viernes, 2 de marzo de 2012

Las caricias: ¿escasas o abundantes?

Cuando nos acarician sentimos que nos quieren y al ser “alguien” para los otros respondemos a sus caricias. Unas veces nos quejamos porque las personas significativas no nos proveen de las caricias que necesitamos, otras que las caricias no son las adecuadas (que nosotros estamos en Júpiter y los otros en Saturno) y otras que en vez de caricias recibimos constantes reproches.
Aristóteles construyó su ética con el principio de la prudencia porque entendió que la virtud era un punto medio equidistante entre dos extremos. Para estagirita sería tan pernicioso la abundancia de caricias como su escasez. Así, el valor de las caricias proviene de lo que podríamos llamar el “don de la oportunidad”.
Del mismo modo que necesitamos un determinado nivel de oxígeno para vivir –tanto excesivo como insuficiente no nos permite respirar adecuadamente- requerimos de unas determinadas dosis de caricias. Unos pueden necesitar muchas caricias y otros con muy pocas se conforman, pero de un modo u otro son imprescindibles para dotar de sentido a la existencia humana. No sólo hay diferencias en la cantidad de caricias que necesitamos, si no también en el tipo de caricias. En gran parte las caricias que demandamos y ofrecemos vienen determinadas por el aprendizaje social, aunque siempre dependerán de nuestro específico estilo de personalidad.
Es al enamorarnos cuando aflora todo el caudal de caricias que somos capaces de ofrecer y demandar. Desgraciadamente, en general no vivimos eternamente enamorados y volvemos al nivel de caricias habitual. Desde una perspectiva psicoterapéutica lo realmente importante es darse cuenta -más allá de la inagotable fuente de caricias que emanan cuando nos sentimos pletóricos- tanto de las caricias que necesitamos como de las que proporcionamos habitualmente.
La psicoterapia del análisis transaccional ha propuesto la “ley de abundancia de caricias”. Esta ley se compone de cinco preceptos: da caricias positivas cuando corresponda, pide las caricias positivas que necesites, acepta las caricias positivas que mereces, no aceptes las caricias negativas destructoras y date caricias positivas a ti mismo.
a.- Da caricias positivas cuando corresponda. Se trata de averiguar qué tipo de caricias necesita más cada persona y brindárselas. La aceptación del otro implica respetar su individualidad y cargar al máximo su almacén de caricias positivas.
b.- Pide caricias positivas que necesites. Muchas veces esperamos que los otros sean adivinos, esperamos sus caricias sin decirles absolutamente nada de las que realmente necesitamos. La comunicación es clave en cualquier tipo de relación, pero en muchas ocasiones nos habituamos a comunicaciones defectuosas o fallidas. Desde una perspectiva psicoterapéutica lo mejor es ser directo, asumir los riesgos y aprender de la experiencia.
c.- Acepta las caricias positivas que mereces. La autoestima define en gran parte nuestro autoconcepto. Cuando nos dan caricias positivas tenemos que aceptarlas y acoger a la persona que nos las proporciona, de lo contrario se cansará de ser rechazada. Por otra parte, un torrente de caricias positivas sin aceptar algunas caricias negativas nos conduciría a un terreno baldío: aceptar errores sin desvalorizarse es signo de alta autoestima y seguridad en uno mismo.
d.- No aceptes caricias negativas destructoras. Uno tiene que saber sus límites y no dejarse calificar ni por debajo ni por encima de ellos. Un ego inflado requiere para ascender de unos egos deshinchados para machacarlos inmensericordemente. Las caricias que se aceptan influyen poderosamente en el marco de referencia interno.
e.- Date caricias positivas a ti mismo. Uno tiene el derecho de quererse y aceptarse tal como es. La perfectibilidad es una aspiración digna, pero tenemos que aceptar que nos equivocamos porque somos humanos. Es tan necesario admitir los aciertos y puntos fuertes (con moderación), como reconocer los defectos o errores (pero sin desvalorizarse). Uno tiene que ser capaz de reírse de uno mismo, de darse premios por hacer bien las cosas: hacer el amor, leer, jugar, escuchar música, etc.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Poesías Marzo

La indiferencia.

