domingo, 26 de diciembre de 2010

LAS TRES DIMENSIONES DEL AMOR

Sternberg nos propone un triángulo, que con sus tres vértices (intimidad, pasión y compromiso) nos puede servir para comprender el sentido de nuestras relaciones amorosas. Ciertamente, el amor como sentimiento se escurre a la hora de darle razones. Las razones nos pueden parecer meras justificaciones o el reconocimiento de lo que nos impele amar de una determinada manera. La propuesta tiene el objetivo de explorar el peso que tienen las tres dimensiones en nuestras elecciones amorosas.

El peso específico de cada una de las dimensiones

La pregunta que subyace la podríamos plantear del siguiente modo: ¿qué buscamos cuando amamos y somos amados? No cabe duda que cada uno tiene sus propias respuestas, pero se trata de encajarlas en una alguna de las dimensiones propuestas. La hipótesis más razonable es asumir, de un modo u otro, que cada una de las dimensiones tiene un determinado peso en nuestras relaciones amorosas. Así, un amor fecundo sería el que fuera capaz de aunar la intimidad, la pasión y el compromiso. Indudablemente, el peso de cada dimensión depende tanto del momento en que nos encontramos (al inicio, en el transcurso o al final) como del tipo de relación.

La intimidad: sentimiento de cercanía, conexión y seguridad

Todos antes de nacer gozamos de una intimidad especial con nuestra madre. Parece que nuestro primer aprendizaje es que nuestra felicidad depende del bienestar de los que nos cuidan y alimentan. A medida que crecemos nos singularizamos y buscamos ser reconocidos como entes autónomos e independientes. Cuando somos adultos nos movemos entre el deseo de independencia y la necesidad de formar un nosotros, que nos guarnezca de los envistes de nuestro destino.
La intimidad es fundamentalmente comunicación y aceptación. Nos comunicamos con la pretensión de comprender al otro y, a su vez, que nos acepten tal como somos. Así, hay conexión cuando somos capaces de una amistad auténtica, que nos permite sentir que el sentido de nuestra vida viene dado por la existencia de nuestros amigos. La amistad es el fundamento de la ética, en cuanto nos permite sentir simpatía y darnos cuenta que nuestros semejantes son sujetos con su propia alma. Al verdadero amor le pedimos algo más que simpatía, le reclamamos pasión y compromiso.

La pasión: el impulso para el romance, atracción física y emocional

La pasión nos empuja a la fusión. Como enajenación transitoria nace de nuestras propias entrañas y sólo se calma cuando se culmina. La pasión es el loco enamoramiento, que nos hace tan felices como títeres. Felices porque nos despierta del letargo de la cotidianidad e inusitadamente nos hace sentir especiales y únicos. Títeres porque con su arrolladora fuerza nos saca de nuestras casillas, transfigurándonos en unos idealistas a merced de unos impulsos irresistibles.
Cuando aunamos la pasión con la intimidad experimentamos el amor romántico. La pasión, como un don divino, nos permite traspasar los límites, mientras la intimidad nos permite crear nuestro propio reino. La pasión nos ata, aflorando tanto lo más sublime como lo más deleznable de nuestra naturaleza.

El compromiso: la decisión de que se ama alguien, y la inversión que se hace para mantener ese amor.

Mientras la pasión emerge de nuestras entrañas, el compromiso es la firme voluntad de articular nuestro amor de algún modo. Es una decisión consciente, que la justificamos en nombre de una intimidad lograda o de una pasión consumada. Sí sólo se produce compromiso nuestro amor es infecundo, en cuanto sin intimidad y sin pasión nuestras relaciones se cimientan en un interés a corto plazo. La intimidad con el compromiso, amor de compañeros, nos proporciona unos réditos sustanciosos a largo plazo, mientras la pasión con el compromiso, amor fatuo, nos renta desorbitadamente a corto plazo.
Así, como alquimistas, sin un plan predeterminado, tenemos que ser capaces de encontrar la combinación justa entre la intimidad, la pasión y el compromiso para experimentar un verdadero amor consumado.