miércoles, 6 de julio de 2011

La “mirada” en relación al modelo PAN del Análisis Transaccional.

Nuestra “mirada”

El modo en que experimentamos nuestras vivencias determina nuestra “mirada”. En gran medida, nuestra “mirada” se ha conformado con base a las conclusiones que extrajimos cuando éramos niños. No cabe duda, que en la adultez podemos rediseñar nuestra “mirada”, cambiar el lugar que ocupamos nosotros y el lugar que ocupan los demás. El primer requisito, que nos lo legó Sócrates, para dibujar nuestra “mirada” consiste en conocernos a nosotros mismos. Una vez hemos sido capaces de desentramar nuestro mundo, se trata de conocer los límites del mundo en que habitamos. Así, conscientes de nuestra forma de mirar, y de la “mirada” que se nos exige en nuestro entorno, podemos encontrar nuestro lugar en el mundo.

El lugar en el mundo

Tanto en el mito de Prometeo como en el de Adán y Eva subyace la idea que la curiosidad, esa necesidad de sobrepasar los límites de la morada, que nos legan los dioses, es un atrevimiento que se penaliza con el ostracismo. Expulsados más allá de los límites de confortable paraíso somos responsables de nuestro propia destino. Construir nuestro propio guión de vida es el precio de nuestra autonomía. El inicio del pensamiento moderno, que ejemplarmente lo patentiza Descartes con la duda metódica y el “cogito, ergo sum”, implica salirse de guión heredado (“voy a dudar de todo lo pensado”) para construir el guión que me define (“voy a dar consistencia a mis creencias”). La responsabilidad con el propio guión implica tres principios filosóficos: la mayoría de los seres humanos están bien, toda persona tiene capacidad de pensar y cada uno decide su propio destino.

Los estados del Yo

Para tomar consciencia de nuestro guión de vida tenemos que atender a los tres estados del Yo. Según el análisis transaccional hay tres estados: el estado padre, el estado adulto y el estado niño (PAN). En cierto modo corresponden al superego, al yo y al ello del psicoanálisis (mientras las instancias freudianas son conceptos puramente teóricos, los estados del Yo se definen cada uno en términos de pistas conductuales observables), aunque desde una perspectiva psicoterapéutica nos podemos plantear que atienen a tres formas de edificar nuestro propio guión de vida:
.- yo debo P
.- yo pienso A
.- yo siento N
Así, nuestro guión esta aderezado tanto de nuestras introyecciones (“tragar nuestra herencia sin masticarla”, sin hacerla nuestra) como de nuestras decisiones (conjugar nuestra idiosincrática forma de sentir con nuestros pensamientos y las conductas socialmente funcionales).

La conformación de la mirada

Nuestra mirada se va formando con el diálogo interno entre nuestro estado padre (lo que me han dicho que debo hacer) y el estado niño (lo que realmente siento y tengo ganas de hacer). En la medida que nos vamos haciendo adultos vamos perdiendo la inocencia primigenia y nos disfrazamos de diferentes máscaras para sobrevivir (etimológicamente, en griego, persona es prospora: máscara). Cada uno se nos asigna un papel que representar: el de padre, el de marido, el de trabajador, el de hijo… El padecimiento emocional adviene cuando la máscara, en la tragedia o comedia en la que somos actores, no se corresponde con nuestros sentimientos. Así, cuando somos capaces de dilucidar lo que sentimos (y podemos, en multitud de ocasiones, sentirnos atrapados entre dos pasiones opuestas) podremos emprender el camino hacía la autenticidad. La autenticidad no nos garantizará la felicidad, pero dotará de sentido a nuestra existencia.

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