El orden internacional actual se configura con base en
el modelo heredado del siglo XIX: un conjunto de estados nacionales que pugnan
unos con otros por conseguir su autonomía, afianzar su propia constitución y
reclamar sus inherentes rasgos diferenciales. Si por un lado se entiende la
modernización como integración, por otro surgen movimientos divergentes que
aspiran a constituir su propio estado-nación con base en la reivindicación de
una identidad que no se siente suficientemente representada. El proceso de
integración avanza de la mano de la globalización económica y la sociedad en
red, que conducen a una pérdida paulatina de los límites territoriales propios
identificados con una etnia o cultura específica. Como consecuencia de este
proceso de globalización económica e informativa los estados-nación pierden su
poder progresivamente. Si consideramos que el estado-nación es una construcción
histórica, un sistema institucional, que surge como respuesta a problemas
sociales e históricos determinados, nos tenemos que plantear su incapacidad
para atender las demandas de la nueva realidad.
Hipotéticamente Tocqueville, con base en su realismo,
se plantearía hoy la necesidad de instituciones políticas adecuadas a los
nuevos moeurs en función de una
economía globalizada y una sociedad en red, mismos que configurarían una
realidad social diferente. Así, hoy tendríamos que reformular el papel de los
estados-nación con relación a la historia y los moeurs de cada país. En este sentido, no pretendemos sustituir la
tesis sobre la globalización de las principales actividades económicas y los
medios de comunicación por la tesis tocquevilliana de la igualdad social. El
objetivo es rescatar el espíritu de Tocqueville, es decir, pertrecharnos con un
realismo que explora todas las posibilidades, alejándonos de planteamientos
ideales para ubicar de algún modo la independencia y dignidad personal, que es
el principal motor de su recorrido intelectual.
Weber comprende que el surgimiento de los
estados-nación forma parte de proceso de racionalización de la civilización occidental.
Desde esta tesis asume la necesidad de fomentar el nacionalismo para que su
país se constituya como un estado-nación en el capitalismo industrial. En la
actualidad, la expansión de capitalismo no sirve en la construcción de los
estados-nación, sino que debido a su superioridad, sobrepasa el modelo del
siglo XIX de un antagonismo entre los distintos estados-nación y desdibuja los
linderos que les separaban. El análisis weberiano que presupone fomentar el
estado-nación no tendría mucho sentido en la economía contemporánea en cuanto
las relaciones económicas sobrepasan el ámbito del estado-nación.
Tocqueville y Weber, hijos de su tiempo, reflexionan
en el marco de los estados-nación y vinculan la cultura a la política
abandonando la pretendida neutralidad cultural. En Tocqueville prevalece su
orgullo francés: su objetivo es pensar la situación social y política de su
país ante la nueva realidad. En Weber hay una apuesta por la cultura alemana:
le preocupa la americanización de la civilización occidental. Ambos asumen la nation building con la conciencia que
sin identidad no puede existir una nación.
Tocqueville diferencia entre el nacionalismo de cabeza
y el de corazón para señalar dos formas de construir la identidad. En este
sentido, América construye su identidad de una forma lógica, es decir, con base
en una constitución política que es producto de la ideología de unos emigrantes
impelidos por una nueva libertad sin las ataduras de la desigualdad histórica
de la vieja Europa.
El análisis de Weber está condicionado por su interés
en el rescate político y sociológico de su nación, en cuanto la pervivencia de
la identidad de Alemania requiere la existencia de verdaderos dirigentes
políticos, elegidos por el parlamento, para que el país ocupe un lugar en el
orden político de su tiempo. Ambos se sustentan en la nation building, que presupone la
creación de una identidad, pero mientras Tocqueville considera primordial
adaptarse al estado social, promoviendo
los mediadores entre el estado y los ciudadanos como la forma más adecuada para
la constitución de una identidad, Weber piensa que los ciudadanos deben seguir
incondicionalmente a un dirigente político para alcanzar una verdadera
identidad.
