martes, 21 de julio de 2009

UNA APROXIMACIÓN A LOS PERFILES DE LA MENTE DEL SIGLO XXI

La formación de nuestra mente es producto de una interacción constante entre nuestro temperamento y los estímulos del medio en el que nos desenvolvemos. Una pregunta radical es plantearse; ¿Por qué miramos de una determinada manera? Cada uno de nosotros sería capaz de proponer una retahíla de respuestas, pero la mayoría apostaríamos por dos grandes categorías: “lo que somos” y “lo que nos exige nuestro entorno”. Las fronteras entre las dos categorías son difusas, pues parece que a menudo “tragamos sin masticar”. Al masticar lo que la sociedad nos ofrece o impone creamos las condiciones adecuadas para apuntalar una identidad lograda.
Para masticar nuestro presente no podemos olvidar nuestra historia (estaríamos condenados a repetirla) ni nuestro futuro (que nos permite salvarnos de la tiranía de la inmediatez). Nuestra historia nos confiere una determinada identidad y nos hace ser “lo que somos”, mientras el futuro se construye con “lo que hacemos”. En la mayoría de las ocasiones hacemos lo que nos permiten hacer, sólo a veces mudamos nuestro talante reactivo por una revolucionaria actitud proactiva.
Nuestro pasado se convierte en historia cuando le damos una determinada forma en nuestro presente. La comprensión de nuestro pasado nos permite envestirnos de razones para actuar: podemos suponer que nuestro presente es la culminación de una supuesta dinámica que emana de nuestro origen o podemos pensar que estamos condenados a repetirnos. Así, el pasado nos proporciona razones para actuar, pero los motivos (lo que nos mueve) brotan de nuestros proyectos (de las utopías que nos alimentan). Así, los perfiles de la mente del siglo XXI se dibujarán en base a las utopías que sostienen a nuestro presente.
Cada uno de nosotros puede deshilachar el ovillo desde aquellas hebras que le causen una especial desazón. Me voy a focalizar en una hebra que creo que determinará nuestro futuro: el pensar está obsoleto y magnificamos sólo aquello que nos divierte. Entiendo que el sufrimiento es una rémora que nos paraliza, mientras el esfuerzo nos permite luchar por aquello que ansiamos (nuestras utopías). Los neurobiólogos nos dicen que “comprender” algo, ya sea en la ciencia o en la literatura, suele desarrollarse a partir del momento de “¡Ajá¡”, al hacer una conexión. Divertirse, en cambio, suele basarse en lo contrario, en disolver conexiones (uno se “deja ir”, consiste en separar el sentido del yo de una identidad particular, a favor del abandono a la cruda experiencia sensorial). No cabe duda que sea muy sano disolver conexiones, pero ¿qué pasará cuando no tengamos ninguna conexión que disolver?
Otra hebra que definirá los perfiles de nuestra mente es la “intimidad”. La vida privada era un concepto claro y poco ambiguo hasta el final del siglo XX porque no existía una tecnología capaz de desafiar nuestra intimidad a escala masiva y sistemática. En la actualidad se está perdiendo el sentido de dónde terminamos nosotros y dónde empieza el mundo exterior. Así, las tecnologías de la información permiten la mezcla del cibermundo con la realidad, rompiendo la dicotomía que había trascendido en todas las culturas humanas: “lo real contra lo irreal”.
Otra hebra es la dicotomía entre “lo viejo contra lo joven”. Aquí la novísima biotecnología nos augura innumerables purasangres troyanos para atajar nuestra intrínseca temporalidad. La bioética no puede dejar de plantearse la utopía de unas “generaciones homogéneas”.
Otra hebra incipiente y asombrosa es la nanotecnología. Sus vastas implicaciones son imprevisibles, afectará a todos los aspectos de la vida, desde la conservación de energía, el control social o los cuidados médicos. Todos sus avances permitirán superar la dicotomía del “yo contra el mundo exterior”.
He señalado tres hebras: mezcla del cibermundo con la realidad, la homogeneización de generaciones y la mezcla del cuerpo con el exterior en base a tres potentes tecnologías que definen nuestro entorno (tecnologías de la información, biotecnología y nanotecnología). Así, que en el trasfondo subyace la pretensión de poderlas masticar para no atragantarnos.
Por otra parte, creo que las hebras con carácter más social (aparentemente menos neutras) y personal que las tecnologías señaladas, como la “globalización”, la “conciencia ecológica”, la “educación”, la “espiritualidad” o la “conciencia colectiva” serán las que determinaran nuestra identidad. La gran dificultad de estás hebras es su calado ideológico y la dificultad de dilucidar las fronteras entre el “ser” y el “deber ser”.