentir,
ganar o perder,
un artificio del mirar