La Inteligencia Emocional en la
psicología divulgativa
Con el best-seller de Goleman (1995) la
inteligencia emocional (IE) ha causado un gran impacto en los medios de
comunicación, convirtiéndose en un concepto popular. Goleman incluye áreas muy
amplias en el IE, como el autocontrol, persistencia, automotivación, evitación
del estrés, control del impulso, etc. Su concepto de IE es sinónimo de
carácter. Tanto el mérito como el desmérito de Goleman proviene de proponer un
modelo que abarca prácticamente todo menos el coeficiente intelectual. Más allá
del modelo de popularización de Goleman podemos plantearnos diferentes modelos
de inteligencia emocional.
Modelos de Inteligencia
Emocional
Fueron Salovey y Mayer (1990) quienes crearon
el constructo de inteligencia emocional, refiriéndose a tres tipos de
habilidades adaptativas: apreciación y expresión de las emociones, regulación
de las emociones y la utilización de las emociones para solucionar problemas.
Actualmente hay dos grandes modelos en la IE:
a.-
Modelo de habilidades. Conciben la IE como un conjunto de habilidades
cognitivas referentes a las emociones con poca relación con los factores de
personalidad. Son habilidades para percibir, asimilar, entender o manejar las
emociones.
b.-
Modelo de personalidad. Considera la IE como una mezcla de habilidades
emocionales y rasgos de personalidad, y las definiciones incluyen como
optimismo, empatía, asertividad, etc.
Un hecho evidente en la psicología popular y
académica es la creciente aceptación que las emociones tienen un papel clave en
nuestra conducta. Las emociones nos permiten priorizar, actuar para satisfacer
nuestras necesidades. Así, la experiencia emocional siempre es adaptativa
porque detrás de cada emoción anida una necesidad.
En cierto modo, la insistencia en una la IE
como un conjunto de habilidades ha permitido plantearse una serie de
actividades de aprendizaje. Su popularización tiene que ver, en gran parte, con
la correlación que existe entre la IE y el ajuste social, la satisfacción
personal y el bienestar psicológico.
Ajuste social, satisfacción
personal y bienestar psicológico
La felicidad es un concepto huidizo, que
todos perseguimos y que solemos encontrar en contadas ocasiones. Podemos
plantearnos un estado de satisfacción general, pero la magia siempre es fugaz y
sorpresiva. Más allá de la felicidad, que se dice de muchas maneras, se
trataría de analizar cómo uno puede convertirse en un “buen pensador
constructivo”. Un “buen pensador
constructivo” posee habilidades de afrontamiento (coping) en estrés agudo o crónico. Se trata adquirir capacidades para manejar,
controlar y regular las situaciones amenazadoras o exigentes. El afrontamiento
puede ser adaptativo o no-adaptativo. Adaptativo se refiere a los resultados
positivos para el individuo (satisfacción personal, ajuste emocional,
preservación de la salud…). Puede que las demandas del entorno sean insanas, que
se asienten en unos valores profundamente inhumanos. Martin Seligman ha
distinguido entre una vida agradable –tener el máximo número de placeres y
habilidades para amplificarlos- y la buena vida –saber cuáles son nuestras
habilidades propias y reconstruir todo lo que hacemos para utilizarlas el
máximo posible-. Así, la satisfacción personal y el bienestar psicológico es el
resultado de tener una vida significativa, estar conectados con valores más
grandes que nosotros mismos.
Modelos de déficit o de
crecimiento
Normalmente se entiende que el trabajo de un
psicólogo es averiguar qué nos pasa de malo. Este modelo de déficit, que ha
sido durante muchos años el único modelo, va complementándose con un modelo de
crecimiento. El trabajo del modelo de crecimiento es averiguar qué es lo mejor
de nosotros –algo de lo que quizá no nos hemos dado cuenta- y hacer que lo
utilicemos cada vez más.
La asepsia o neutralidad axiológica (no
emitir juicios de valores éticos o morales) de la psicología científica implica
que una inteligencia emocional alta no necesariamente iría unida a un estilo de
vida repleto de virtudes.
Las competencias emocionales y
los valores
Podemos utilizar las habilidades emocionales
para el beneficio de los demás o para engañarlos y manipularlos. Los valores
son imprescindibles para comprender que podemos poseer inteligencia emocional,
pero no afectiva. Cuando la realidad no nos afecta –no nos conmueve- y nos
sostenemos en valores inhumanos la inteligencia emocional se transforma en
inteligencia manipulativa. La ciencia objetiva no se plantea el tema de los
valores porque son subjetivos e inconmensurables, obviando preguntas en
relación a la causa primera y la causa final. La ciencia describe, explica el
cómo funcionan los hechos olvidándose del significado. El precio de la
objetividad presupone olvidarse del significado. Existe una cara oculta en la
IE, podemos utilizarla de una manera auténtica y natural o profunda y
manipuladora.
Son los autores humanistas –Erich Fromm,
Alfred Adler, Irvin Yalom, Víctor Frankl, entre otros- quienes más insisten en
que es imprescindible vivir una vida con sentido, con significado. Por otra
parte, los enfoques humanistas encontramos similitudes con aspectos de la IE:
el trabajo terapéutico con las emociones y el trabajo de los valores humanos y
actitudes prosociales como elementos del proceso psicoterapéutico. En la
psicología humanista la emociones tienen un valor positivo, se entienden como
un sistema de motivación y orientación. No podemos emitir juicios éticos sobre
las emociones –si son buenas o malas- porque su objetivo primordial es asegurar
nuestra supervivencia. Las emociones, que pueden ser agradables o
desagradables, son imprescindibles tanto en la construcción del mundo interno
como en la construcción de la comunidad humana. Entre la frialdad emocional,
característica que define a los psicópatas, y una emocionalidad descontrolada,
que nubla el juicio, hay un espacio que conviene dilucidar. Una emoción
auténtica tiene que ser congruente con la necesidad. Nos tenemos que preguntar:
¿sabemos lo que sentimos?, ¿por qué sentimos eso?. La autenticidad, como valor
ético, implica la posibilidad de expresarnos tal y como somos. La primera
condición es conocernos, atrevernos a reconocer nuestras continuidades y
discontinuidades. Cuando hemos alcanzado un determinado conocimiento de nosotros
mismos se trata de ajustar nuestra idiosincrasia a la comunidad que nos ha
permitido ser lo que somos.
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