viernes, 16 de octubre de 2009

LA AMBICIÓN SANA

“La economía es la ciencia de lo escaso”
Carlos Marx

Una definición de la economía que obvia los componentes emocionales en nuestras decisiones diarias se atiene a lo que lo que se ha teorizado como el “homo oeconomicus”. Así, el tipo de hombre que calcula, que se rige por la racionalidad y la obtención del propio beneficio se afanaría por acaparar lo escaso para comerciar con las necesidades de sus semejantes.
La realidad es que muchas veces nos dejamos conducir por la irracionalidad y los sentimientos más que por la racionalidad y sensatez. Así, los escándalos económicos repetitivos nos muestran que algunos no se limitan a luchar por conseguir el máximo beneficio con el intercambio de sus bienes (que tienen más valor en cuanto más escasos), por el contrario ataviados de una supuesta invulnerabilidad se alejan de la cordura. Atónitos sentimos que la ambición insaciable de unos cuantos produce distorsiones irracionales en un sistema que teóricamente se sustenta en la acción racional de sus actores. Parece que en muchas decisiones económicas nos impulsan más nuestras emociones que los asépticos cálculos racionales. Lo que nos mueve, nos empuja, nos motiva depende más de nuestra mirada (un empedrado entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que creemos que debemos hacer) que de una decisión objetiva que busca los medios adecuados para el fin de obtener los bienes más escasos (propio del “homo oeconomicus”). Cuando pretendemos maximizar (coste-beneficio) buscamos la eficiencia, pero las crisis muestran que “muchos costes no se justifican en nombre del beneficio al que aspirábamos”. Así, plantearse los beneficios de nuestro comportamiento económico implica entender que nuestras decisiones se fundan en valores.
Nuestros valores son los que delimitan lo intolerable de lo deseable. Uno de los valores más nucleares de un supuesto tipo puro de “homo oeconomicus” sería “el incremento constante de beneficio, al menor coste posible”. Subyace el valor que la ambición es la pasión humana que debemos enaltecer. Los teóricos del capitalismo han señalado que los vicios privados producen beneficios sociales, es decir el panadero hace el mejor pan porque quiere ganar más, no para sentirse un artesano orgulloso de su obra. Cuando lo relevante es estar en el mercado obviamos los ideales en nombre de la eficiencia. Hay valores como la justicia, el bienestar personal, la paz o la amabilidad que suelen entorpecer el progreso constante que exige toda empresa capitalista.
La ambición tiene un sentido noble que nos remite al “conatus” de Spinoza (todo ser pretende preservar en el ser) y nos permite dotarnos de una determinada identidad. Nuestra identidad viene dada tanto por lo que hemos vivido como por lo que ambicionamos en lo que nos queda por vivir. Nuestras ambiciones nos definen (queremos ser los mejores, ser aplaudidos, buenos profesionales, excelsos amantes o padres ejemplares). Por otra parte, nuestras ambiciones nos atormentan cuando dejamos de ser prudentes. Aristóteles sostuvo su edificio ético en la prudencia, en el justo medio entre dos extremos (en la tensión entre la osadía y la cobardía encontramos la valentía). Una ambición desbordada produce efectos indeseables.
Proponer una “ambición sana” presupone comprender que lo que nos hace vivir nos puede matar. En la realidad económica actual existen una cantidad nada desdeñable de personas con ambiciones insanas que ni siquiera se despeinan. Y como sostienen los teóricos del totalitarismo “para que triunfe el mal sólo hace falta que la gente de bien se muestre indiferente ante los que encumbran y disipan sus ambiciones insanas a un mayoría desvalida de la población”
De la mano de Spinoza podemos comprender que para derrocar una pasión insana tenemos que cultivar una pasión sana. A cada uno de nosotros le corresponde sentir la grandeza y los límites de sus propias ambiciones. Toca preguntarse; ¿una ambición sana es la que es capaz de ponerse límites a si misma?