sábado, 14 de julio de 2012

La libertad en tiempos de crisis


Una definición general de libertad sería la ausencia de impedimento, siendo libres cuanto no encontramos obstáculos que impidan nuestra actividad. En el trasfondo de esta definición subyace la idea del límite: cuanto menos límites se interpongan en nuestros deseos o proyectos más libres seremos. No podemos habitar en un mundo exento de determinaciones, de unos límites circunscritos al poder que disponemos. Los límites nos enmarcan en unos márgenes, que más allá de ellos estamos abocados a la servidumbre.
En las crisis los límites al contraerse minan nuestra libertad. Tenemos que distinguir dos ejes principales de la libertad: uno jurídico-político, en que el impedimento puede venir del exterior social; y otra que es interior a la persona misma del sujeto. En una crisis económica, que restringe los recursos disponibles, los límites provienen del exterior social. En la medida que la crisis económica se sostiene en el tiempo va socavando a la persona misma del sujeto.
La dimensión económica está siempre presente, no en vano Karl Marx sostuvo la tesis que la condiciones materiales pertrechan tanto nuestra conciencia colectiva como individual. Abogar por un pensamiento unilateralmente materialista puede ser tan falaz como sostenerse en un pensamiento exclusivamente idealista. En cierto modo, una apuesta prudente sería comprender que existe una circularidad entre nuestros valores (nuestra idiosicrática mirada de la realidad) y las condiciones materiales de la realidad misma, que al retroalimentarse constantemente nos impide distinguir las causas de los efectos.
En la antigüedad describieron el hombre libre, liber; como opuesto al del esclavo, servus. Esta libertad antigua comportaba derechos de ciudadanía o civiles, civis significa ciudadano. En la antigüedad la libertad era una potestad exclusiva de los ciudadanos y no poseían el sentido de privatización del sujeto, desligado de su comunidad, que nos han inoculado en las sociedades occidentales. Los filósofos griegos y romanos se plantearon la libertad interior o psíquica, entendiendo que la manía (locura en griego) se producía cuando la razón no conseguía dominar las pasiones del alma. El cristianismo, al considerar al ser humano como un ser de razón, le atribuye una libertad sin otro límite que el que a partir de la edad de la razón se impone a sí mismo por su consciencia moral. La pertinencia de una libertad interior o psíquica implica volvernos a plantear la pregunta de Locke, que no respondió: ¿De qué libertad dispone el sujeto que, por estar alterado su entendimiento, no puede deliberar consigo mismo?
Ha sido Montesquiu el primero en distinguir de una forma diáfana entre la libertad filosófica que consiste en el ejercicio de la voluntad y la libertad política que consiste en la seguridad. En los tiempos de crisis, que se definen por la inseguridad, la libertad política se soslaya en nombre de la supervivencia. Nos explican que no se trata de escoger entre los distintos valores enfrentados; por el contrario tenemos que hacer lo inevitable para que el sistema no se haga añicos. Al no poder evitar llevar a la práctica las medidas oportunas nos empujan a   olvidarnos momentáneamente de nuestra libertad política. Con la crisis podemos preguntarnos: ¿Sacrificar nuestra libertad en el presente nos posibilitará volver a gozar de nuestra libertad política una vez superada la crisis?
Fue después de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto político de crisis mundial, cuando se planteó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Desde una perspectiva filosófica fue Max Scheler (1878-1928) quien en su libro El hombre en el mundo propone definir a la persona como el centro a partir del cual el ser humano cumple los actos mediante los cuales objetiva su propio cuerpo y su propio espíritu en el mundo. Así, al final de la Segunda Guerra Mundial se acompañó de un gran debate sobre los derechos del hombre porque habían sido menospreciados durante la contienda. La crisis actual no es fruto de una Guerra Mundial, pero al primar la pervivencia de un determinado sistema económico por encima de la persona nos impiden nuestra libertad política por mor a unas circunstancias inevitables. En la medida que se desliga el ciudadano (libertad política) de la persona (libertad filosófica) nos tenemos que plantear: ¿Qué tipo de libertad nos queda?
Son momentos para reivindicar que todo sistema económico tiene que estar al servicio de las personas. Tenemos que volver a releer el primer artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derecho. Están dotados de razón y consciencia y deben actuar unos con otros con un espíritu de fraternidad”.