¡ Que leve tu fastidiosa indiferencia ¡
Sumido en tus cavilaciones
permaneces ajenos de todos
Con tu riqueza resguardada
nadie comprende tu alma
Con tus destellos luminosos
alumbras nuestras alambradas


Engullir la vida

Engulles la vida en un suspiro
con el hálito del escogido deambulas sin daño
La voracidad te define
Te sientes extraño,
y soy yo el extranjero

Serenidad

Sereno como el mástil en la marea escondes la negritud del aristócrata
Tu mirada en el vacío refleja el abismo del silencio
Tu abrazo sincero vivifica lo sentido
Sereno en tu vagar taciturno
Ajeno al transitar el mundo
Siempre dices que vuelves, pero yo hoy no te encuentro

lunes, 27 de febrero de 2012

La pasión por el bienestar económico según Tocqueville

A Tocqueville le inquieta que la actividad económica de las sociedades modernas ⎯que se define por el interés tenaz, único y universal de los individuos por su bienestar económico⎯ pueda favorecer a la constitución de sociedades despóticas. Se preocupa de distinguir las relaciones económicas que dependen de las costumbres de las que provienen de las instituciones sociales o políticas.
En cuanto a los hábitos y costumbres entiende que los ricos de las sociedades aristocráticas no temían el cambio, ni remotamente imaginaban perder su riqueza, mientras los ricos de las sociedades modernas sienten que cualquier ciudadano con su esfuerzo económico puede modificar su posición social. La pasión por el bienestar material es el principal hábito en que se sustenta la actividad económica de las sociedades modernas.
En las sociedades aristocráticas el bienestar material no es un objetivo primordial para los ricos, mientras que los ricos de las sociedades igualitarias ⎯que han alcanzado su posición económica por su propio esfuerzo⎯ se preocupan constantemente por mantener y aumentar su riqueza. Es en el momento en que se confunden las clases y se eliminan los privilegios cuando surge una actividad económica que se define por el dominio progresivo de las clases medias ⎯que han conseguido su identidad social por sus logros económicos⎯ en estas sociedades.
Piensa que los ciudadanos estadounidenses, a diferencia de los franceses, han tenido que labrarse su propia identidad social por sus logros económicos. La mayoría de los ricos de Estados Unidos han sido pobres y, por ello, su actividad económica requiere de le mouvement social. Así, en las sociedades modernas el amor por el bienestar económico es una pasión tenaz, única, universal, aunque moderada. Es moderada porque los individuos no pretenden hacer ostentación de sus riquezas y necesita de un orden social y político adecuado para satisfacerse.
Este amor por los goces materiales ha conformado un determinado tipo de ser humano que se caracteriza por la conciencia de la fugacidad e inestabilidad de su situación personal y social. El individuo de las sociedades modernas puede aspirar con su propio esfuerzo a cualquier profesión porque han desaparecido las prerrogativas de linaje y fortuna de las sociedades aristocráticas. Así, los ciudadanos de las sociedades modernas se enfrentan a la desigualdad social y económica porque no les permite le mouvement social.
La actividad económica de las sociedades igualitarias empuja a que la mayoría de los individuos consideren que el trabajo es una condición necesaria, natural y honrada de la humanidad. Esta consideración social del trabajo requiere de la necesidad de lucrarse: la ganancia es el resultado esperado y obligatorio de cualquier trabajo. Esta circunstancia ⎯retribuir cualquier trabajo, tanto el del presidente como el de un criado⎯ permite que toda profesión honesta sea honorable. La necesidad del lucro inclina a que los individuos dediquen sus mayores esfuerzos a la industria y el comercio. Se alejan de la agricultura porque es una actividad más propia de los ricos, de los que gozan sobradamente de recursos, o de los que nada más aspiran a sobrevivir.
La actividad comercial de las democracias gravita en una red constituida por una cantidad innumerable de industrias pequeñas. No considera la posibilidad de que se implante una nueva aristocracia económica, pero piensa que sí su poder se extiende puede penetrar la desigualdad social en las sociedades modernas.
Su observación decisiva es que en Estados Unidos, a diferencia de Europa, los hombres ricos consideran un deber con la opinión pública dedicar su tiempo a alguna actividad industrial o comercial de interés público. Los ciudadanos estadounidenses han sabido conjugar el materialismo democrático, el afán por el bienestar económico, con la participación social y política.