Si
abandonamos la idea de una verdad absoluta, el pensamiento es una actividad; un
movimiento, esforzado y vacilante, por el que nos vamos desprendiendo de la
verdades vigentes para buscar otras reglas de juego. Así, la filosofía es una
esfuerzo por desplazar el marco de pensamiento reinante y modificar los valores
establecidos para atrevernos a pensar de otro modo.
El
relato histórico sobre los acontecimientos globales de los últimos 200 años ha
pivotado sobre los Estados nacionales y sus representantes. La característica
fundamental del Estado nación es su soberanía, su derecho a la
autodeterminación. Una soberanía interna –toma sus decisiones autónomamente y
organiza su vida política interna de forma independiente- y una soberanía
externa –establece relaciones diplomáticas con otros estados o se integra en
organismos internacionales-. Kant nos ha legado el marco de pensamiento que
implica que los procesos globales son el resultado de la interacción entre
Estados o de su cooperación ante los problemas emergentes. Podemos comprender
esta concepción de la globalización como internacionalización.
Hoy
podemos plantearnos dos fugas en el marco de pensamiento de la
internacionalización: el Estado nacional ya no es el único actor en el plano
global y el concepto de soberanía ha sufrido una fuerte transformación. Desde
la perspectiva externa la soberanía de los Estados nación está sometida a la
aprobación constante de otros actores (organismos internacionales, tribunales
internacionales, agencias de rating o organizaciones no gubernamentales). En el
plano interno una dirección vertical y jerárquica ha sido desplazada por una
política de redes en donde se implican grupos de presión muy distintos (multinacionales,
medios de comunicación, asociaciones de vecinos o deportivas…). La separación,
que antes parecía tan clara, entre política exterior y política exterior se
desvanece. Los procesos de globalización han afectado tanto a la soberanía
interna como a la externa. La globalización no puede describirse única y
exclusivamente como una relación internacional de Estados soberanos.
La
teoría de sistemas de Niklas Luhmann ha propuesto que las sociedades modernas
se diferencian en distintos sistemas parciales (el sistema de la economía, de la
política, el derecho, el arte o la ciencia). La idea fundamental es que cada
sistema desarrolla su propio código de comunicación: para la política lo
fundamental es gobernar/no gobernar, para la
ciencia verdadero/no verdadero, para la economía tener/no tener, para el
arte bello/feo. Una lógica binaria, que según Luhmann, traspasa las fronteras
nacionales: la comunicación sistémica de la economía o de la ciencia se
desarrolla por encima de cualquier frontera tradicional. El nuevo marco de
pensamiento comporta que la globalización consiste en sistemas mundiales.
La
perspectiva teórico-sistémica es muy explicativa, pero podemos situar su fuga
en su silencio sobre las acciones humanas concretas. Por su afán por explicar
la sociedad mundial se olvidan que un grupo de personas organizadas en torno a
un propósito común, sin constituir un sistema, pueden ser actores en la
realidad global. Otra fuga, es obviar que los sistemas mundiales están siempre
anclados y marcados culturalmente.
Fue
Marx quien subrayó con insistencia que el capitalismo tiende por naturaleza a
expandirse globalmente. La lógica del capital determina tanto la lógica
política como la social. La fuga marxista es su exclusiva consideración de los
factores económicos: las dimensiones culturales, religiosas o políticas se
minimizan y se subordinan a la dimensión económica. Tanto la teoría de sistemas
como la marxista conceden muy poco valor a las posibilidades de la acción
política.
Una
forma fructífera de plantearse la globalización es poner en el centro de la
reflexión la vitalidad de la sociedad civil. Ha sido Tocqueville, un liberal de
nueva especie como le gustaba llamarse, quien comprendió que la sociedad civil
podía dar voz a los individuos ante un estado todopoderoso o una sociedad
globalizada que nos uniformiza a todos. Las asociaciones libres son una prolongación
de las cooperaciones y son todas las formas de unión libre de ciudadanos que
conforman la vida social. Su legado es darnos cuenta que para la democracia es
imprescindible el libre juego de los grupos más dispares en el espacio público.
En términos modernos podríamos entender que el “capital social” determina la
calidad de las democracias. En relación a la globalización, el pensamiento de
Tocqueville expresa que junto al Estado y más allá del espacio privado, en las
sociedades se forma un espacio público. En él los ciudadanos se relacionan,
expresan sus intereses y buscan un equilibrio con los otros grupos de interés.