miércoles, 24 de diciembre de 2008

MÁS ALLÁ DE UNA FELICIDAD HEDONISTA


Para Aristóteles todos los hombres buscamos la felicidad. Podemos plantearnos tres ideas básicas de la felicidad:

a.- felicidad como placer

b.- felicidad como paz personal

c.- felicidad como participación en algo que genera satisfacción tanto en desde una perspectiva personal como comunitaria.

Vamos a explorar la idea de la felicidad que se produce cuando emprendemos una acción corporativa. Podemos definir el espíritu corporativo como un grupo de personas con intereses o preocupaciones compartidas, que viven o trabajan juntos de una forma organizada. Aunar el espíritu personal con el espíritu de comunidad no es un camino sencillo porque de un modo u otro siempre tenemos que “pactar”. La función más noble del pensamiento estriba en abstraernos de nuestra propia “mirada” para vestirnos con los ropajes de las “miradas” de nuestros semejantes. Así, el diálogo es el instrumento más poderoso para alcanzar un tipo de felicidad más allá del hedonismo.

El uso desmesurado de la palabra felicidad puede hacernos pensar que sus contornos son tan difusos que declararse feliz o infeliz carece de sentido. Podemos plantearnos la posibilidad de una “satisfacción humana duradera”, que nos permite señalar dos vectores definitorios:

a.- la satisfacción.

b.- la duración temporal.

Una satisfacción que nos permita alejarnos de un hedonismo individualista presupone tanto el dominio de nuestras “expectativas” como de nuestras convicciones del “deber ser”. Así, ser protagonistas del guión de nuestra propia existencia es un requisito sine qua non de la satisfacción. En relación a la duración temporal nos referimos a la posibilidad de unos fines trascendentes. Los fines trascendentes, a diferencia de los inmanentes, nos permiten ir más allá de nuestra propia vivencia y comprendernos como parte de un conjunto. Cada uno de nosotros, en dependencia de su personalidad y de sus influencias ambientales, escoge una determinada dimensión para logra su “satisfacción duradera”. A modo de ejemplo, podemos plantearnos cuatro dimensiones:

a.- dimensión intelectual, que aspira a la verdad

b.- dimensión estética, que aspira a la belleza

c.- dimensión moral, que aspira a la bondad

d.- dimensión espiritual, que aspira a la unidad

Con estás cuatro dimensiones podemos reinventar el espíritu de nuestro tiempo. Proponemos pensar en la dimensión espiritual, entendiéndola como profundidad y conectividad. El desarrollo espiritual nos permitirá ver una profundidad de sentido y de significado bajo el aspecto superficial de las cosas de nuestro mundo.

Podemos pensar la propuesta que el núcleo de la espiritualidad es la coherencia. No podemos obviar que nos han regalado un individualismo desaforado que envenena nuestra alma. Sostenemos que lo que afecta a uno de nosotros afecta a muchos; todos estamos interconectados en nuestro pasado, en nuestro presente y en nuestro futuro.

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