viernes, 15 de junio de 2012

La supervivencia de los estados-nación


El orden internacional actual se configura con base en el modelo heredado del siglo XIX: un conjunto de estados nacionales que pugnan unos con otros por conseguir su autonomía, afianzar su propia constitución y reclamar sus inherentes rasgos diferenciales. Si por un lado se entiende la modernización como integración, por otro surgen movimientos divergentes que aspiran a constituir su propio estado-nación con base en la reivindicación de una identidad que no se siente suficientemente representada. El proceso de integración avanza de la mano de la globalización económica y la sociedad en red, que conducen a una pérdida paulatina de los límites territoriales propios identificados con una etnia o cultura específica. Como consecuencia de este proceso de globalización económica e informativa los estados-nación pierden su poder progresivamente. Si consideramos que el estado-nación es una construcción histórica, un sistema institucional, que surge como respuesta a problemas sociales e históricos determinados, nos tenemos que plantear su incapacidad para atender las demandas de la nueva realidad. 
Hipotéticamente Tocqueville, con base en su realismo, se plantearía hoy la necesidad de instituciones políticas adecuadas a los nuevos moeurs en función de una economía globalizada y una sociedad en red, mismos que configurarían una realidad social diferente. Así, hoy tendríamos que reformular el papel de los estados-nación con relación a la historia y los moeurs de cada país. En este sentido, no pretendemos sustituir la tesis sobre la globalización de las principales actividades económicas y los medios de comunicación por la tesis tocquevilliana de la igualdad social. El objetivo es rescatar el espíritu de Tocqueville, es decir, pertrecharnos con un realismo que explora todas las posibilidades, alejándonos de planteamientos ideales para ubicar de algún modo la independencia y dignidad personal, que es el principal motor de su recorrido intelectual.
Weber comprende que el surgimiento de los estados-nación forma parte de proceso de racionalización de la civilización occidental. Desde esta tesis asume la necesidad de fomentar el nacionalismo para que su país se constituya como un estado-nación en el capitalismo industrial. En la actualidad, la expansión de capitalismo no sirve en la construcción de los estados-nación, sino que debido a su superioridad, sobrepasa el modelo del siglo XIX de un antagonismo entre los distintos estados-nación y desdibuja los linderos que les separaban. El análisis weberiano que presupone fomentar el estado-nación no tendría mucho sentido en la economía contemporánea en cuanto las relaciones económicas sobrepasan el ámbito del estado-nación.
Tocqueville y Weber, hijos de su tiempo, reflexionan en el marco de los estados-nación y vinculan la cultura a la política abandonando la pretendida neutralidad cultural. En Tocqueville prevalece su orgullo francés: su objetivo es pensar la situación social y política de su país ante la nueva realidad. En Weber hay una apuesta por la cultura alemana: le preocupa la americanización de la civilización occidental. Ambos asumen la nation building con la conciencia que sin identidad no puede existir una nación.
Tocqueville diferencia entre el nacionalismo de cabeza y el de corazón para señalar dos formas de construir la identidad. En este sentido, América construye su identidad de una forma lógica, es decir, con base en una constitución política que es producto de la ideología de unos emigrantes impelidos por una nueva libertad sin las ataduras de la desigualdad histórica de la vieja Europa.
El análisis de Weber está condicionado por su interés en el rescate político y sociológico de su nación, en cuanto la pervivencia de la identidad de Alemania requiere la existencia de verdaderos dirigentes políticos, elegidos por el parlamento, para que el país ocupe un lugar en el orden político de su tiempo. Ambos se sustentan en la nation building, que presupone la creación de una identidad, pero mientras Tocqueville considera primordial adaptarse al estado social,  promoviendo los mediadores entre el estado y los ciudadanos como la forma más adecuada para la constitución de una identidad, Weber piensa que los ciudadanos deben seguir incondicionalmente a un dirigente político para alcanzar una verdadera identidad.
