martes, 28 de septiembre de 2010

EL VALOR DE LA INCERTIDUMBRE

Casi todos hemos experimentado, en más de una ocasión, que la incertidumbre es el hábitat natural de nuestra existencia. Sentimos, de manera ineludible, la incertidumbre cuando un evento vital significativo quiebra el edificio que nos guarnecía de los azarosos temporales externos. En nombre de la seguridad somos capaces de renunciar a gran parte de nuestra libertad, en cuanto nuestro sacrificio nos proporciona una determinada identidad y, a su vez, nos permite luchar denodadamente en contra de nuestra finitud.
Las utopías más furibundas nos proponen el fin de la incertidumbre, de la inseguridad. Por otro lado, parece que nuestra historia se puede comprender analizando las batallas encarnizadas para entronar las nuevas utopías y desterrar las viejas. Así, Descartes se afanó por construir un nuevo edificio para subsanar las fugas de la obra que le había legado sus maestros. De la misma forma que Descartes, cuando buscamos edificar nuestra auténtica identidad (“el hombre que quiere vivir su propia vida”) las certidumbres del pasado nos entorpecen. Curiosamente, el conjunto de las certidumbres de nuestros abuelos nos generan una gran incertidumbre.
El primer valor de la incertidumbre estriba en la posibilidad de ejercer nuestra libertad. La libertad depende de nuestros talentos artísticos, en la medida que nos permiten ir más allá de lo dado. Ataviados con nuestras “promesas redentoras” nuestra mirada otea un horizonte, que cada vez se aleja más cuando intentamos acercarnos. Nuestra felicidad genuina, verdadera y completa siempre se tiene que encontrar a cierta distancia.
El segundo valor de la incertidumbre es que nos permite intentar lo imposible. La fortaleza de la certidumbre, que nos sostiene, implica un determinado “régimen de verdad”. Un “régimen de verdad” que para pervivir expulsa de sus fronteras a los portadores de nuevas “promesas redentoras”. Los fronterizos nos muestran la fragilidad de nuestras certidumbres porque han sido capaces de traspasar los límites del “régimen de verdad” vigente.
El tercer valor de la incertidumbre es que la mayoría de nuestras imágenes de la felicidad se afanan por sortearla. Nuestro hábitat natural es la incertidumbre, pero nuestra esperanza es escapar de ella.
La constataciones de las incertidumbres provienen del ens cogitans o del ens volens (un ser que reflexiona y desea), mientras que la mayoría de las certezas provienen del ens amans (un ser que ama). Ha sido Max Scheler, acogiendo a Pascal, quien ha afirmado que el corazón “tiene sus razones, las suyas”, de las cuales el entendimiento “no sabe ni puede saber nada”.