jueves, 31 de marzo de 2011

Reflexiones con Seyla Benhabib y Jessica Benjamin

Desde la filosofía podemos señalar tres rutas en relación al concepto de amor. La primera se relaciona con la tradición platónica, donde el éros se define como “lo que no tenemos, lo que no somos, lo que nos falta, he aquí los objetos del deseo y del amor”. No siempre amamos lo que nos falta, sino también lo que tenemos, lo que hacemos, lo que hay y, por lo tanto, Aristóteles lo relaciona con la philia en donde el “amor es alegrarse”. Es en este tipo de amor dónde podemos entender a Benhabib, en la consideración del “otro particular”. Se suele traducir la philia por amistad y si ampliamos la visión de Santo Tomás que entiende el amor de concuspiscencia (amar al otro por su propio bien) y aceptamos el amor de benevolencia (amar a otro por el bien del otro) nos acercamos a la ética del cuidado que no plantea la autora.

La distinción entre una ética de la justicia y los derechos, y una ética del cuidado y la responsabilidad nos permite pensar en una postura racionalista que obvia al “otro particular” o en una postura más empírica y carente de sistema. Una visión del “otro particular” no nos permite un decálogo de reglas formales para nuestras acciones, al contrario la reivindicación del otro particular pone en el centro del debate que el objetivo de cualquier acción ética son las personas en su propio contexto personal-emocional-histórico-social. Así amar es alegrarse y querer el bien de quien se ama. Es el amor, según en Spinoza (Ética), cuando afirma “un gozo que acompaña a la idea de una causa exterior”, es decir al comprender que el amor es alegrarse de.

La autora piensa que son las investigaciones sobre el juicio moral de las mujeres las que han permitido entender que en ellas hay una mayor propensión a adoptar el punto de vista del otro “particular”. Nos señala una ética del cuidado, prioritaria en las mujeres, y una ética de la justicia, vinculada a los hombres. Hay una tercera visión del amor que no advirtieron los griegos y se relaciona con el surgimiento del cristianismo: el ágape. Nosotros lo podríamos entender como caritas (caridad), el amor que no nos hace falta (éros) ni nos hace bien (philia), sino el amor que lo da todo sin pedir nada a cambio. El ágape podría elevarnos al reino de los altares, reconocer el secreto de la santidad.

Benhabib al situarnos en el punto de vista del otro “concreto” afirma la necesidad de considerar al otro como un individuo con una historia, una identidad y una constitución efectivo-emocional concreta.

La fenomenología ha entendido que todo conocimiento es intencional, no somos hay una racionalidad desinteresada. Fue la escuela de Frakfurt quien ha señalado que actuamos en relación a nuestros contextos, que la razón es “razón encarnada”. Separar las emociones para legitimar nuestra conducta moral puede ser una tarea ilusa en el mejor de los casos o una maniobra para vestir nuestras acciones con los ropajes de la ética y que en el fondo carecen de toda consideración por el “otro particular” que fundamenta la philia. En la práctica nuestros dilemas morales están cargados de deseos, sentimientos hacía el “otro concreto”. Como habíamos visto en el anterior trabajo creemos que su gran aportación es comprender que en la vida diaria no resolvemos nuestros dilemas morales en términos de igualdad formal sino también se producen un proceso de sentimientos diversos, como amistad (philia), de simpatía, amor, solidaridad, deber, mérito, dignidad...

Más allá de una ética formal que se cimienta en imperativos categóricos (Kant “actúa de tal forma como si fuera un legislador universal”, “mi libertad acaba en donde empieza la de los demás”) o una ética material que nos da pautas concretas de las acciones éticas el objetivo es remarcar la distinción crítica entre el “otro generalizado” y el “otro particular”. Insiste la autora que la distinción no es prescriptiva, sino crítica.
Entendemos que nos advierte que no nos podemos escudar en postulados universales y que nuestras acciones se tienen que analizar a la luz de los efectos que producen en el “otro particular”. Así, con Gilligan sugiere que se tiene que complementar la ética de justicia con una orientación ética hacia el cuidado. Nos advierte que no podemos olvidar que la acción moral requiere del respeto de la dignidad y el valor de las personas que están implicadas.


