martes, 22 de enero de 2013

Poesías enero 2013


CORRER

Cuando ocurre algo te caracolas 
ascendiendo a las nubes
Escapando de los ladrones de almas
con tu mutismo me exasperas 
Dices que huyes para perderte
 y sigo admirándote sin gustarme
Te recompones aislándote 
dejándome sola ante el horizonte
Te busco sin encontrarte 
 y dices que te vas para no dañarme
En tu soledad te  edificas
corres para olvidarme 
y con tu desprecio me dañas 
Vuelves sudoroso, inundado de silencios 
Sonríes, me abrazas desterrando los agravios

LAS HERIDAS

Tus heridas cicatrizan
permaneces púbero, incólume a las desgracias 
Te  alejas de los que atontan
de los malignos que esparcen sus rastros
Descarado e imperturbable esquivas a los que apenan 
tu misericordia exaspera a los malignos
Sientes sin carcajadas 
Piensas sin enemigos 
Con tu fuerza me alumbras 
aderezas mis miedos 

OLVIDÁNDOME 

Devanarme los sesos hasta exprimirme
Exhausto por un sueño recurrente 
Invadido de un frenesí irrefrenable 
Sin tiempo de alicatarme 
Sangrando, olvidándome de quererte

domingo, 20 de enero de 2013

La toma de decisiones: razonar o apostar.



 A simple vista parece que cuanto mayor es el esfuerzo, tanto mejor será el resultado. Al enfrentarnos a una decisión difícil el sentido común nos diría que deberíamos recopilar todos los argumentos a favor y en contra de las distintas opciones, clasificarles en su orden de importancia, desechar los argumentos contradictorios y, finalmente, escoger aquella opción con los argumentos más consistentes.
A priori, en cuanto más información disponemos tomamos mejores decisiones. Por una parte, el exceso de información nos puede paralizar porque escoger una opción supone rechazar las restantes. Foucault ha puesto de manifiesto que el  pensar filosófico es una forma “pensar aquello que se ha dejado de pensar cuando se ha pensado”. En el trasfondo subyace que muchas de nuestras decisiones son apuestas, que la facultad de la razón nos sirve más para racionalizar que para razonar. Muchas veces escogemos más desde las tripas –de nuestras preferencias y desdenes- que desde el calculado ejercicio de la razón. Por otra parte, a menudo optamos por decisiones acertadas con una escasa información.
Los expertos utilizan menos cantidad de datos que los profanos para la decisiones. En este sentido la clave estriba en reconocer más rápido la información relevante. El ruido ensordecedor proveniente del constante martilleo de datos e imágenes nos atolondra, nos entumece en un estado de letargo e impotencia. Podemos plantearnos que la racionalidad no requiere forzosamente el máximo de información.
Un ejemplo humorístico lo planteo el diario Chicago Sun-Times hace unos años. El mono capuchino de nombre Mr. Adam Monk elegía a su libre albedrío acciones bursátiles determinadas en el periódico. El paquete resultante superó durante cuatro años consecutivos a la media del mercado e incluso en dos años promedió por encima del renombrado fondo de inversión Legg Mason. Por otra parte, sofisticadas campañas de marketing (frecuencia de visitas a los clientes, cuotas de participación que provienen de la competencia, estudios de mercado, de coste…) pueden ser tan fiables como la sencilla heurística “buenos compradores hoy son buenos compradores también mañana”. En el campo de la psicología también se ha mostrado que considerar pocas informaciones resulta a menudo la mejor opción. Numerosos estudios revelan que la mayoría de las personas solo requieren entre 30 segundos y dos minutos para expresar una opinión acertada de los sujetos observados. En cierto modo, parece que la intuición nietzschiana –“cuanto más conozco menos reconozco”- nos advierte de la parálisis por el análisis.
Cualquier decisión es una apuesta, pero unas apuestas son más consistentes que otras. El primer requisito para una apuesta consistente es aflorar a la superficie la causa final. La idea de fin como causa, para Aristóteles, es subsidiaria de la de pre-tensión. El fin es algo que se pretende. Para el estagirita “en general, para que algo tenga índole de fin es necesario que de alguna manera sea apetecido por sí propio, y no únicamente en tanto que útil”. Muchas decisiones nos parecen incomprensibles porque no somos capaces de desentramar su pretensión originaria. Cuando comprendemos que numerosos políticos hacen política porque su causa final es reforzamiento de su narcisismo o enriquecerse sin escrúpulos, podemos entrever que sus apuestas –por muy respaldadas que estén por los datos- nos asfixian porque no coinciden con nuestras pretensiones. Así, cualquier decisión es una apuesta por unos determinados valores en detrimento de otros. 
Hay apuestas seguras, suicidas y arriesgadas. Los expertos son útiles a la hora de evaluar situaciones arriesgadas. Las personas con experiencia suelen tomar decisiones por lo general más acertadas. Los conocimientos previos permiten reconocer con anterioridad el contenido esencial de un asunto a la vez que ignorar numerosos detalles que generan confusión en los profanos.
Finalmente, la política es una apuesta por determinados valores en detrimento de otros. Elegimos la causa final en relación a lo que sentimos –preferencias o desdenes- y buscamos los expertos para que lleven a cabo las estrategias más adecuadas para alcanzar el fin que nos hermana. En la soledad forjamos nuestros valores, con la amistad los esculpimos y, finalmente, en la comunidad los hacemos fértiles. Carlos Fuentes lo expresa literariamente: “Somos amigos en comunidad: nos necesitamos. Con razón decía Thoreau que tenía tres sillas en su casa. Una, para la soledad. Otra, para la amistad. Y la tercera, para la sociedad. “