A la par de la globalización económica y la sociedad en red ha surgido el multiculturalismo. Estos tres procesos ponen en duda la vinculación entre estado y nación, entre territorio y etnia, y como consecuencia la herencia de los estados-nación. La importancia de esta reivindicación de las minorías culturales es que aglutina dos tendencias que definen la modernidad: la necesidad de individualidad (identidad) y la necesidad de orden (homogeneidad). En consonancia con la nation building, la efectividad de la acción política nacional se tiene que evaluar por su capacidad de crear procesos de interdependencia. Para Tocqueville estos procesos en la sociedad democrática pueden ahogar la independencia individual y por ello busca flotadores para evitar su hundimiento en la forma de mecanismos de intermediación entre los individuos y el estado. Para Weber los procesos de interdependencia en una sociedad racionalizada conducen a la petrificación de las fuerzas vitales y a un desencanto que sólo puede superarse con la participación revolucionaria del carisma.
El estado-nación es una construcción histórica y tanto podemos ser pesimistas como optimistas acerca de su supervivencia.
Los optimistas agoreros de la globalización económica y la sociedad en red no han conseguido apaciguar las ansias de identidad. En la política actual, de forma instrumental o profundamente arraigada en convicciones personales, se esgrime de un modo más virulento y extenso que en el siglo XIX la necesidad de preservar la identidad. Tanto Tocqueville como Weber presuponen que la necesidad de identidad se enraíza en lo más profundo de la naturaleza humana. Si se considera esta necesidad se puede prever que si el estado-nación no es el modelo capaz de satisfacerla, tendríamos que buscar otro instrumento institucional para preservar la identidad.
Hoy en día, se nos podría calificar de pesimistas si como Weber, pensamos que no hay más remedio que apropiarse de un realismo descarnado que asfixie toda posibilidad de coexistencia entre diferentes instancias de autoridad. Pero, en el presente habitamos en una pluralidad de fuentes de autoridad, siendo el estado-nación una más y, aunque éstos prevalecerán en un futuro previsible, nada más serán que un escalón más de un poder que, en forma de red, se extiende a través de una sociedad que obedece a nuevas y múltiples fuentes de autoridad. Finalmente, sostenemos que el estado-nación ha perdido su papel como fuente de autoridad principal y poco más o menos única.
Los institucionalistas, de inspiración weberiana, destacan la autonomía de las instituciones del estado en cuanto éstas han sido determinadas por sus peculiares situaciones históricas y sociales. Mientras, los pluralistas, más próximos a Tocqueville, explican la estructura y desarrollo del estado como producto de una variedad de influencias, destacando la dinámica pluralista de la sociedad civil con una práctica constante del proceso constitucional. Otros, como los marxistas, instrumentalistas e historicistas, sostienen que el estado es producto del conflicto entre actores sociales que en pos de sus intereses batallan por el poder. Todas las escuelas de pensamiento que relacionan el estado con la sociedad tienen como marco de referencia el estado-nación.
Teóricamente, el objetivo prioritario es plantearse la posibilidad de desligar la intersección, considerada necesaria, entre la nación y el estado, es decir, entre la identidad y la instrumentalidad. De forma ejemplar, se patentiza la relación causal entre la crisis del estado-nación y la explosión de los nacionalismos. Al pretender constituir estados-nación, la mayoría de los nacionalismos provoca la crisis de los mismos en cuanto éstos se constituyen con base en alianzas históricas o sobre la negación, total o parcial, de las identidades de algunos de los grupos que lo conforman. En este aspecto, los estados-nación continúan vigentes. Su vigencia está sustentada en un orden político que demanda entes soberanos, actores estratégicos de un sistema global en constante interacción. A pesar que esta interacción se sostiene en un mundo con flujos económicos e informativos globalizados, los estados-nación erosionados se manifiestan hoy en el comunalismo defensivo de las naciones y pueblos de su territorio, los cuales se resguardan en su última guarida para no ser arrastrados o arrasados por el torbellino de la globalización.
El estado-nación continúa siendo una categoría vigente, pero padece lo que Habermas ha denominado “crisis de legitimidad”. Esta crisis se intenta superar con la descentralización del poder, clave en la concepción tocquevelliana, a través de instituciones políticas locales y regionales. A pesar de esta descentralización, no todas las identidades son capaces de encontrar refugio. La existencia de una “crisis de legitimidad” tiene que conducirnos a una reflexión que propicie la existencia de una sociedad civil en constante interacción con el estado. Tocqueville, defensor de la autodeterminación, propone la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos para dotar de vitalidad a los individuos y la sociedad. Para Weber esta vitalidad, en una dominación racional legal, sólo puede darse con la existencia de verdaderos dirigentes.






miércoles, 13 de junio de 2012

La cohesión social de las creencias religiosas según Tocqueville.


