domingo, 21 de septiembre de 2008

Consumiendo nos consumimos

El capitalismo en Occidente se ha definido por la preponderancia de la economía industrial y comercial. En sus albores la dinámica social -la posibilidad de cambiar la posición social a través de las ganancias materiales- se constituyó en la base que permitía a las clases medias ocupar el verdadero protagonismo en las actividades económicas. La maniobra más audaz del capitalismo actual ha sido eliminar el desusado concepto de clases sociales para hacernos a todos consumidores. El verdadero peligro es que el triunfo apoteósico del consumo nos consuma como seres humanos.

Nos hemos apertrechado en un individualismo, que cimentado en la pasión general por alcanzar el bienestar económico, no se plantea la existencia de unos valores comunes. Los pensadores modernos entendieron que la insaciabilidad de los individuos producía beneficios sociales y, por consiguiente, abrieron la veda para no plantearse los fines que confieren dignidad a las sociedades humanas. La economía que emergió como una ciencia social instrumental, para implementar determinadas decisiones colectivas, se ha ido fraguando en un todopoderoso oráculo para explicar nuestras alegrías y desdichas.

Hemos olvidado que nuestros deseos son inextricables tanto a nuestras necesidades vitales como a nuestras creencias sobre la buena vida. Nuestros miedos se han transvertido en ansiedades. Así, como un barco que no sabe a dónde va, cualquier viento nos empuja a rodapelo. La sensación que somos unas marionetas que bailan al son de unas leyes económicas, con una vida propia ajena a nuestros designios, configura un determinado tipo de ser humano.

La ausencia de frenos a unos procesos económicos que nos engullen subrepticiamente, sin reconocer nítidamente las causas, nos causa desazón. Una congoja que se alimenta con el vértigo de una vida social sin asideros, sin unos valores que nos proporcionen una determinada identidad. El nuevo tipo de ser humano se define por la incertidumbre, por su estado líquido o por la necesidad de asumir riesgos que le sobrepasan.

El amor por los goces materiales de los modernos conformó un determinado tipo de ser humano, caracterizado por la conciencia que su salvación personal se dirimía en su ascensión económica y social. El individuo de las sociedades modernas podía aspirar, con su propio esfuerzo, a cualquier profesión porque con el desvanecimiento de las sociedades aristocráticas desparecieron las prerrogativas de linaje y fortuna. La idea de progreso ha sido una promesa más funesta del consumo sin fin.

El consumismo no va más allá del presente, arrincona al pasado por ausente y al futuro por incierto. El lema subliminal y silencioso que nos determina lo podríamos formular de la siguiente manera; “vive de forma exhausta tú presente porque es lo único que te puedo ofrecer”. La economía consumista consume a sus usuarios rechazado el pasado por inútil e hipotecando el futuro por la carencia de un proyecto.

Si arrancamos la utopía de la existencia humana no nos queda más que santificar lo dado. Sin convicciones, sin ideas de “lo que queremos ser” llegamos “hacer lo que quieren que hagamos”. Una nueva economía requiere de la tarea filosófica más noble; “plantearnos buenas preguntas”.

Kant nos legó cuatro preguntas fundamentales: ¿qué puedo hacer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar? y un última, que respondería las tres anteriores, ¿qué es el hombre? La economía como ciencia se circunscribe en los límites de la primera pregunta, los políticos visionarios pretenden responder tímidamente a la segunda y la tercera es un terreno exclusivo para los teólogos. Reducir todas las preguntas a nuestra naturaleza presupone que podemos definirla y, que a su vez, nuestros deseos se explican por nuestra propia idiosincrasia en relación con los otros animales.

Podemos centrarnos en la idea que el nivel más abstracto de nuestra sociabilidad se patentiza en la centralidad de nuestras relaciones económicas. Intercambiamos bienes tanto en base a nuestras necesidades de subsistencia vital como a la simbología que amalgama nuestras culturas. Somos seres simbólicos que podemos prometer.

El consumo es el símbolo que define a la nueva economía. Ya no tenemos el miedo a las hambrunas que arrasaban a nuestros abuelos o a los terratenientes que organizaban su cortijo a su antojo, ahora la ansiedad se produce porque nos han ofrecido una libertad que no somos capaces de gestionar. Ya no hay fines por los que uno debe esforzarse para alcanzarlos, nuestro carácter se define por consumir todo aquello que se nos ofrece. Somos un receptáculo aderezado por una propaganda que se dirige a nuestra constitución emocional, que nos transfigura en meras mercancías.

El consumo desaforado es el símbolo de la economía actual porque permite la homogeneización de todas culturas locales en una cultura planetaria. Los símbolos son imprescindibles para la libertad humana al dotar de significado a entornos impersonales, pero cuando carecen de un significado constitutivo, formadores de una identidad personal que trasciende al mero consumo del presente, nos abalanzamos a la búsqueda de ofertas totalitarias redentoras.

El consumo nos define sin permitirnos generar proyectos más allá del presente que habitamos. Los más hastiados se abrazan a unas creencias con la promesa de un mundo quimérico. Los que resistimos en la frontera tenemos intacta la capacidad de leer lentamente los acontecimientos para proponernos los valores que puede conferir dignidad a la vida humana.

Una nueva economía presupone volver a pensar, a una lectura lenta de los acontecimientos para plantearnos qué queremos ser. La pregunta nos conduce a valores, a decisiones éticas. Sostengo que los valores cálidos como la solidaridad, la aceptación del diferente o la amistad pueden ser los vectores para trazar los planes de una nueva economía. No reniego de los valores fríos como la justicia, la tolerancia o la competencia, pero no podemos olvidar que el peligro más humano es esclavizarnos con nuestras propias creaciones. El consumo desaforado nos consume porque nunca llegará a ser un fin en si mismo. Podremos gestionar nuestra libertad en la medida que seamos capaces de entender que es el hombre el que piensa.

1 comentario:

MM dijo...

Me gusta la frase esa de: "Una persona es: los libros que lee y los amigos que tiene".

Pues...yo quiero ser amiga tuya.

Saludos