Max
creía en el azar. Pensaba que la responsabilidad y la culpa eran
argucias del poder para disciplinarnos. Su docilidad era aparente, en
su interior bullía un espíritu incandescente, un inconformista
dispuesto a cambiar su mundo. Era un revolucionario porque se subía
o se apeaba al tren que le permitía ser fiel a sí mismo. Nunca
quiso cambiar los trenes ni las estaciones porque únicamente
aspiraba a encontrar su lugar en el mundo. Sostenía que la felicidad
consistía en tener ideas adecuadas.
Eva
quería cambiar el mundo. Se sentía responsable por todo y de todos.
Se olvidaba de sí misma y cargaba con toda la culpa del mundo.
Cuando Max no se interesaba por el mundo se volvía iracunda. Le
molestaba su ensimismamiento y su desidia, sobre todo cuando le
repetía que no cogiera lucha, que tenemos que aceptar lo que no
puede cambiarse. Se consideraba una buena soldado, una mujer con la
ira necesaria para defender a capa y espada su propio tren. Sostenía
que la felicidad es el premio de los vencedores.
-Esta
estación me parece triste y anodina. Hoy, con nuestro amor
menguante, me acuerdo de nuestra estación. Me acuerdo de su olor a
nuevo, de sus mármoles relucientes y, principalmente, de sus
pantallas destellantes. Me hacía feliz oír el silbato de tu tren.
Cuando me besabas me sentía la chica más afortunada del mundo.
-Lo
sé. El tiempo se ha conjurado contra nosotros. Yo sigo amándote
como antes, tú te has cansado. Tú deseas lo nuevo y yo amo lo
viejo. Fíjate, para mí esta estación destartalada es bella,
verdaderamente bella. El tiempo le ha sentado bien, huele a historia.
-
¿Cómo huele la historia?
-La
historia en esta estación tiene una presencia tangible y palpable.
Queda el poso de las historias vividas.
-¿Quieres
decir que podemos tener una conexión sensorial y emocional con la
historia de esta vetusta estación? Me parece que quieres ver más
que lo que hay. El progreso tiene mala memoria.
Eva
creía en el progreso, en la necesidad de cambiarlo todo. Creía que
los contentos eran unos inútiles, unos hedonistas irresponsables.
Tenía la certeza de que Max era un tipo brillante, pero le
incomodaba que viviese para sí mismo. No entendía su desinterés
por los tipos de interés o por la eficiencia de las nuevas
tecnologías. Solía decir que el mundo es de los economistas o de
los ingenieros y que las creaciones poéticas o filosóficas eran
ruedas que giran en el vacío. Para ella solo existía lo
verificable.
Para
Max la poesía y la filosofía desempeñaban un papel fundamental en
la comprensión y la exploración de la condición humana, las
emociones, los valores y las ideas. Aspiraba a no ser un hombre masa,
a tomar las riendas de su vida. Tenía la suficiente cordura para no
inmolarse, para reconocer que fuera del orden vigente hacía mucho
frío. Para él solo existía lo que nos contamos.
-Hace
diez años estuvimos tres horas en esta estación. Paramos para
saludar a tus padres. ¿Te acuerdas? Al retirarse quisieron vivir
tres meses en la España vacía. Aspiraban a una vida simple, soñaban
con enamorarse una vez más.
-Es
verdad. Tienes una memoria prodigiosa. Nunca los vi tan felices, tan
niños y tan idiotas.
-Me
dirás que es una estación cualquiera, una estación decadente de un
pueblo anodino. Pero, para mí, es una estación con su historia, con
sus olores. Huele al amor de tus padres.
-Huele
a café de puchero. Esta estación se ha quedado en el siglo XIX.
Fíjate, yo he probado todas las cafeteras (la francesa o de émbolo,
la italiana o moka y la espresso)
y la mejor la espresso,
la más tecnológica, la que eleva la presión del agua hasta 12-15
bares para extraer la mejor esencia del café.
-El
amor de tus padres es como el café de puchero. Un amor sencillo, con
olor y sabor. No sucumbieron a sus deseos narcisistas para persistir
en su amor. Creyeron en el amor y fueron felices.
-Vaya
cuento. Eres capaz de creerte hasta tus propias ficciones. Mis padres
se creían felices porque eran unos ignorantes. Le bastaba con su
propio jardín, no querían ver más allá de sus propias narices. Ni
siquiera se atrevieron a ir más allá del café de puchero. Yo he
vivido la vida, he probado todas tecnologías del café.
-No
sé, tú siempre has querido ir más allá. Te has ido muchas veces,
pero siempre vuelves. Quizá tu cuento es que me quieres más de lo
que crees.
-Te
quiero porque eres lo que no soy. Yo creo en la libertad y en el
poder. Tú crees en el amor y en la justicia. Me voy porque sé que
me esperas.
-Somos
una pequeña empresa. Con mis pies caminamos y con tus alas volamos.
-Eres
un poeta. Prefieres la belleza a la verdad.
-La
racionalización sistemática de todas las esferas vitales nos dirige
a un mundo desencantado. Cuando se secan los manantiales de la poesía
se abona el terreno para la aparición de la barbarie.
-Tu
siempre tan bello e iluso. El mundo sin poesía podría parecer más
frío, carente de inspiración y menos conectado con las dimensiones
más profundas de la experiencia humana. Sin embargo, a un estómago
hambriento le sobran las palabras.
Max
era un platónico porque creía que la verdad y la belleza estaban
estrechamente relacionadas. Creía que todo lo que percibimos en el
mundo sensible es simplemente una sombra o copia imperfecta de las
ideas. Estaba convencido de que la belleza auténtica no se limitaba
a lo físico, sino que también se encontraba en las virtudes morales
y en las obras artísticas y literarias que transmitían la verdad y
la armonía. Se consideraba un arqueólogo, un rastreador de las
ideas que esconden las sombras.
Eva
pensaba que la verdad no es un concepto absoluto o abstracto, sino
que está determinada por las condiciones materiales y las relaciones
de producción de una determinada sociedad. Sostenía que las ideas y
las concepciones de la verdad son moldeadas por las estructuras
económicas y sociales. Creía en el progreso, pero no en la utopía.
Quería ordenar lo real y obtener el máximo provecho.
-Mis
padres tuvieron tiempo para amarse, para recrearse con el café de
sobremesa. Nunca sintieron el hambre por el mañana. Se quedaron con
el café de puchero porque no querían ir más allá. Para mí, la
vida es saltarse los límites, ir más allá de las circunstancias
que nos han tocado. El mundo es de los atrevidos.
-Tus
padres formaron una gran empresa. Caminaron y volaron juntos. Crearon
su propio cuento. Vivieron su eros, su primer amor ansioso, su
philia, su alegría por compartir, y su ágape, su entrega
incondicional y desinteresada.
-
Ja, ja, ja. Ahora que son mayores solo les queda el ágape, que no
deja de ser una serenidad impostada. Están tranquilos debido a que
el tiempo que les resta es limitado. Tú insistes en la philia cuando
yo aspiro al eros. Nos vamos haciendo viejos cuando renunciamos a una
vida intensa. Tú, te aíslas del mundo y te bastas a ti mismo. Yo,
necesito del mundo y quiero cambiarlo.