Jessica Benjamin

Si con Benhabib hemos aprendido la importancia del “otro particular” y de la ética del cuidado, con Benjamin podemos reflexionar sobre la tensión existente entre la autoafirmación (fuerza que nos impele a la separación) y el reconocimiento (fuerza que nos arrastra a la conexión). El reconocimiento real del otro supone poder percibir lo común a través de la diferencia. Todos nosotros en nuestras relaciones nos hemos percatado que hay unas fuerzas centrípetas y otras que nos recluyen en nuestra mismidad. Entendemos junto con Beck (“El normal caos del amor”) “que el amor se hace más necesario que nunca antes y al mismo tiempo imposible”. No vamos analizar las estructuras sociales de nuestra realidad histórica, pero podemos constatar que son sociedades complejas y que las certidumbres cada vez son más exiguas y menos consistentes. Así, parece evidente que cuanto más aumenta la complejidad en el campo de la decisión (lugar de vacaciones, muebles a escoger, colegio de hijos…), tanto más crece el potencial de conflictos en las relaciones de pareja. Se ensalza la autonomía como un valor primordial y aspiramos por la cercanía. El supuesto deseo irreconciliable lo podríamos formular “quieres libertad y también quieres cercanía”. El poeta T. S Elliot lo plasma “No puedo vivir con ella, me es insoportable, no puedo vivir sin ella, porque me ha hecho incapaz de tener alguna existencia propia”. Nuestros tiempos históricos nos impelen con la idea que ya no hay familias que se unen y se alían, sino las personas que se eligen. Los proyectos son individuales y la construcción de una realidad compartida exige un esfuerzo exhausto en el que muchos pierden todos sus sueños y otros aprenden a soñar al unísono. A pesar de que el amor puede ser una amalgama sólida sostenemos que no puede resolver todos los conflictos. El amor se conjuga tanto con el éros que busca por necesidad, como con la philia que se contenta con compartir. El éros es un amor que tiende a la conexión, a la apropiación del otro, mientras la philia se fascina por la existencia autónoma del otro. Benjamin nos plantea la posibilidad de reconocer ambas necesidades, de buscar un equilibrio entre la autoafirmación y el reconocimiento.

El amor proyectivo que nos plantea la autora nos parece que se refiere a un tipo de amor, que se ha extendido en nuestras sociedades. Gregorio Marañón definió el enamoramiento como “una enajenación transitoria” y pensamos que con Benhabib en esta fase no vemos al “otro particular”, sino que depositamos todos nuestros anhelos, sueños y lo vemos como lo queremos ver. André Comte-Sponville plantea que la virtud ética más excelsa es la aceptación: no se trata de apropiarse del otro (de considerarlo el receptáculo de nuestras fantasías), sino de verlo en su propia idiosincrasia, de amarlo desde su libertad. Aceptar no es fácil, normalmente no es más fácil tolerar las diferencias. La aceptación como virtud ética presupone afanarse para que el amado pueda alcanzar su propia autonomía. El límite entre la aceptación y la indiferencia puede resultarnos problemático. Aceptar al otro significa escucharlo, darle la voz para que dirija su propia vida. Es una virtud ética porque exige un esfuerzo, lo que podríamos llamar un re-situar las emociones. Cegados por el deseo buscamos el apego y hastiados de su poder omnímodo anhelamos la serenidad. El énfasis en la autonomía nos conduciría a definir el amor como dos soledades que deciden transitar juntos. El énfasis en el apego nos llevaría a un tipo de amor que en razón de una fusión aniquila la fuerza individual de cada miembro de la pareja.

Creemos que en las relaciones interpersonales se dirime cuestiones de poder. No pensamos en un concepto político del poder, sino más bien en lo que podríamos llamar la microfísica del poder. Nuestra hipótesis, apoyándonos en el construccionismo (“lo que conocemos del mundo son nuestras propias construcciones de la realidad”), es que lo que se interpreta o construye (nuestros esquemas) se apuntalan, construyen y revisan en nuestras intercalaciones significativas.

Reflexiones desde Antonio Damasio

Damasio ha insistido en que las emociones están conectadas con nuestros razonamientos. La modernidad se inicia con Descartes cuando propone un método para que el sujeto pueda alcanzar verdades claras y distintas. Comienza desconfiando (dudando) de todo, hasta darse cuenta que dudar es pensar y, por consiguiente, asienta el fundamento de su edificio filosófico en el cogito. Continúa su andamiaje con el cogito ergo sum, es decir, hay dos sustancias: la res extensa y la res cogitans. Se encuentra con el problema de la unión de ambas sustancia y propone la teoría de la glándula pineal.

Ciertamente los racionalistas desconfían de los sentidos (emociones), y la pretendida universalidad y necesidad se cimienta en la res cogitans. Los empiristas reaccionan reivindicando el papel de la experiencia sensible y es Kant quien sintetiza la doble vía epistemológica que define la ontología moderna. Kant afirma que “todo conocimiento comienza con la experiencia, pero no por ello procede de ella”. La experiencia, trufada de emociones individuales, requiere de elementos a priori para dotarla de contenido de verdad. La desconfianza en las emociones proviene de su carácter individual, inestable, intransferible… La razón se legitima porque es capaz de despojarme de lo emocional. En definitiva para Kant ante una pasión negativa lo que haces es negarla por pura voluntad. Es Spinoza que postula un monismo (una sola sustancia, Deus sive natura) y afirma que conocemos dos atributos (cogitans y extensa) de los infinitos que contiene. Con Spinoza la mente y cuerpo son dos expresiones de la misma sustancia, es decir, las emociones son inseparables de nuestros pensamientos. Nos advierte que una empresa que pretenda desterrar las emociones de nuestros razonamientos resultará fallida. Para Spinoza la mejor manera de contrarrestar una emoción negativa concreta es tener una emoción positiva muy fuerte.

