martes, 19 de mayo de 2009

La vivencia de la crisis: una dificultad o un problema

LA VIVENCIA DE LA CRISIS: UNA DIFICULTAD O UN PROBLEMA


Del mismo modo que somos hijos de nuestro tiempo, tenemos la capacidad de recrear el pasado e imaginar el futuro. La vivencia se agota cuando se fuga el instante. Una vez hemos vivido no podemos más que recordar; nuestra identidad está formada por la huellas, conscientes o inconscientes, de nuestras vivencias. Mientras el pasado nos determina, el futuro nos define. Nuestro estilo de afrontar los acontecimientos depende de nuestra “mirada” y nuestras “expectativas”. Kant nos legó que la conciencia “que las condiciones del conocimiento no las determina el objeto, si no el sujeto cognoscente”, abriendo la veda a plantearnos que nuestras alegrías y tristezas depende más de cómo sentimos e interpretamos el mundo que lo que el mundo realmente es. Así, como el dolor agudo engendra respuestas emocionales de miedo y rabia, el dolor crónico es más probable que provoque desesperación y desesperanza. Mientras en el dolor agudo actuamos conectados con nuestra pertenencia biológica, en el dolor crónico (fundamentalmente en el ámbito psicológico) deviene de nuestra “mirada” y “expectativas”. La vivencia de una crisis no puede dejar de causarnos un dolor agudo (miedo por un futuro ennegrecido o rabia por los que nos han conducido a la crisis), pero nuestra “mirada” (conformada con nuestras vivencias del pasado) o “expectativas” (que se alimentan de nuestros proyectos) son las que definen la identidad de la crisis.
Pueden plantearse muchas hojas de rutas, caminos para atajar el dolor agudo. Una hoja de ruta posible es la diferencia entre dificultades y problemas: ¿en la crisis actual nos encontramos ante una dificultad o ante un problema? Sí las dificultades que han ido surgiendo en nuestras sucesivas vivencias no se afrontan acaban convirtiéndose en problemas (un problema es una dificultad no resuelta). Una crisis puede suponer una acumulación de dificultades mal resueltas que desembocan en un problema. No me refiero a los problemas matemáticos que son conocimientos analíticos (las conclusiones devienen necesariamente de las premisas), y exclusivamente hay un deducción verdadera. Me refiero a los problemas que no tienen una única respuesta, que se refieren a valores. Nuestra “mirada” se asienta en valores, en decisiones sobre lo que consideramos la “buena vida o mala vida”.
La gran utilidad de una crisis es que nos puede ayudar a plantearnos el gran problema de la existencia humana: ¿Qué somos (nuestra “mirada”) y qué queremos ser (nuestras “expectativas”)? Realmente sí buscamos soluciones a las dificultades que se han generado no hacemos más que asumir nuestro dolor crónico. En la medida que seamos capaces de escoger los valores que nos definen y a los que aspiramos podremos entender al poeta que afirma “allí dónde se encuentra el peligro está la solución”. La mayoría hemos aceptado los valores que nos han legado, algunos se han atrevido a proponernos otros en nombre de la razón o la fe, otros los han obviado en necesidad de perpetuar su poder y ninguno hemos podido dejar de sentir que en alguna vivencia hemos traicionado nuestra “mirada”. ¿Somos conscientes de nuestra mirada?, ¿Por qué en algunas vivencias primordiales nuestra “mirada” siente un dolor crónico?, ¿Qué expectativas tenemos?
Podemos entender que la crisis es un problema y que las innumerables dificultades, que hemos obviado, nos han permitido tener otro nivel de “conciencia” (una nueva “mirada” y unas “nuevas expectativas”). A través del diálogo, de la creación de unos sentimientos y unos conocimientos compartidos podremos crear un “nuevo lenguaje” (Wittgeinstein afirma que “crear un nuevo lenguaje es inventar una nueva forma de vida”).
La vivencia es fugitiva,
la indecisión eterna.
El silencio nos aterra,
el ruido nos acongoja.
La experiencia es subjetiva,
el conocimiento es precario.
Somos mero transito,
materia del espacio y el tiempo.