miércoles, 24 de febrero de 2010

LA ELEGANCIA DE LOS ACTOS CREATIVOS

La creatividad puede abordarse desde cuatro aspectos: el producto creador, la personalidad creadora, el proceso creador y la situación creadora.
Definir una actividad como creadora comporta un juicio de valor. Un juicio de valor es una apreciación que se cimienta en determinados ideales. Así, parece que necesitamos un determinado “marco de referencia” para emitir juicios de valor y apreciar las actividades creativas. Por otra parte, una actividad creadora como tal se sitúa en los límites de nuestro “marco de referencia”. En cierta manera podemos plantearnos la hipótesis que la tensión entre lo familiar y lo extraño definen las actividades creativas.
Un producto creador nos produce tanta extrañeza como familiaridad. Solemos reconocer la relación inédita que nos desvela, a la vez que nos proporciona una novedosa respuesta a una cuestión aparentemente resuelta. Detrás de un producto creador encontraremos un determinado ideal, que con su voracidad ha ido dando forma a una peculiar elegancia. Más allá del perfil del producto creativo como novedoso, adaptable u original, planteo el criterio de la elegancia, entendida como en “su aparente simplicidad se oculta una gran complejidad y en su complejidad esconde una enorme simplicidad que envuelve muchos elementos en un todo sencillo”.
La propuesta es atender a la elegancia como un estilo, como una actitud más que una aptitud. Todos nos hallamos en un principio dotados de un potencial creador, pero parece que lo vamos soterrando con el paso de los años. En la conducta infantil puede apreciarse el poder creativo como algo universal, mientras que en los adultos es una cualidad excepcional. Nuestra primigenia elegancia se manifiesta en la actitud sempiterna de asombrarnos por lo que acaece (no en vano, filosofar es la actitud de plantear preguntas insistentemente). Con el pasar del tiempo, vamos limitando nuestra capacidad para abrirnos a nuevas experiencias (desgraciadamente creemos que sabemos demasiado), nuestra actitud independiente se doblega a las exigencias del guión adulto (nos muestran que el precio de la independencia es el aislamiento) y, finalmente, nuestro yo debilitado por los innumerables reveses se acomoda a la anodina fuerza de la supervivencia (nos enseñan que vida tiene vivir por nosotros). La elegancia como actitud es un fruto que emana de lo que los psicólogos han teorizado como lo tres rasgos de la personalidad creadora: apertura a la experiencia, independencia de juicio y fortaleza del yo.
Una creatividad circunscrita en el ámbito de la excepcional capacidad de producir creaciones originales no nos permitiría distinguir (como Maslow nos propone) entre la “creatividad debida a un talento especial” de la “creatividad de las personas que se autorrealizan”. Al centrarnos en la autorrealización podemos plantearnos la creatividad como una actitud que deviene de la “disposición a nacer cada día” (Fromm). Una actitud que enfrentándose a una realidad compleja y conflictiva busca liberarse de las dependencias ambientales uniformantes para alcanzar un régimen de vida en el que el Yo lleva las riendas del comportamiento por medio de la voluntad creadora. El grito nietzschiano por la voluntad creadora nos emplaza a liberarnos de la “ruta” que nos han asignado por nacer en un lugar y un momento determinado. Una liberación que puede resultar dolorosa, pero que nos permite “montar nuestro propio espectáculo”. Tomar conciencia implica aceptar nuestros condicionamientos y tener el valor de escribir nuestro propio “guión”.
Podemos ser conscientes de nuestro propio “guión” y sentirnos angustiados porque no tenemos fuerzas para ser sujetos de nuestro propio destino. Suele ocurrir que ante sucesos vitales primordiales nos planteemos el sentido de nuestra propia vida. Así, la crisis son unas épocas de mutación que reclaman insistentemente la elegancia de los actos creativos.
Al sentirnos objetos convergemos y nos vemos incapaces de producir un pensamiento divergente (Guilford). La elegancia nos impele a combinar el pensamiento convergente con el divergente. La elegancia de los actos creativos estribaría en la posibilidad de desestructurar o desconfigurar para volver a reestructurar o reconfigurar. Nos podemos preguntar ¿Dónde podemos encontrar la elegancia necesaria para estos tiempos de mutación?