viernes, 18 de febrero de 2011

El panóptico, ver sin ser vistos

No es posible la libertad sin una relación social y, por lo tanto, no podemos pensarla fuera de los límites de un determinado orden social. Cualquier tipo de sociedad para pervivir necesita de un “marco de referencia”, de un determinado sistema de control para discernir los amigos de los enemigos. Con sus fronteras, más o menos permeables, delimitan una red de seguridad que guarece a sus miembros de la inclemencias de la barbarie.
En el debate entre la oposición entre heteronomía y autonomía, control y autocontrol, regimentación y libertad se planea la metáfora del Panopticon, que nos legó Jeremy Bentham. El panóptico etimológicamente viene a ser “el ojo que todo lo ve”, mientras un significado más esclarecedor podría ser “esa máquina controladora universal”. Para Bentham, al panóptico no le interesa lo que piensan los internos, sólo lo que hacen. Así, en nombre de la “paz y la calma” se puede anular o limitar la libertad personal de los miembros. Cuando lo que importa es la homeostasis (equilibrio) de un determinado organismo erradicamos las malformaciones y, del mismo modo, en nombre de la seguridad el panóptico engulle a los individuos descarriados y perturbadores.
Los guardianes del panóptico saben que sus internos no son meros cuerpos encadenados, pues reconocen que son seres pensantes y calculadores. Entienden que tienen voluntad y que su conducta siempre es una elección. Los guardianes tratan de hacerles comprender que la única elección razonable es buscar la dicha en el confortable panóptico. Apelan a que renuncien a su libertad en nombre de su seguridad. Saben que adiestrándolos en tareas anodinas anestesian y erosionan paulatinamente su voluntad. Podríamos plantearnos: ¿qué pasa cuando el panóptico no es capaz de proporcionar una mínima seguridad a la mayoría de sus internos? Quizá podremos entender cómo en algunos países los guardianes se desmoronan y los internos se abastecen de una voluntad que les impele a ser protagonistas de su propio destino.
La esencia del panóptico, según Bentham, consiste en “la centralidad de la situación del inspector, combinada con los bien conocidos y muy efectivos aparatos de ver sin ser vistos”. “Ver sin ser vistos” implica la asimetría del conocimiento: el inspector lo sabe todo de los internos, mientras que los internos no saben nada del inspector. La maniobra más audaz del panóptico es que todos se conciban bajo inspección, es decir en una aparente omnipresencia del inspector. Acostumbrados a ser vistos llega un momento en que sin ser vistos actúan como si fueran vistos. Podríamos plantearnos: ¿qué ocurre cuando los inspectores pierden el monopolio del conocimiento? En una sociedad que se define como la sociedad del conocimiento parece que casi todo, hasta las maniobras de los inspectores, puede ser visto. En la actualidad parece que una mayoría nada desdeñable no quiere “ver sin ser vistos”, por el contrario anhela a ser “visto insistentemente”. Hoy, presumiblemente la invisibilidad es el peor augurio para quien aspira al poder.
Los inspectores gozan de cierta libertad y poder sobre los internos, pero están sometidos, por la asimetría del conocimiento, a sus inspectores superiores. Bentham se pregunta: ¿quién custodia al guardián superior? Su lucidez premonitoria se patentiza cuando entiende que el diseñador del panóptico tiene que ser un empresario libre, que dirige una empresa con el objetivo de obtener beneficios. Nos podemos preguntar: ¿Hasta qué punto somos unos sencillos o complejos engranajes de un sistema insaciable que depreda a todo aquel que no sea rentable? La rentabilidad implica “utilizar los medios más adecuados para la consecución de un fin”. Soy libre cuando escojo mis propios fines, mientras soy esclavo cuando soy un medio para otros fines.
En el trasfondo del panóptico subyace la idea que la libertad es privilegio y poder. Así, los puestos difieren en los grados de libertad que ofrecen; unos nacen para hacer las leyes y otros para obedecerlas. En cierto modo la reglamentación implica la certidumbre, mientras que la ausencia o escasez de normas convierte la conducta en difícil de predecir. La libertad exige de cierta voluntad disruptiva, aderezada con la consustancial incertidumbre que acompaña a cualquier decisión.