domingo, 1 de marzo de 2009

La emergencia de una ética social

La sociología se ocupa de la sociedad tal como es, mientras la ética social se preocupa de cómo debería ser. Cualquier proyecto que pretenda transformar lo que nos acaece no puede santificar “lo dado” y debe ir más allá con base a unos valores que orienten nuestras acciones. Marx afirmó sin tapujos “que los filósofos se habían dedicado a interpretar el mundo, que había llegado el momento histórico de transformarlo”…, así que más allá de un análisis económico-social nos proponía una determinada ética social. Una ética social cimentada en la erradicación de la explotación. Nos ofrecía como ideal una sociedad en donde la libertad estaba engarzada a nuestra intrínseca sociabilidad. El ideal de una sociedad sin explotación parece que no se ha cumplido, en el fondo parece que una burocracia todopoderosa puede ser más sangrante que una multitud de empresarios abusadores.
Max Weber entendió que los principios éticos establecen la posibilidad de que un determinado sistema económico resulte humano o inhumano. Comprendió que el afán desmedido por la riqueza personal es un leitmotiv que no se cimienta en un ética social (no se creía la idea que “los vicios privados generan beneficios públicos”). Su análisis de las afinidades entre el protestantismo y el capitalismo pretendía demostrar que se podían crear proyectos en base a una ética social. Los protestantes creían que un signo de ser escogidos era realizar un buen trabajo, generar riqueza e implicarse con los problemas de su comunidad. Pensaba que una vez el capitalismo se había envestido de su carácter ético perviviría sin la necesidad que sus portadores se sustentasen en una determinada ética social. En sus términos podríamos decir que una racionalidad en relación a valores se transvierte en una racionalidad formal: un sistema que olvida a las personas en nombre de la eficacia y la misma supervivencia del sistema. Nos podemos preguntar: ¿el capitalismo actual ─en red, globalizado, de carácter financiero (o como queremos definirlo)─ contiene alguna ética social?
Una ética social tendría que tender puentes entre el análisis de la realidad de nuestra organización social y el proyecto de cómo debería ser. Para Kant la naturaleza está subordinada a la voluntad, así el objeto de la moral no es la felicidad, sino la buena voluntad. La buena voluntad se rige por principios universales, así se opone al utilitarismo. A pesar que tengo mis reparos a la formulación de una “ética formal”, la reflexión kantiana nos puede servir para entender que lo auténtico de nuestra naturaleza es la creatividad: proponernos fines y conseguirlos.
Los fines son los motores de la acción y el valor de una ética social no se debe medir exclusivamente en función de su éxito. Su teoría nos puede hacer pensar que estamos ante una sociedad desmoralizada, que hemos erradicado la crítica de nuestro horizonte. No es posible una crítica sin una filosofía de la esperanza. Una filosofía de la esperanza presupone que somos agentes de nuestra propia vida y que tenemos un cierto margen de maniobra para edificar el sentido de nuestra propia existencia. Nos podemos preguntar: ¿somos capaces de tener nuestras propias esperanzas o asumimos aquellas que nos han embuchado desde nuestra tierna infancia?
Decían los pensadores de la escuela de Frankfurt “que cuando se secan los manantiales de la utopía surge la barbarie”. Quizá una educación que nos incapacita para ir más allá de lo fáctico nos impide constituir una auténtica filosofía de la esperanza. Podemos preguntarnos: ¿seremos una mera tramoya de la orquesta que por azar nos ha tocado o seremos unos incansables buscadores de un sentido propio para nuestra existencia personal y colectiva?