Damasio ensalza a Spinoza porque se dio cuenta que las emociones no deben reprimirse. A nivel de la asignatura nos plantea un gran reto: el objetivo de una buena educación es organizar nuestras emociones de la forma que podamos cultivar las mejores emociones y eliminar las peores.

Desde la psicología podemos comprender cómo después de la revolución cognitiva se ha producido una revolución emocional. Una revolución emocional que pretende el papel protagónico de las emociones en nuestra conducta. Entendemos que Damasio lo que hace es conjurar a los dos protagonistas (pensamientos y emociones) a que se interrelacionen en la obra de la vida: “los sentimientos son tan cognitivos como cualquier otra imagen perceptual, y tan dependientes del procesamiento en la corteza cerebral como cualquier otra imagen”. Damasio nos dice que el error de Descartes es situarnos en un racionalismo intocable que ponía los sentimientos en un lado y la razón por otro. Los sentimientos, lejos de perturbar, tienen una influencia positiva en las labores de la razón.

A las mujeres se les ha adjudicado el patrimonio de pensar las emociones y se ha pensado que es menos buena. De un modo parecido a Benhabib entiende que históricamente los hombres han cultivado las emociones que se han relacionado con la agresividad, mientras las mujeres las que tienen que ver con la simpatía o la compasión.

Para Damasio el objetivo es reequilibrar las emociones y evitar separarlas por género. La razón empezó con emociones como el miedo, la compasión o la alegría. Su hipótesis es que emociones como la tristeza, el miedo, la ira existen dentro de nosotros, pero se puede atenuar o reforzar con la culturización y educación que recibimos. Se plantea que las creencias se informan por las emociones. Se aleja tanto de Rousseau como de Hobbes, en el hombre reside tanto un ser que puede extasiarse con la quinta sinfonía de Beethoven y otro transformarse en un nazi enervado por un destino superior. La razón no es esclava de las pasiones, a contrapelo de Pascal que afirmaba “que hay razones del corazón que la razón no entiende”, piensa que la emoción crea razón, y la razón conduce a su vez a esa emoción a otro nivel más consciente.

Damasio distingue entre la fase de la emoción, ligada a un estímulo que tiene la capacidad de desencadenar una reacción automática (asunto del cuerpo), y los sentimientos que es un conjunto del estímulo que lo ha generado, la reacción del cuerpo las ideas que acompañan a esa reacción (asunto de la mente). Con Benhabib nos hemos planteado la posibilidad de un éros y una philia que nos remiten a la idea que Damasio distingue entre una pasión (que lo relaciona con la atracción) y el sentimiento de alegría. Así la emoción es un conjunto de cambios en el estado corporal que responde a los contenidos del pensamiento y se relacionan a una entidad o acontecimiento determinado, y los sentimientos es cuando nos damos cuenta de los cambios corporales y los vamos verificando de forma continua. La imagen nos transmite no es un hombre máquina que responde a los estímulos externos de forma mecánica, sino parte de la hipótesis que los circuitos del cerebro de cada ser humano es única: representa su biografía, su historia.

Pensamos que el modelo es muy holístico, en la medida que integra lo biológico con lo cultural. Se aleja del pertrechado positivismo chato para acercarnos a la interrelación constante de los procesos biológicos con los procesos culturales. Hemos pensado que su apuesta es una forma de reivindicar la concepción del ser humano como un ser bio-psico-social.

En las relaciones interpersonales, los sentimientos no bastan (“el amor no lo puede todo”) y Damasio insiste que es muy fácil dejarnos engañar por nuestros sentimientos. Desde un punto de vista psicoterapéutico con Damasio comprendemos que tenemos que ayudar a los sujetos a que tomen conciencia de los sentimientos de su cuerpo (es un trabajo congnitivo-emocional). En los análisis realizados en clase hemos visto como nuestros criterios tienen una clara tendencia a justificar en pos de la continuidad de una relación las conductas que podrían ser reprobables desde una perspectiva fundada en el “otro generalizado”. En nuestras relaciones íntimas no predecimos muy bien porque perdemos el juicio al tener una fuerte emoción positiva.