sábado, 16 de enero de 2010

UNA MIRADA MACROSCÓPICA O MICROSCÓPICA DE LOS ACONTECIMIENTOS

Cuando nos proponemos la tarea del pensar nos enfrentamos a una primera decisión que determinará el curso y los efectos de nuestras disquisiciones. Podemos optar por abrazar el idealismo, que con las llaves de la universalidad nos permitiría trascender de los particularismos y asegurarnos la certeza de nuestros asertos. Podemos elegir encerrarnos en un relativismo, que desde la aceptación de la irreductible particularidad nos circunscribiríamos a las coordenadas espacio-temporales de lo pensado sin pretender extraer una validez universal.
El idealismo nos proporciona una mirada macroscópica del orden de los acontecimientos porque es capaz de olvidar los costes (los vencidos o derrotados) en nombre de una victoria final (el mundo perfecto o feliz) y arrastrándonos en su máxima radicalidad al totalitarismo. El relativismo a ultranza nos suministra una mirada microscópica porque ajeno a las utopías se acomoda a lo que acaece y, finalmente, conduciéndonos al nihilismo (argumenta que el mundo, y en especial la existencia humana, no posee de manera objetiva ningún significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial superior).
El idealismo sin límites tiende al olvido. Todos los idealismos tienen su herencia oculta, en cuanto su primera decisión es conseguir unos ideales inquebrantables. Ocultan los matices y obcecados por transitar por el camino de la rectitud no aceptan a los descarriados. Por otra parte, los relativismos desaforados expanden la insensibilidad. Los relativismos abren la veda a la impunidad, en cuanto su primera decisión es la imposibilidad de trazar una ruta acorde a nuestra dignidad como seres humanos.
Hay una posición intermedia entre el idealismo y el relativismo que asumiendo el pluralismo radical es consciente que los seres humanos estamos obligados a decidir entre valores antagonistas contradictorios entre sí (por ejemplo libertad-seguridad), a sabiendas que cada elección de un valor supone renunciar trágicamente a los demás valores contrapuestos. Así, esta posición asentándose en una mirada microscópica acepta que el sentido de la existencia procede de una mirada macroscópica.
La mirada macroscópica implica una ética de la decisión responsable: somos nosotros los que tenemos que decidir los contenidos de la dignidad humana. Somos protagonistas de nuestra propia vida y no somos marionetas que danzan al compás de unas fuerzas que nos sobrepasan. La mirada microscópica implica una ética del cuidado: no podemos obviar que nuestras decisiones no son inocuas porque engendran vencedores y vencidos.
La democracia política implica un pensamiento trágico que reivindica el pluralismo valorativo. Un pensamiento trágico que nos impele a escoger entre unos valores que para nosotros pueden tener el mismo grado de nobleza (una ética racionalista argüiría “sí tenemos ideas adecuadas no hay tragedia que valga”). Así, deseamos tanta libertad como seguridad o tanta riqueza como igualdad.
Ataviados con una mirada macroscópica, que no atiende a la cotidianidad, podemos justificar el sacrificio de todos aquellos que se nos interpongan o nos impidan llevar a cabo nuestra utopía. Desde la placidez de una mirada microscópica podemos dejar de esforzarnos por alcanzar el sentido de nuestra existencia humana. Así, el esfuerzo que proviene de una mirada macroscópica debe contenerse cuando en su discurrir perpetra sacrificios.
El éxito de una democracia política exige tanto de una ética de la decisión responsable como de una ética del cuidado. La decisión responsable se asienta en la pasión por la autonomía, mientras una ética del cuidado reconoce que el bienestar de cada uno de nosotros nos es ajeno al bienestar de mis semejantes. La democracia más que un derecho es un privilegio que nos exige el esfuerzo constante de conjugar la mirada macroscópica con la microscópica. Quizá la sabiduría consiste en transitar entre el encantamiento de nuestros ideales y el desencantamiento que nos produce el sacrificio de millares de vidas.