Para Tocqueville las creencias religiosas son necesarias e imprescindibles para constituir una sociedad liberal, en unos tiempos signados por una igualdad social “providencial”.
Parte de la tesis que los seres humanos para su vida cotidiana, en cualquier época histórica,  precisan de una idea estable de Dios y de su naturaleza: la fe es el único estado permanente de la humanidad y aunque puede cambiar de objeto no morir. La incredulidad religiosa es un accidente histórico.
“En la vida cotidiana, el hombre necesita imprescindibles nociones estables de Dios y de la naturaleza humana, pero su ajetreo diario le impide llegar a ellas”.
Las creencias religiosas son necesarias porque satisfacen la “sed de esperanza” que anida en el corazón de todo ser humano.
“La religión, pues, no es más que una forma particular de esperanza, y es tan natural al corazón humano como la esperanza misma.”
La existencia de la religión no depende ni de un contexto histórico ni de una forma de organización social, por el contrario su razón de ser reside en que son unos moeurs imprescindibles para el ser humano en cualquier estado de civilización.
“La incredulidad absoluta en materia religiosa, que es tan contraria a los instintos naturales del hombre y pone a su alma en una actitud muy dolorosa, parece atractiva a la multitud. Se reconoce que la Iglesia no tenía más posibilidad de ataque entre nosotros que en otros países, al contrario, es infinitamente más tolerante de lo que había sido hasta ese momento y más que en los otros pueblos. Por ello se deberá buscar las causas particulares de este fenómeno no tanto en el estado de la religión como en el de la sociedad.”
Cuando analiza la revolución francesa parte de la hipótesis que los odios furiosos de los revolucionarios al cristianismo provenían de que éste formaba parte de las instituciones políticas y no actuaba exclusivamente como doctrina religiosa.
“Una de las primeras iniciativas de la revolución francesa fue atacar a la Iglesia, y entre las pasiones nacidas de aquella revolución, la pasión irreligiosa fue la primera que se encendió y la última en apagarse.”
Aunque en los tiempos revolucionarios la irreligión es una pasión general,  finalmente se acaba sustituyendo a la religión agraviada por otra nueva. Su pensamiento sigue una secuencia lógica: el “vacío de creencias” conduce a un “vacío de sentimientos”, produciéndose un “mundo sin puntos de asentamiento”.
Analíticamente descubre cómo algunos procesos políticos, principalmente los revolucionarios, adquieren formas religiosas para desarrollar su ideario político. Históricamente la revolución francesa ha procedido como una revolución religiosa.
  • Consideran al hombre en sí mismo independientemente de sus circunstancias personales y posición social, afectando por ello a todos los ciudadanos.
  • Consideran al ciudadano de una forma abstracta, al hombre en general, con independencia de su país y su tiempo.
Para Tocqueville unas creencias religiosas útiles para la vida cotidiana del ser humano requieren de sinceridad, autenticidad y sentimiento. Su tesis fundamental es que las creencias religiosas cuando son sinceras —no obedecen a fines políticos o interesados— satisfacen al sed de esperanza y regulan la ambigüedad sustantiva del ser humano. Las creencias religiosas sinceras se mantienen ajenas de su contexto histórico o social. Sí la religión se alía o identifica con un determinado gobierno está obligada a adoptar unas máximas que sólo son aplicables en un determinado contexto histórico y social, pero sí se mantiene independiente del poder político recalan en los sentimientos, en los instintos y las pasiones que se repiten con exactitud en todas las épocas de la historia. Aún más, piensa que solamente son beneficiosas personalmente y socialmente cuando son independientes del poder político.
Su experiencia estadounidense le enseña que la independencia de la religión del poder político es necesaria para la existencia de una sociedad liberal en su país. Esta convencido que las creencias religiosas son necesarias independientemente de la situación histórica o social, pero son todavía más imprescindibles en las sociedades caracterizadas históricamente por la igualdad social. Son convenientes e indispensables porque pueden regular dos tendencias de estas sociedades.
·      El aislamiento
·      El excesivo amor por los goces materiales.
La religión puede coexistir con la libertad política e intelectual. Así, las creencias religiosas, en Estados Unidos, actúan como guardianas de los valores, confiriendo estabilidad y atacando directamente, atenuándolo, el aislamiento social y el materialismo.
