Nuestra organización social
Podemos
empecinarnos en buscar una metáfora (o concepto) para definir nuestra
organización social, pero ineludiblemente tendremos que obviar determinados
aspectos de la realidad para no hacerla muy porosa. Bauman nos ha propuesto la
sociedad líquida, Beck la sociedad del riesgo, unos la sociedad en la red,
otros la sociedad globalizada o la sociedad de la incertidumbre. Lo cierto es
que la mayoría de las metáforas (o conceptos) insisten en la responsabilidad y
autonomía del sujeto. Podemos argüir que es una libertad aparente, que no
podemos gobernar nuestra vida y que nuestra obra personal es una quimera. Sin
menoscabar la posibilidad de construir un relato distinto, desde el Renacimiento
y la Ilustración se ha acelerado el mandato de Píndaro “llegar a ser lo que
eres”. Así, el individualismo puede ser una de las vetas más fructíferas para
comprender nuestras sociedades occidentales. Por otra parte, las organizaciones
han comprendido que son eficaces en cuanto el individuo (trabajador,
funcionario, o ejecutivo) de modo autónomo y espontáneo se siente identificado
con los objetivos de la organización (aunque cambien constantemente)
La
psicología positiva: una forma de conceptualizar la individualidad
Sin
autonomía y responsabilidad no hay posibilidad de plantearse una psicología
positiva. Los planteamientos de la psicología positiva coinciden con lo que
podríamos denominar un individualismo positivo. Podemos plantearnos los siguientes
rasgos:
a.- Autodeterminación. El individuo es el artífice de su
propio destino y debe recorrerlo a su manera, con relativa independencia del
éxito y la felicidad de los otros.
b.- Autoconocimiento. No se trata tanto de un “conócete a ti
mismo” socrático para ser virtuoso, más bien es un autoconocimiento práctico
para alejarse de la infelicidad.
c.- Automejoramiento. Se trata de ser más y mejor. Tenemos que
potenciar nuestras fortalezas, es un conocimiento interesado.
d.- Auto-responsabilización. La búsqueda de la felicidad es un
imperativo moral. El único responsable de los éxitos y los fracasos es el
individuo.
e.- Autocontrol. El pensamiento tiene que servirnos para
encauzar nuestras emociones negativas.
Seligman
y Csikszentmihalyi reconocen que la fundamentación de la psicología positiva es
ecléctica. Algunos autores han puesto en duda la objetividad y universalidad de
la noción de felicidad y bienestar. Lo cierto es que el pensamiento de la
psicología positiva se enclava en un momento histórico determinado y, por
consiguiente, sería muy atrevido pensar que expresa dimensiones naturales (de
especie). La psicología positiva, tal como se ha expandido en Occidente, se
asienta en un determinado “tipo de ser humano”.
“El
tipo de ser humano” que hay en el trasfondo de la psicología positiva
En
la psicología positiva hay un claro envite a la “interioridad”. La mayoría de
sus preceptos enfatizan la autosuficiencia, propiciando un cambio “mental” que
puede hacer que los individuos se abstengan de la necesidad de lidiar con las
estructuras sociales y organizacionales. La insistencia en que la conquista de
la felicidad atañe a cada uno (su propia responsabilidad) puede alejarnos de la
posibilidad de un pensamiento crítico para transformar el “estatus qua”. En cierto
modo, la psicología positiva –especialmente con la proliferación del coaching
en muchas organizaciones- es un
instrumento muy útil para el capitalismo de consumo. La construcción de la
individualidad se fragua en la comunidad y, por lo tanto, la individualidad no
es una entidad previa a su construcción social. La psicología positiva, más
allá del ámbito académico, se ha convertido en objeto de consumo para
adaptarnos al “estatus qua”. Parece ser que hay algo propio de especie
(natural, no histórico) que nos empuja a sostenernos en creencias. Cuando los
grandes relatos se licuan –la divinidad, la verdad o la justicia- brota la
necesidad de bucear en nosotros mismos, de “llegar a ser lo que somos”. “El tipo de ser humano” que sostiene a gran
parte de la popularizada psicología positiva es un ser adaptado a las
condiciones –que busca en su propia “mirada” la felicidad-, que se abstiene de
construir un “gran relato” sobre el orden de los acontecimientos.