sábado, 26 de enero de 2008

Una habitación con vistas

Estaba ilusionada por dormir en la misma cama de Arturo. En la habitación 614 me escribió todas las cartas que han alimentado mi ausencia. El amor se nutre de la distancia y se difumina con la presencia. No hay amor sin el testigo fiel de un espacio que guarda los restos de los amantes. Ayer, por primera vez, el recepcionista me entregó las llaves del lugar que nunca creí que sería capaz de profanar.

Mi Arturo me repetía insistentemente que me esperaba el tercer domingo de cada mes en la habitación del sexto piso. Ayer, con el mar de albacea comprendí porque nunca me atreví a conocer al niño de mis desvelos.

La fachada me pereció vetusta y austera. La mirada grácil del portero con chistera y la dulce sonrisa de la recepcionista me trasladaron a otros tiempos. Me trataron como si fuera la mejor clienta del mundo. Definitivamente siento que lo que nos define son los afectos. El anonimato nos confunde, nos conduce al olvido. He tenido la sensación que hacía tiempo que me esperaban.

Ni siquiera me han pedido los documentos. Un joven imberbe, con su americana roja de botones dorados, me ha acompañado hasta la 614. Me sentí como una señora de ligero equipaje, como una peregrina en busca del santo grial.

La cama espaciosa se iluminaba con los rayos mortecinos de un atardecer, que se resistía a la oscuridad impenetrable de las noches de invierno. Me senté en un sillón verdoso para volver a mis ensoñaciones. Estrujé los papeles de mi gabardina para olvidar todo aquello que tenía que pensar. Volví a imaginar, a volar más allá de los límites de mis propias creencias. ¿Cuántos amores se consumaron en la 614? ¿Cuántos desvelos e incomprensiones se dirimieron en unas noches interminables? Vi a unos ancianos que intentan acoplarse en busca de una tersura mágica desde su flacidez añeja, vi a unos jóvenes impetuosos que como animales en celo cabalgan a un ritmo frenético, vi a una pareja madura que con su experiencia exploran cada centímetro de sus pieles alicatadas con cremas de última generación. Vi a un mujer sola que se acaricia sus senos, imaginándose poseída por un cuarentón entrecano. Vi a un joven friccionando su miembro en búsqueda de sus espermatozoides más traviesos.

De repente el teléfono insidioso me devolvió a Arturo. No me atreví a cogerlo, me gusta que me busquen sin encontrarme. Nunca había visto a Arturo, lo conocía tan bien que no necesitaba tenerlo en mis brazos. La identidad es un proceso arduo, nos constituimos para que los otros nos definan sin precauciones. Cada vez que me dicen como soy, me escapo de mi misma para no sentirme agraviada. Me reformulo constantemente para sentirme viva. Yo soy un haz de posibilidades que aspiro al goce. Me han ofrecido un mundo sórdido y desencantado. Me resisto a formar parte de un ejército de idiotas que danzan al son de una música orquestada por unos intereses ajenos a mi más íntima esencia: el descubrimiento.

Quería destapar la fragancia de mis desvelos, sentirme poseída por la fuerza de Arturo. No puedo evitar que el pájaro de la impotencia se posé en mis entrañas, pero creo que tengo las fuerzas necesarias para ahuyentarlo. Durante largas noches soñé con las manos delicadas de Arturo acariciando mis senos erguidos, mientras yo me sentía como una diosa cuando con su voz grave me iba susurrando que yo era su mujer primordial.

Nunca antes me había definido como la mujer primordial, siempre he salido con chicos incapaces de mirar más allá del deseo o de lo conveniente. El deseo se expurga con la consumación del acto. Siempre he sido deseada, quizá porque a las mujeres nos han enseñado a fascinar, a jugar al rol de seductoras sempiternas. Ayer estaba en la habitación 614 porque quería seducir a Arturo, quería poseerlo aunque no me convenía. Estoy harta de las barreras de la razón, de hacer siempre lo adecuado para sobrevivir en un mundo que me obliga a estar en alerta constante.

Soy la mujer primordial de Arturo, la que esperaba cada tercer domingo de cada mes. Ayer me iba a descubrir, a desvelar mi cuerpo para entender que no soy el espejismo de su soledad. La mayoría ama para encontrarse a si mismo, sólo una minoría es capaz de amar para olvidarse y comprenderse con el otro. Creo que es volar más allá de nuestras propias coordenadas para agazaparnos en el alma del amado.

Los sueños alimentan nuestra felicidad. Vivimos sin tener conciencia que la intuición nos define. La razón ha mutilado a la mayoría de mis contemporáneos. Tenía la esperanza que mi Arturo vivía en aras a sus intuiciones. ¿Seré yo su intuición primordial?

Desde la primera carta intuí que él era el hombre de mis sueños, que podría arrastrarme a parajes insospechados. Estaba preparada para atraparlo, para poseerlo con su ímpetu embravecido. Volvió a sonar el teléfono.

Era Arturo, que con su voz grave, me dijo que yo estaba en la 614 porque el nuevo recepcionista la había ocupado sin saber que él la tenía reservada desde hace tres años. No me reconoció, creía que yo era la que le había usurpado su reserva sin saber que él tenía un derecho, cimentado en la antigüedad, en la 614.

Volví a otear el horizonte, a saborear las vistas de nuestra habitación. Empecé a llorar por no haber sido capaz de decirle que lo estaba esperando, que era yo quien había ocupado su habitación. No quería dormir sola.

Até mis botas equinas y me fui en silencio de la habitación con vistas. En la recepción un hombre alto y desgarbado me sonrió maliciosamente. Se acercó con su traje uniformado para decirme que se llamaba Arturo.