“El principal cometido de las religiones consiste en purificar, regular y restringir tal gusto por el bienestar, demasiado ardiente y exclusivo, que sienten los hombres en la época igualitaria; pero creo que harían mal si intentaran domeñarlo por entero y acabar con él. Nunca conseguirán apartar al hombre del amor por la riqueza, pero sí pueden persuadirle de que sólo utilicen medios honrados para lograrla.”
La sociedad estadounidense, a diferencia de su sociedad, sitúa a la religión en su lugar.
“En América la religión es quizá menos poderosa de lo que en determinadas épocas lo fuera en ciertos pueblos, pero su influencia es mucho más duradera.”
La civilización angloamericana ha podido conjugar el espíritu de libertad con la religión, mientras que en su país la iglesia y los odios entre las distintas clases sociales son dos grandes escollos que se deben superar para formar una sociedad liberal.
La religión en Estados Unidos posee dos características que les ha beneficiado para formar una sociedad liberal.
·      La religión ha sido la verdadera madre de las sociedades angloamericanas.
·      La religión se ha puesto ella misma, por así decirlo, sus límites.
La religión ha contribuido a que los estadounidenses puedan crear un régimen de libertades en su sistema político. Una experiencia decisiva de su viaje es comprender que la tendencia religiosa de los Estados Unidos es, cuando menos en parte, producto de la separación constitucional entre la iglesia y el estado. Los estadounidenses han conseguido que todas las religiones estén en pie de igualdad ante la ley y no han desacreditado a ninguna religión en particular. Comparativamente, en Francia la religión cae por los suelos tras la revolución y en Inglaterra constituye un mero aspecto de identidad de las clases.
El verdadero éxito de la religión en Estados Unidos es que ha sido apartada del dominio político. Esta separación se debe, principalmente, a que los emigrantes que llegaron a Nueva Inglaterra estaban impelidos por una necesidad puramente espiritual o intelectual.
“Los emigrantes, o como ellos con tanta justeza se llamaban a sí mismos, los peregrinos (pilgrims), pertenecían a esa secta de Inglaterra que por la austeridad de sus principios había recibido el nombre de puritana. El puritanismo no sólo era una doctrina religiosa, sino que en muchos puntos se identificaba con las teorías democráticas y republicanas más radicales.”
El puritanismo estadounidense, al ser una doctrina tanto política como religiosa, es afín al perfil democrático.
·      Es sencillo en su culto.
·      Es austero y casi primitivo en sus principios.
·      Es enemigo de signos exteriores y de la pompa de las ceremonias.
·      Es poco favorable a las artes y las aficiones literarias.
Los emigrantes no son un grupo de aventureros, sino que pretenden constituir una comunidad inspirada en sus ideales religiosos. Estos ideales puritanos arrastran a los ciudadanos estadounidenses a la independencia personal, mientras que los que profesan el catolicismo, más numerosos en el viejo continente, son más favorables a la igualdad.
“Puede decirse, pues, que en los Estados Unidos no existe una sola doctrina religiosa que se muestre hostil a las instituciones democráticas y republicanas.”
La religión en los Estados Unidos, a diferencia de Europa, al regir las costumbres y dirigir a la familia, colabora con el estado. Las creencias religiosas independientes del poder político temporal ¾de circunstancias cambiantes¾ proporcionan unos moeurs que atemperan, corrigiéndolos el aislamiento y el excesivo goce por los bienes materiales de las sociedades igualitarias.
“Los americanos muestran a través de la práctica que sienten la necesidad de moralizar la democracia mediante la religión.”
En Estados Unidos la religión no ejerce influencia sobre las leyes ni sobre las opiniones políticas de detalle, pero su imperio se asienta en la inteligencia. Se interesa por la capacidad ilustrativa de la religión, rechazando ciertas corrientes intelectuales que llaman al abandono de la religión para progresar en el camino de la razón y la liberación personal.
La influencia de la religión en Estados Unidos es indirecta, pero poderosa.
“Así pues, al mismo tiempo que la ley permite al pueblo americano hacerlo todo, la religión le impide concebirlo todo y le prohíbe intentarlo todo.”
Así, las creencias religiosas son imprescindibles en una sociedad liberal. En conclusión, el leitmotiv principal de su investigación sobre las creencias religiosas es el intenso esfuerzo de integrar la religión con el liberalismo.