A la par de la globalización económica y la sociedad
en red ha surgido el multiculturalismo. Estos tres procesos ponen en duda la
vinculación entre estado y nación, entre territorio y etnia, y como
consecuencia la herencia de los estados-nación. La importancia de esta
reivindicación de las minorías culturales es que aglutina dos tendencias que
definen la modernidad: la necesidad de individualidad (identidad) y la
necesidad de orden (homogeneidad). En consonancia con la nation building, la efectividad de la acción política nacional se
tiene que evaluar por su capacidad de crear procesos de interdependencia. Para
Tocqueville estos procesos en la sociedad democrática pueden ahogar la
independencia individual y por ello busca flotadores para evitar su hundimiento
en la forma de mecanismos de intermediación entre los individuos y el estado. Para
Weber los procesos de interdependencia en una sociedad racionalizada conducen a
la petrificación de las fuerzas vitales y a un desencanto que sólo puede
superarse con la participación revolucionaria del carisma.
El estado-nación es una construcción histórica y tanto
podemos ser pesimistas como optimistas acerca de su supervivencia.
Los optimistas agoreros de la globalización económica
y la sociedad en red no han conseguido apaciguar las ansias de identidad. En la
política actual, de forma instrumental o profundamente arraigada en
convicciones personales, se esgrime de un modo más virulento y extenso que en
el siglo XIX la necesidad de preservar la identidad. Tanto Tocqueville como
Weber presuponen que la necesidad de identidad se enraíza en lo más profundo de
la naturaleza humana. Si se considera esta necesidad se puede prever que si el
estado-nación no es el modelo capaz de satisfacerla, tendríamos que buscar otro
instrumento institucional para preservar la identidad.
Hoy en día, se nos podría calificar de pesimistas si
como Weber, pensamos que no hay más remedio que apropiarse de un realismo
descarnado que asfixie toda posibilidad de coexistencia entre diferentes
instancias de autoridad. Pero, en el presente habitamos en una pluralidad de
fuentes de autoridad, siendo el estado-nación una más y, aunque éstos
prevalecerán en un futuro previsible, nada más serán que un escalón más de un
poder que, en forma de red, se extiende a través de una sociedad que obedece a
nuevas y múltiples fuentes de autoridad. Finalmente, sostenemos que el
estado-nación ha perdido su papel como fuente de autoridad principal y poco más
o menos única.
Los institucionalistas, de inspiración weberiana,
destacan la autonomía de las instituciones del estado en cuanto éstas han sido
determinadas por sus peculiares situaciones históricas y sociales. Mientras,
los pluralistas, más próximos a Tocqueville, explican la estructura y
desarrollo del estado como producto de una variedad de influencias, destacando
la dinámica pluralista de la sociedad civil con una práctica constante del
proceso constitucional. Otros, como los marxistas, instrumentalistas e
historicistas, sostienen que el estado es producto del conflicto entre actores
sociales que en pos de sus intereses batallan por el poder. Todas las escuelas
de pensamiento que relacionan el estado con la sociedad tienen como marco de
referencia el estado-nación.
Teóricamente, el objetivo prioritario es plantearse la
posibilidad de desligar la intersección, considerada necesaria, entre la nación
y el estado, es decir, entre la identidad y la instrumentalidad. De forma
ejemplar, se patentiza la relación causal entre la crisis del estado-nación y
la explosión de los nacionalismos. Al pretender constituir estados-nación, la
mayoría de los nacionalismos provoca la crisis de los mismos en cuanto éstos se
constituyen con base en alianzas históricas o sobre la negación, total o
parcial, de las identidades de algunos de los grupos que lo conforman. En este
aspecto, los estados-nación continúan vigentes. Su vigencia está sustentada en
un orden político que demanda entes soberanos, actores estratégicos de un
sistema global en constante interacción. A pesar que esta interacción se
sostiene en un mundo con flujos económicos e informativos globalizados, los
estados-nación erosionados se manifiestan hoy en el comunalismo defensivo de
las naciones y pueblos de su territorio, los cuales se resguardan en su última
guarida para no ser arrastrados o arrasados por el torbellino de la
globalización.
El estado-nación continúa siendo una categoría
vigente, pero padece lo que Habermas ha denominado “crisis de legitimidad”.
Esta crisis se intenta superar con la descentralización del poder, clave en la
concepción tocquevelliana, a través de instituciones políticas locales y
regionales. A pesar de esta descentralización, no todas las identidades son
capaces de encontrar refugio. La existencia de una “crisis de legitimidad”
tiene que conducirnos a una reflexión que propicie la existencia de una
sociedad civil en constante interacción con el estado. Tocqueville, defensor de
la autodeterminación, propone la participación de los ciudadanos en los asuntos
públicos para dotar de vitalidad a los individuos y la sociedad. Para Weber
esta vitalidad, en una dominación racional legal, sólo puede darse con la
existencia de verdaderos dirigentes.