Los prejuicios
Prejuzgar
una persona consiste en emitir juicios antes de conocerla. Por economía
cognitiva y por una cierta placidez emocional tendemos a clasificar a las
personas en una primera instancia. Así, nuestra “primera mirada” esta tamizada
por nuestras creencias, situándonos en una determinada posición. Nuestra
posición principalmente depende de las creencias sobre nosotros mismos, en
cuanto siempre “miramos” con nuestros ojos.
Nuestra
posición
Albert
Bandura acuñó el concepto de autoeficacia. Dicho término se refiere a la
confianza que posee una persona en conseguir un objetivo y que afecta en la
consecución de este, es decir, en el propio rendimiento. Las personas con
autoeficacia baja se rinden con facilidad ante las dificultades o incluso
deciden de entrada no abordar el desafío. Las creencias sobre nuestra
autoeficacia forman parte de nuestra autoestima.
En
la práctica tendríamos que plantearnos que los profesores, directivos y
entrenadores deberían reforzar la autoimagen de sus alumnos, trabajadores y
deportistas, respectivamente. Si contribuyen a evitar los fracasos y las
estigmatizaciones, el rendimiento de los aprendices mejorará notablemente.
La
autoestima es un concepto amplio que incluye
factores emocionales (yo siento), cognitivos (yo pienso) y conductuales
(yo hago). En la práctica estos factores se entremezclan constantemente, retroalimentándose
los unos con lo otros. De esta manera, podemos comprender cómo fracasos en la
edad temprana producen un desaliento permanente en algunas personas. Por otra
parte, podemos dilucidar cómo nuestros prejuicios sociales o estereotipos
estigmatizan a determinados personas o grupos sociales. Nuestra autoestima
influye tanto en nuestro rendimiento personal como en los juicios que tenemos
de los otros. Al juzgar a los otros lo que hacemos es plantearnos unas
determinadas expectativas sobre su autoeficacia.
La
posición de los otros
Cuando
nos invade el miedo o dudamos de nosotros mismos aumenta nuestra sensibilidad a
los estímulos que anuncian fracaso. La posición de los otros depende de las
creencias de cómo ellos apuntalarán o derruirán nuestra autoestima. Las emociones básicas que subyacen son el
miedo y la alegría: el miedo ante el peligro o la alegría ante un nuevo reto.
Ingenuamente
nos sostenemos en la creencia que la imagen que proyectan los otros se
corresponde a las expectativas que tenemos sobre los actos que son capaces de
llevar a cabo. Ejemplarmente, sentimos alegría cuando estamos enfermos y una persona
con una bata blanca nos examina, pero sentimos miedo cuando, en la misma
situación, somos examinados por una persona vestido de mecánico. Así, podemos
plantearnos estereotipos más sutiles como que las mujeres conducen peor o que
los asiáticos son más trabajadores. La mayoría de la ocasiones nuestros estereotipos
sociales son automáticos, es decir son formas aprendidas de supervivencia.
Superar
los estereotipos
Dialogando
podemos resquebrajar los estereotipos sustentados en el miedo y sustentarnos en
la alegría por la existencia del otro. La alegría es una emoción que nos hace
abiertos a la experiencia y nos permite la constante posibilidad de cambiar de
posición. Spinoza definió el amor como “alegría por una realidad exterior”. Es
posible que nuestro peor enemigo habite en nuestro interior porque no somos
capaces de ser amables con nosotros mismos. Cuando somos capaces de querernos
podemos emprender la aventura de querer a los otros.