La sabiduría en la terapia psicológica


¿Qué entendemos por sabiduría?

Al filósofo se le define como "amante de la sabiduría". La sabiduría tiene que implicar algo más que estar informado o tener unos conocimientos adecuados sobre un determinado aspecto de la existencia humana. Desde los primeros filósofos se ha comprendido "como la habilidad de comprender y dar respuesta a los principales retos que nos plantea la existencia humana". Los principales retos que se han planteado han sido el sentido de la vida, la aceptación de nuestra finitud, la habilidad para comprender la razón de ser de lo que nos ocurre, la capacidad de amar, la serenidad ante las adversidades, la posibilidad de tener un criterio propio, en definitiva la extraña habilidad de "habérselas" con los retos que
nos plantea la existencia humana. 

El papel de la sabiduría en la terapia psicológica

Cuando nos enfrentamos a un problema complejo (la muerte de un ser querido, una enfermedad grave, una separación amorosa...) tenemos que recurrir a nuestros propios recursos o los que tenemos a nuestro alcance para volver a la normalidad. Hay experiencias claves, que una vez el dolor que nos ha causado ha cicatrizado, nos hacen más sabios. Cualquier experiencia, tanto dolorosa como gozosa, nos puede hacer más o menos sabios.
La sabiduría en terapia sería una forma de adquirir una serie de habilidades que tanto nos permitieran inmunizar a nuestro psique del dolor como iluminar nuestra alma con la alegría.

Nueve habilidades de sabiduría

1.- La serenidad es el arte de ser dueños de nuestras emociones y canalizarlas adecuadamente.
2.- El contextualismo es la capacidad de comprender lo que nos acaece en relación a las circunstancias, es saber que con otros tiempos y espacios se producirán diferentes realidades.
3.- Contemporizar los valores es contemplar, al enjuiciar el pensamiento y el comportamiento, historias y valores diferentes. Reconocer que cada uno actúa en relación a sus propias circunstancias.
4.- Tolerancia frente a la incertidumbre es asumir que tenemos unos límites y, sin eludir nuestra responsabilidad, no podemos controlar todas las variables que determinan nuestra existencia.
5.- El distanciamiento de uno mismo es reconocer objetivos superiores y rebajar nuestros intereses individuales.
6.- La constancia permite lograr objetivos a largo plazo y demorar la gratificación inmediata.
7.- La empatía es percibir los sentimientos y vivencias de otras personas y saber ponerse en su lugar.
8.- Cambiar de perspectiva nos ayuda a contemplar la realidad desde distintos enfoques.
9.- Saber resolver las situaciones y problemas que se nos plantean la vida.

Modificar la perspectiva

Según cómo interpretamos la realidad la sentimos y la vivimos. El primer paso sería plantearnos la posibilidad de interpretar de otro modo lo que nos va ocurriendo, flexibilizando nuestros esquemas mentales. Sin dejar de tener un criterio propio tendríamos que ser capaces de comprender que los otros actúan bajo otros criterios, además de esforzarnos por crear puentes de comunicación para crear unos criterios compartidos. El valor ético que define a la sabiduría es la aceptación, aceptarse a uno mismo y a los otros. Los primeros sabios griegos se comprendieron como "amantes de la sabiduría", siempre aproximándose a su amada sin poseerla para siempre.