viernes, 31 de octubre de 2014

La inteligencia emocional y los valores

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La Inteligencia Emocional en la psicología divulgativa

Con el best-seller de Goleman (1995) la inteligencia emocional (IE) ha causado un gran impacto en los medios de comunicación, convirtiéndose en un concepto popular. Goleman incluye áreas muy amplias en el IE, como el autocontrol, persistencia, automotivación, evitación del estrés, control del impulso, etc. Su concepto de IE es sinónimo de carácter. Tanto el mérito como el desmérito de Goleman proviene de proponer un modelo que abarca prácticamente todo menos el coeficiente intelectual. Más allá del modelo de popularización de Goleman podemos plantearnos diferentes modelos de inteligencia emocional.

Modelos de Inteligencia Emocional

Fueron Salovey y Mayer (1990) quienes crearon el constructo de inteligencia emocional, refiriéndose a tres tipos de habilidades adaptativas: apreciación y expresión de las emociones, regulación de las emociones y la utilización de las emociones para solucionar problemas. Actualmente hay dos grandes modelos en la IE:
            a.- Modelo de habilidades. Conciben la IE como un conjunto de habilidades cognitivas referentes a las emociones con poca relación con los factores de personalidad. Son habilidades para percibir, asimilar, entender o manejar las emociones.
            b.- Modelo de personalidad. Considera la IE como una mezcla de habilidades emocionales y rasgos de personalidad, y las definiciones incluyen como optimismo, empatía, asertividad, etc.
Un hecho evidente en la psicología popular y académica es la creciente aceptación que las emociones tienen un papel clave en nuestra conducta. Las emociones nos permiten priorizar, actuar para satisfacer nuestras necesidades. Así, la experiencia emocional siempre es adaptativa porque detrás de cada emoción anida una necesidad.
En cierto modo, la insistencia en una la IE como un conjunto de habilidades ha permitido plantearse una serie de actividades de aprendizaje. Su popularización tiene que ver, en gran parte, con la correlación que existe entre la IE y el ajuste social, la satisfacción personal y el bienestar psicológico.

Ajuste social, satisfacción personal y bienestar psicológico

La felicidad es un concepto huidizo, que todos perseguimos y que solemos encontrar en contadas ocasiones. Podemos plantearnos un estado de satisfacción general, pero la magia siempre es fugaz y sorpresiva. Más allá de la felicidad, que se dice de muchas maneras, se trataría de analizar cómo uno puede convertirse en un “buen pensador constructivo”.  Un “buen pensador constructivo” posee habilidades de afrontamiento (coping) en estrés agudo o crónico.  Se trata adquirir capacidades para manejar, controlar y regular las situaciones amenazadoras o exigentes. El afrontamiento puede ser adaptativo o no-adaptativo. Adaptativo se refiere a los resultados positivos para el individuo (satisfacción personal, ajuste emocional, preservación de la salud…). Puede que las demandas del entorno sean insanas, que se asienten en unos valores profundamente inhumanos. Martin Seligman ha distinguido entre una vida agradable –tener el máximo número de placeres y habilidades para amplificarlos- y la buena vida –saber cuáles son nuestras habilidades propias y reconstruir todo lo que hacemos para utilizarlas el máximo posible-. Así, la satisfacción personal y el bienestar psicológico es el resultado de tener una vida significativa, estar conectados con valores más grandes que nosotros mismos.  


Modelos de déficit o de crecimiento

Normalmente se entiende que el trabajo de un psicólogo es averiguar qué nos pasa de malo. Este modelo de déficit, que ha sido durante muchos años el único modelo, va complementándose con un modelo de crecimiento. El trabajo del modelo de crecimiento es averiguar qué es lo mejor de nosotros –algo de lo que quizá no nos hemos dado cuenta- y hacer que lo utilicemos cada vez más.
La asepsia o neutralidad axiológica (no emitir juicios de valores éticos o morales) de la psicología científica implica que una inteligencia emocional alta no necesariamente iría unida a un estilo de vida repleto de virtudes.


Las competencias emocionales y los valores

Podemos utilizar las habilidades emocionales para el beneficio de los demás o para engañarlos y manipularlos. Los valores son imprescindibles para comprender que podemos poseer inteligencia emocional, pero no afectiva. Cuando la realidad no nos afecta –no nos conmueve- y nos sostenemos en valores inhumanos la inteligencia emocional se transforma en inteligencia manipulativa. La ciencia objetiva no se plantea el tema de los valores porque son subjetivos e inconmensurables, obviando preguntas en relación a la causa primera y la causa final. La ciencia describe, explica el cómo funcionan los hechos olvidándose del significado. El precio de la objetividad presupone olvidarse del significado. Existe una cara oculta en la IE, podemos utilizarla de una manera auténtica y natural o profunda y manipuladora.
Son los autores humanistas –Erich Fromm, Alfred Adler, Irvin Yalom, Víctor Frankl, entre otros- quienes más insisten en que es imprescindible vivir una vida con sentido, con significado. Por otra parte, los enfoques humanistas encontramos similitudes con aspectos de la IE: el trabajo terapéutico con las emociones y el trabajo de los valores humanos y actitudes prosociales como elementos del proceso psicoterapéutico. En la psicología humanista la emociones tienen un valor positivo, se entienden como un sistema de motivación y orientación. No podemos emitir juicios éticos sobre las emociones –si son buenas o malas- porque su objetivo primordial es asegurar nuestra supervivencia. Las emociones, que pueden ser agradables o desagradables, son imprescindibles tanto en la construcción del mundo interno como en la construcción de la comunidad humana. Entre la frialdad emocional, característica que define a los psicópatas, y una emocionalidad descontrolada, que nubla el juicio, hay un espacio que conviene dilucidar. Una emoción auténtica tiene que ser congruente con la necesidad. Nos tenemos que preguntar: ¿sabemos lo que sentimos?, ¿por qué sentimos eso?. La autenticidad, como valor ético, implica la posibilidad de expresarnos tal y como somos. La primera condición es conocernos, atrevernos a reconocer nuestras continuidades y discontinuidades. Cuando hemos alcanzado un determinado conocimiento de nosotros mismos se trata de ajustar nuestra idiosincrasia a la comunidad que nos ha permitido ser lo que somos.